Claudio Lomnitz
En una presentación pública
reciente, uno de los arquitectos del TLCAN dijo que una característica
importante del tratado es que generó zonas de excepción o islotes en que
campea el estado de derecho en México. Me dejó pensando.
Un rasgo no demasiado comentado de la historia de la Revolución
Mexicana fue que, en medio del desastre mayúsculo de la guerra, la
economía de exportación siguió funcionando sorprendentemente. Los
villistas saqueaban carnicerías para repartir carne, sí, pero dejaban
intacta la operación de las grandes haciendas exportadoras de ganado.
Necesitaban esas ventas en dólares para pertrechar su ejército. Los
carrancistas, por su parte, carranceaban, es verdad, pero la
exportación petrolera de Tampico continuó e incluso se incrementó, por
las mismas razones. ¿Será que el sector exportador a Estados Unidos ha
sido desde aquellos tiempos un islote de legalidad, o al menos de orden,
en una sociedad mexicana que tiene rincones mucho más caóticos?
La imagen de una geografía legal bifurcada es una simplificación
grosera, sin duda, pero, aunque exagerada, quizás ayude a pensar
aspectos claves de la coyuntura actual. El ingreso de México al TLCAN
hizo que se cumpliera rigurosamente una normativa en los sectores
legalmente previstos en el tratado, pero llevó también a que se
aprovechara el libre comercio para explotar la debilidad del Estado en
otras zonas de la economía. Si bien el TLCAN creó un islote de
estado de derechoen México, es igualmente cierto que aumentó muchísimo la productividad de la ilegalidad, y que el libre comercio consolidó grandes islotes especializados en la ilegalidad como negocio trasnacional. El México de antes –que se había forjado con un modelo de
economía nacionaly sustitución de importaciones– quedó en alguna medida como un espacio intermedio (
de segunda), buscando su ingreso pleno a la geografía del estado de derecho, y temiendo las transgresiones desde la nueva geografía criminal o criminalizada.
En otras palabras, el TLCAN generó una geografía legal compleja, donde crecieron a la par una
zona de primeray otra
de tercera: espacios en que florecieron la industria de exportación de punta, y espacios en que se aprovechó la debilidad del Estado mexicano para producir y mover droga, traficar en el mercado ilegal del ser humano, o incluso para disponer de vidas humanas como si fuesen desechos industriales, como ha venido sucediendo con las extorsiones y matanzas de migrantes centroamericanos.
En esa geografía bifurcada, la resistencia social frecuentemente ha
tendido a imaginar su trabajo de manera estrecha: estorbar el
funcionamiento de la economía
de primerapara con ello obligar al Estado a apuntalar la situación de quienes queden fuera de ella. En otras palabras, la resistencia ha tendido a atacar directa o indirectamente a las instituciones ligadas a la geografía de primera, amagando con aumentar costos de transacción, para ver si así mejora la redistribución de recursos desde el Estado.
La resistencia que hemos conocido estos años ha tendido a ser
obstruccionista: cierra escuelas para tratar de fortalecer la educación
pública, obstruye el buen funcionamiento de Pemex con la idea de
garantizar derechos sindicales, bloquea carreteras para negociar una
cosa u otra. Y el obstruccionismo de los empresarios mexicanos no es, ni
con mucho, menor. Se manifiesta en primer lugar en su resistencia
histórica a pagar impuestos, como si no dependiera del Estado y de la
inversión pública.
Con todo, el obstruccionismo pareciera ser contraproducente hoy, tras
la elección de Trump, y quizá sea tiempo de repensar las formas de
resistencia frente al Estado. Finalmente, la política trumpista obliga a
México a ubicarse de otra manera en el mundo, ya que la geografía de la
integración está siendo cuestionada desde Estados Unidos. Queda clara
la urgencia de fortalecer a México, cosa que implica también cambios en
las estrategias de oposición.
Sucede algo parecido en varias partes del mundo. En Europa, para
empezar, la porción de la izquierda que criticaba a la Unión Europea
ahora tiene que defenderla urgentemente ante los embates de la derecha
nacionalista de cada país, que encuentra un aliado natural en Trump. En
el interior mismo de Estados Unidos, la izquierda, que fue duramente
crítica de la política del Partido Demócrata tiene ahora que aliarse con
él, ante los ataques fulminantes contra conquistas sociales que
parecían seguras.
Asimismo, en México urge repensar las formas de resistencia, tanto
como las alianzas mismas. Habría que revisar los usos y costumbres de la
contienda democ
rática
misma. La democracia mexicana se ha caracterizado por la competencia
desleal –entre partidos, y aún dentro de los partidos–: cuando un
partido de oposición llega al poder municipal, se encuentra
rutinariamente con que el gobierno saliente ha robado hasta los
escritorios. Hay obstruccionismo hasta en la entrega del poder. Cuando
un partido de oposición triunfa en elecciones estatales, se le reducen
los apoyos federales, o se intenta obstruir el funcionamiento del
gobierno en un auditorías superfluas.
La elección de Trump requiere que México se fortalezca. Requiere que
funcione bien. Ese proceso de fortalecimiento no debe fundarse en una
fantasía de unidad nacional, sino en acuerdos respecto de las formas
aceptables y constructivas de competir. También se necesitarán acuerdos
respecto de áreas de interés común, sin duda, pero la resistencia hasta
ahora se ha abocado a debilitar al contrario. Hoy se necesita
desarrollar formas de política que se orienten a respetar al
contrincante, y aun, en algunos casos, a fortalecerlo.
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