CIUDAD DE MÉXICO (apro).- Entre tres y cinco millones de personas
recientemente han salido a la calle en Brasil para exigir la destitución
de la presidenta Dilma Rousseff y el regreso de la derecha.
El hecho ocurre luego de que Evo Morales fracasara en su intento de
modificar la Constitución de Bolivia para darle la opción de ser
reelegido una vez más; luego de que la izquierda peronista y católica de
Argentina, siempre difícil de entender, fuera desalojada de la
Presidencia por una derecha más bien inspirada en el defenestrado
menemismo que llevó al país al desastre; luego de que el aventurero
Nicolás Maduro condujera al Partido Socialista Unido a una horrible
derrota en medio de una profunda crisis económica mil veces anunciada en
Venezuela a cuyo frente, por así decirlo, se encuentra un gobierno que
no ata ni desata.
Brasil está en recesión económica pero el factor político dominante
no es ese sino la corrupción. Petrobras, la empresa petrolera estatal,
ha sido usada como ariete para hacer fortunas y financiar proyectos
personales e, incluso, posiblemente partidistas. Y, en el colmo, Luiz
Inácio Lula da Silva, principal figura de la izquierda brasileña, es
acusado de haber firmado o consentido un contrato con algunos muy ricos
amigos suyos para poseer, habitar o comprar un departamento de lujo. El
punto político es que esos amigos también habían hecho negocios sucios
con Petrobras, lo cual enreda la situación al extremo.
El nombramiento de Lula como ministro-jefe, una especie de primer
ministro, que según se anunció había sido suspendido por un magistrado,
se consumó en el Palacio de Planalto, de tal forma que el líder
histórico del Partido de los Trabajadores asumió un cargo que le otorga
inmunidad.
En todo ese hundimiento de izquierdas en América Latina aparecen
complots de empresarios, medios de comunicación y políticos de diversas
tendencias, como es natural aunque nada los justifique, pero el caldo de
cultivo lo ha creado la izquierda gobernante, su alejamiento de
objetivos fundamentales, su renuncia a grandes luchas al lado de la
gente, su petulancia y su pragmatismo político elemental, es decir, su
apoltronamiento y su oportunismo, el cual es el retiro del programa
propio en aras de aprovechar las coyunturas favorables. ¿Favorables a
qué?
No hay izquierda funcional sin grandes objetivos populares, luchas de
masas, críticas profundas, discusiones honradas. Pero, además, la
corrupción es el mayor veneno de las izquierdas. Sabemos que lo de
Petrobras no es nada comparado con el inveterado saqueo de Pemex, el
cual va mucho más allá de sucios negocios como los denunciados en
Brasil, pero el PRI es el eje del Estado corrupto mexicano mientras se
suponía que el PT de Brasil iba a ser el partido de las manos limpias y
la frente en alto.
Si Lula vuelve al gobierno para enfrentar desde ahí lo que su partido
denomina el golpe de Estado, será también para evitar que un juez
resuelva someterlo a proceso penal. Esto lo sabe todo mundo, pues los
ministros son enjuiciados por el Tribunal Superior. Por lo pronto, la
policía federal graba las conversaciones telefónicas de Lula, inclusive
una con la propia presidenta de la República, lo que no sería anómalo
dentro de una investigación, mas el agravio descarado es que la ha dado a
conocer subrepticiamente a los medios de comunicación, diciendo que
Lula y Rousseff conspiraban. Brasil está que arde y la mayor
responsabilidad no puede corresponder más que al partido gobernante.
Si esa izquierda terminara por hundirse, habría que replantearlo
todo, pero si se estancara la confrontación política en Brasil, lo cual
es de dudarse, también se haría necesario volver a estudiar todo desde
un principio. Así es esto.
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