No es historia, pasa hoy: Asha Ismail
La activista keniana Asha Ismail usa su vivencia con la mutilación
genital femenina como herramienta para erradicarla: “Si con mi voz una
sola persona reacciona y decide pararlo en otro lado del mundo, yo he
ganado”. En tan sólo un año, más de 200 millones de niñas y mujeres en
30 países del mundo han sufrido esta práctica, una de las mayores
manifestaciones del control sobre el cuerpo de las mujeres.
“No sé exactamente cuándo nací, pero según me contaron tendría más o
menos cinco años cuando mi familia decidió que era el momento de
purificarme”.
Era el turno de palabra para Asha Ismail, fundadora de la oenegé “Save a
Girl, Save a Generation”, y la sala enmudeció. La jornada estaba siendo
intensa, e incluso dolorosa, pero lo más arrebatador fue la
intervención de esta mujer keniana.
“La noche anterior pasé muchos nervios, como una niña esperando la Noche
de Reyes. Por la mañana me mandaron a comprar cuchillas. Y empezaron a
cortarme. Era muy doloroso y cuando grité me metieron un trapo en la
boca, porque una mujer no debe mostrar su debilidad. Estaba mi abuela
sujetándome y mi madre indicaba dónde cortar”.
Las jornadas “Mutilación genital femenina: aprendizajes y retos”,
organizada por Munduko Medikuak / Médicos del Mundo Euskadi, habían
abordado la cuestión desde el punto de vista de la intervención y
prevención que se puede hacer y se hace en el Estado español,
concretamente en Bilbao. También se analizó la importancia de la
mediación, pero la dura realidad a la que se enfrentan millones de
mujeres atravesó el estómago y las entrepiernas de las personas
participantes con la intervención de Ismail. Seria, dura, clara.
“Luego me cosieron con hilo y aguja. Me sellaron completamente, para
asegurar mi virginidad, y me dejaron dos agujeros muy pequeños. ‘Ten
cuidado’, me decía mi madre, ‘que como no se cure te volvemos a cortar’.
El dolor físico y la herida se curan, pero los problemas empiezan a
partir de ahí porque te cambia la vida: cuando haces pis, cuando tienes
infecciones, cuando te viene la regla porque no tiene lugar por dónde
pasar…”.
Está acostumbrada a hablar en público, a contar su historia, pero cada
vez que lo hace se estremece. Para y respira para continuar, porque está
convencida de que la mejor manera de luchar contra la mutilación
genital femenina es contar en primera persona qué es y qué supone en
realidad. Mirando a la cara.
“Llegas a sentir vergüenza por lo que te ha pasado. Y no se podía hablar
de ello. Yo preguntaba a mis hermanas si ellas tenían dolores o les
dolía y me decían que no. Me sentía un bicho raro”.
CONTROL SOBRE EL CUERPO
La mutilación genital femenina (MGF) –tal vez sería más correcto hablar
en plural porque existen diferentes tipos de corte- es una de las formas
más brutales y extremas de violencia contra las mujeres. Los daños
físicos, psicológicos y emocionales son evidentes, así como las
consecuencias de por vida. Esta tradición, arraigada en decenas de
países y en varias religiones (se practica en territorios tan dispares
como Rusia, Colombia, Egipto o Indonesia), es tal vez una de las más
intensas y sangrientas manifestaciones del control patriarcal sobre el
cuerpo de las mujeres, sobre su sexualidad, placer, intimidad y
reproducción.
“En mi instituto, a la mayoría de las niñas no se la habían practicado y yo no me duchaba con ellas para que no me vieran.
Me autoconvencía de que yo era más limpia que ellas porque estaban
abiertas y con todo colgando. Mi madre lo hizo con todo el amor del
mundo, pensando que era lo mejor para mí”.
LA VUELTA AL HORROR
Para nuevamente, bebe, respira y continúa; porque tal vez esta parte del
relato de Asha Ismail sea la más dura y estremecedora: su noche de
bodas. La reiteración del horror, la vuelta atrás.
“Mi marido, el que me habían elegido, era de Somalia. Mientras todo el
mundo bailaba, fuimos a un cuarto y como él no podía penetrarme llamó a
una señora para cortarme y acostarse conmigo. Lo que sentía era
tremendo, un odio terrible hacia mí y hacía todo el mundo. He oído casos
de mujeres que se han suicidado en su noche de bodas. Nadie te dice lo
que te espera cuando te llega la regla o cuando te casas. Esa noche me
quedé embarazada y esa fue la única relación que tuve con ese hombre. La
herida volvió a cerrarse, porque estaba en carne viva”.
Al menos 200 millones de niñas y mujeres que viven en 30 países han
sufrido la mutilación genital femenina, según el último informe de
Unicef al respecto: ‘Female Genital Mutilation/Cutting: A Global
Concern’, publicado en febrero de 2016. Y las cifras aumentan año a año,
tanto por los mayores registros y controles de datos como por el
crecimiento de la población en determinados países.
“El parto me pilló en un taxi de camino al hospital, en Mogadiscio. La
niña empujaba, pero no tenía por dónde pasar…, pero empujó tanto que me
cortó de la misma forma que cuando se desgarra un trapo viejo, por
todos lados. Ya en el hospital, me cosieron”.
El silencio envuelve la sala. La intervención de Asha Ismail ha sido de
las más cortas de la intensa jornada, pero sin duda la más impactante.
Hay quien llora, al menos quien deja correr sus lágrimas porque el
llanto interior es unánime.
“No me es agradable contar mi vida privada ni contar lo que he pasado
porque cada vez que lo cuento lo revivo –su rostro y su tono de voz no
dejan dudas-, pero creo que es necesario hacerlo para ver la gravedad de
la situación. No es historia, porque esto sigue pasando hoy. No hace
falta pensar en África, esto también pasa en Europa”.
CONTRA LOS DDHH
Y en América del Norte y en Australia, como recuerda Unicef. La
mutilación genital femenina comprende todos los procedimientos
consistentes en la resección parcial o total de los genitales externos
femeninos, así como otras lesiones de los órganos genitales femeninos
por motivos no médicos, según la Organización Mundial de la Salud (OMS),
que recuerda que es una violación de los derechos humanos de mujeres y
niñas.
Esta misma agencia de las Naciones Unidas explica que, en la mayor parte
de los casos, es realizada por “circuncisores” tradicionales, que
suelen tener otras funciones importantes en sus comunidades, tales como
la asistencia al parto. Además, hay muchos casos en los que los
proveedores de asistencia sanitaria practican la mutilación movidos por
la errónea creencia de que el procedimiento es más seguro si se realiza
en condiciones medicalizadas. Por ello, la OMS exhorta a los
profesionales de la salud a abstenerse de efectuar tales intervenciones.
“Hay mujeres y organizaciones que están allí y necesitan apoyo, porque
se están jugando la vida”. Asha Ismail finaliza su intervención pidiendo
fondos para erradicar esta criminal práctica. Aunque lo hace sin
nombrar su organización ni hacer publicidad, porque su grito y su
lamento no entiende de logotipos.
La sala sigue estremecida, respirando hondo. En el turno de preguntas,
varias personas deciden coger el micrófono para darle las gracias. Una
mujer simplemente quiere abrazarla.
GRITO PARA SALVAR A UNA GENERACIÓN
“Hace unos años que decidí hablar sin tapujos para intentar acercar a la
gente esta realidad, para que se den cuenta que es un problema real,
que existen víctimas reales y no son solamente números. Que la gente
tome conciencia de eso, aunque para mí es muy duro contarlo porque lo
revivo cada vez”. Ismail retoma la palabra para responder a las
preguntas de Pikara Magazine. “Aunque en realidad me sirve de alguna
manera como terapia. Intentar hablar de ello me hace superarlo, porque
hace unos años no podía empezar siquiera, cuando abría la boca me
atragantaba. Ahora puedo hablarlo más”.
Tras vivir durante muchos años en silencio su dolor y sus dudas, sin
poder conversar ni siquiera con sus hermanas, el nacimiento de su hija
hace 27 años la motivó a alzar a la voz contra la mutilación genital
femenina. Deseó tener un hijo varón para evitar a la criatura los
sufrimientos, pero que fuera niña lo consideró una señal para
reaccionar: “La cogí y decidí que ella no podía pasar por todo lo que yo
había pasado. Y a partir de ahí, empecé a abrir mi boca y romper todos
los tabúes para hablar con la familia. Cosas que nunca me contestaban
empezaron a hacerlo”.
E insistió en hablar, en decir, en convencer. Y vio que había
receptividad a sus palabras, y que sus interlocutoras hablaban porque
tenían necesidad de contarlo y compartirlo. “Yo hablaba, hablaba,
hablaba”, recuerda. Y lo logró: su entorno dejó de mutilar, sus
hermanas, sus primas, sus amigas…
Ismail reconoce el valor de estas mujeres que plantan cara a esta brutal
tradición -“son mis heroínas”, dice-, porque no estar mutilada ha
supuesto para muchas el rechazo social y familiar. Y hay quien se lo
reprocha, porque algunas de esas niñas que no fueron mutiladas no han
encontrado marido: “Puede ser que nunca se casen, es el precio que
tienen que pagar ellas y sus familiares, pero no han pasado por la
mutilación. ¿Es duro? Sí, pero no imposible. Sus madres les han dado un
regalo y ellas también quieren transmitir ese regalo”.
Esta idea de transmisión, de multiplicar el legado, es el significado
que esconde el nombre de su oenegé: ‘Save a Girl, Save a Generation’,
fundada en 2007 y formada y dirigida “por mujeres a las que se les negó
el derecho a hablar y defender sus derechos desde niñas”, recoge su web.
En Tanzania, donde vivió Ismail al nacer su hija, logró, tras una ardua
persuasión, que una mujer no mutilara a sus cinco hijas como tenía
previsto: “Son cinco niñas no mutiladas, cinco niñas que no van a
mutilar a sus hijas, es una generación salvada”, sonríe. Y es que lo
tiene claro: “Aunque sólo sea una niña la que se salve. Aunque con mi
voz sólo una persona reaccione y decida pararlo en otro lado del mundo,
yo he ganado”.
La mutilación genital femenina abarca procedimientos distintos:
clitoridectomía (resección parcial o total del clítoris), excisión (que
incluye, además del clítoris, labios mayores o menores), infibulación
(estrechamiento y sellado de la abertura vaginal tras cortar y recolocar
los labios menores o mayores e incluso el clítoris; la que sufrió Asha
Ismail) o aquellos otros procedimientos lesivos de los genitales
externos con fines no médicos, siguiendo a la OMS.
“Les digo a las mujeres que los problemas de salud que tienen no son
porque sí, son problemas asociados a lo que les han hecho. Simplemente
les digo que si te pasa a, b o c es por la mutilación. Porque, ¿cuántas
mujeres han muerto pariendo a sus hijos?, ¿o cuántos niños han muerto al
nacer?”, relata la activista keniana. Hemorragias graves, problemas
urinarios, quistes, infecciones, complicaciones del parto y aumento del
riesgo de muerte del recién nacido, además de problemas psicológicos
como depresión, ansiedad, trastorno de estrés postraumático o escasa
autoestima son algunas de las consecuencias relatadas por la OMS.
La vuelta a revivir un dolor que no se pasa, es habitual en la vida de
Asha Ismail: “Cuando llegué aquí había un gran desconocimiento del tema.
Fui a un ginecólogo y me miró, y llamó a otro, y a otro, y de repente
tenía a cuatro personas mirándome. Yo estaba temblando literalmente, y
sudando, pero no me dijeron nada. Cuando salí, me senté en el parque y
lloré muchísimo porque me sentí fatal. No les culpo porque no tenían ni
idea de lo que tenían delante”.
No sabe exactamente cuándo nació, pero debe rozar los 50 años. Huye de
la compasión, aunque su relato despierte encogimiento, dolor y rabia:
“No me gusta el victimismo, no me gusta que me miren como pobrecita,
porque no lo soy. Soy sobreviviente y me considero una luchadora como
millones de mujeres que han pasado por la mutilación. No solamente
luchan las activistas, no; las mujeres que están en silencio en su casa
pasándolo como lo pasan también son luchadoras. Somos sobrevivientes, no
víctimas”.
*Este artículo fue retomado del portal de Pikara Magazine.
Imagen Asha Ismail, en Bilbao. / Foto: Ecuador Etxea, Por: María Ángeles Fernández*
Cimacnoticias | Madrid, Esp .-
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