Bienaventurados los pobres porque saben,
que no ha de quererlos nadie por sus riquezas
Serrat
Podemos
decir que, la historia de las Constituciones en el mundo está marcada
por dos cosas: El Humanismo y El Capital. No podemos negar que la
historia de las revoluciones comienza en Europa, pero no podemos
soslayar que, las revoluciones – reales o no – se dieron en América,
como ejemplo, la llamada Independencia de México, que culmina con la
frase de Iturbide al firmar el Tratado de Córdoba: “Justo es que
desatemos el nudo sin romper la cuerda”.
Pero la primer
Constitución no nació en América, sino en Europa, pese a eso, la lucha
entre liberales y conservadores, se dio de manera encarnizada, al menos
de eso hay constancia, entre los seguidores y detractores de uno y otro
lado.
Los muertos durante la primera guerra de México fueron
muchos, los héroes, otro tanto pero, los mártires fueron demasiados, aún
para nuestros días. Las muertes de Hidalgo y Morelos durante la guerra
intestina llamada de Independencia marcaron la diferencia entre
quienes querían y quienes no, la libertad de la corona de España para
con la más grande colonia en el “Nuevo Mundo”.
Pero en todo
esto se disiparon dudas, dos grupos principales se disputaron el poder:
Liberales y Conservadores, es decir: Los Masones y la Iglesia Católica.
Por fortuna, en esos momentos, la logia Ecclesia comenzaba a cobrar
fuerza al interior del grupo intelectual con más arraigo entre la
población, es decir: El Clero.
Los masones lograron la casi
extinsión de la Compañía de Jesús, principal opositora a la
independencia y principal dique contra el luteranismo en Europa, sobre
todo porque, los jesuitas, educaban a la sociedad basándose en un modelo
humanista que, con el transcurso del tiempo, fue perdiéndose por
permitir un pensamiento liberal que terminaría por sembrar el germen de la libertad.
Así surgió una primera Constitución en México, en la época cuando la
masonería en México alcanzó grandes dimensiones y el país sufría una de
muchas invasiones por parte de europeos que veían en nuestro territorio,
una gran oportunidad para conservar grandes riquezas y poder.
Hasta que, finalmente, cien años después hubo otra guerra intestina que
llamaron Revolución, donde los caudillos defendían el derecho de la
gente a tener tierra propia y libertad, como fue el grito de Zapata, que
muriera asesinado en la hacienda de Chinameca, por el poder que tenía
gracias a sus ideas liberales. Por otra parte, en lo que la legislatura
terminaba de redactar los 131 artículos de nuestra Carta Magna, Doroteo
Arango moría, también en una emboscada.
Corrió mucha sangre
para que los mexicanos tuviéramos una Constitución, pero sobre todo,
mucha sangre se derramó para que, los derechos humanos fundamentales del
hombre a la vida, el techo, el sustento, vestido y la libertad,
cimentaran lo que hoy conforma la carta universal de los Derechos
Humanos, en 131 artículos que le dan al país soberanía sobre el
territorio y un orden entre los individuos que lo conforman.
Desafortunadamente, hoy el país se encuentra en una encrucijada donde,
lo que menos se quiere es más derramamiento de sangre, una vida justa e
igualitaria pero sobre todo, una verdadera soberanía sobre los bienes de
nuestro país que, gracias a la corrupción imperante y que encabeza el
grupo Atlacomulco y su títere Enrique Peña Nieto desde la presidencia de
la República, está llevando a México a uno de los que pudieran ser,
peores colapsos en la historia de un país que ha luchado por su
soberanía, prácticamente desde la fundación del territorio conocido
como: Nueva España y del cual, según el tratado de Córdoba, nunca se
dio…
Carlos Morales Tapia. Periodista Independiente en el Estado de Veracruz.
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