Pablo Gómez
CIUDAD
DE MÉXICO (apro).- Los insistentes llamados a la unidad que Enrique
Peña Nieto lanza al aire casi todos los días están cayendo en el vacío,
incluidos sus persistentes espots inenarrables. Es evidente que el país
requiere en este momento de un acuerdo básico frente al gobierno de
Estados Unidos que abarque a todas las fuerzas e instituciones, pero ese
es justamente el que no está siendo confeccionado por la Presidencia de
la República.
La primera frase de cada llamado de Peña es que no
se trata de algo partidista. Lo dice como si los acuerdos entre partidos
fueran segregadores, pecaminosos y sucios por definición, aunque Peña
es el líder de un partido y así lo mira el país entero. Es cierto que en
México los tratos donde se incluye al PRI siempre terminan en la
violación cuando no en la traición, pero no parece viable que en un
acuerdo nacional no estén los partidos y, con ellos, el Congreso, los
gobiernos y parlamentos locales, los ayuntamientos, etcétera. Así que
ahora, cuando el país requiere un convenio básico frente a la política
de Donald Trump, es contradictorio que el presidente mexicano hable de
un entendimiento sin el concurso de los otros partidos.
La
evidencia de lo anterior es que Peña no ha llamado a consultas a los
líderes partidarios. Lo que hizo fue encargarle al cabecilla del PRI, el
señor Enrique Ochoa, que convocara a los dirigentes de todos los
partidos. Claro que sólo sus aliados de bolsillo acudieron a la cita.
Así no debería trabajar un presidente que quiere ser líder después de
cuatro años de no poder serlo.
Hay una gran diferencia entre la
unidad de acción que requiere la embestida de Trump y la uniformidad que
se exige desde Los Pinos. El primer punto de un acuerdo verdadero
tendría que ser la sinceridad, pero Peña ha estado mintiendo
recientemente en asuntos importantes. Negó categóricamente que Trump le
hubiera mencionado que la autoridad mexicana no puede con la
delincuencia organizada y necesita la participación estadunidense, tal
como había sido filtrado por la Casa Blanca. Luego mandó decir que no
graba las conversaciones telefónicas con otros jefes de Estado o de
gobierno, lo cual no se lo cree nadie.
Y, si así fuera, tendríamos
algo peor: la estupidez de un gobernante que no lleva registro de sus
relaciones personales del más alto nivel. Después ordenó declarar que el
gobierno mexicano iba a indagar acerca de la filtración de la llamada
telefónica, lo cual es ridículo por imposible. Antes, Peña había dicho
que el tema del muro ya no sería tratado en público por ambos
presidentes, lo cual no fue desmentido por el vocero de la Casa Blanca,
pero Trump sigue haciendo propaganda de su proyecto mientras Peña evade
el debate directo.
El presidente de Estados Unidos así seguirá
porque está en una lucha. ¿El presidente de México también está
luchando? En Los Pinos nadie entiende que muchas cosas han cambiado y
que hace falta otra política.
Peña asiste con frecuencia a actos y
ceremonias de otros. Él casi no convoca a reuniones, mucho menos a
actos multitudinarios, como podría hacerlo un líder político cuyo país
está siendo agobiado por el gobierno de Estados Unidos. Lo que dice
todos los días es que la unidad no sería alrededor suyo sino de México,
pero no aclara que sí pretende establecer el marco de esa unidad, es
decir, aspira a la uniformidad, la cual consistiría en que no se
criticara al gobierno para no debilitarlo ante el de Estados Unidos, lo
que resulta imposible.
Tampoco es viable tal unidad de acción si
no hay acuerdo sobre qué cosa se tiene que hacer. El gobierno ha
convocado a cúpulas empresariales y sindicales a consultas sobre
posibles reformas del Tratado de Libre Comercio, pero ese no es un tema
que sólo interese a tan distinguidas personas. Es un asunto de todo el
país y, en el nivel institucional, del Senado de la República. Aquel
cuarto de al lado oficial no será de seguro un medio para lograr la
unidad sino para promover disidencias.
Si Peña quiere seguir
tratando asuntos nacionales en cuartos cerrados con los miembros del
gobierno de Trump y con éste mismo sin ser sincero con su propio país,
lo que va a lograr es que su 12% de aceptación siga bajando. A ningún
mexicano, por más odiosos que considere que son sus gobernantes, le ha
de gustar que los ninguneen o se burlen de ellos los representantes de
otro país, peor aún cuando ese es Estados Unidos, con quien existen muy
viejas rencillas y una vecindad no siempre amistosa.
Si no se abre
por completo el ostión para que todos sigamos con exactitud y verdad el
estado de la relación entre ambos gobiernos y el debate sobre qué hacer
a cada paso, México se dividirá más en lugar de unirse en una acción
defensiva frente a la arremetida de Donald Trump. El gobierno de Peña
Nieto tiene en sus manos la decisión.
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