By Claudia Villegas
En
el cine, los musicales son para los adultos lo que hace unas décadas
fue Disney para los niños de todo el mundo. El cine estadounidense
además de representar una industria millonaria que factura más de 35 mil
millones de dólares anuales y que compite con los dividendos de la
industria armamentista, difunde con gran efectividad –cuando así se lo
propone– los valores totalitarios para la economía, la política, la
moral y la ideología política estadounidense.
Pero, como escribieron en 1971 Ariel Dorfman y el sociólogo francés Armand Mattelart en su libro Cómo leer al Pato Donald,
los productos de la comunicación de masas y la cultura estadounidense
no son cañonazos al aire, sino otra manera efectiva y clara de golpear.
Dorfman y Mattelart descifraron en este pequeño gran análisis, editado
en los años previos al golpe de estado en Chile, las claves de la
cultura estadounidense con un acento lúdico que privilegian el control
de masas, exigiendo una escasa participación y un cuestionamiento,
diseñando para ello modelos de pensamiento únicos y totalitarios.
Pasadas
varias décadas, bien valdría la pena estudiar qué ha sucedido con la
influencia de la industria del cine hecho en Hollywood sobre el ánimo
(Mood) del público, los votantes y los críticos del sistema
estadounidense en los países emergentes amenazados por la era Trump.
No es casual que la multinominada cinta La La Land
se transforme ahora en un fenómeno mediático en todo el mundo; lo mismo
en China, India, España o México, justo cuando el presidente
estadounidense Trump se consolida como uno de los hombres más odiados en
la esfera política. Las redes sociales, el exacerbado individualismo y
los contenidos multimedia potenciaron la difusión de los mensajes de La La Land,
pero sobre todo sus símbolos como un verdadero tratado de semiótica,
mientras el mundo mira y sufre el tiempo de Donald Trump y el neo
imperialismo estadunidense, que lo mismo niega tres veces al TLCAN,
desprecia a los migrantes, pacta con Rusia o amenaza con reiniciar la
época de la guerra fría pero en otras latitudes. Fueron, por cierto, los
primeros 60 días del gobierno de Trump cuando la película La La Land
aprovechó para enquistarse en la conciencia colectiva con mensajes como:
el sueño americano sigue vivo (claro, para algunos); por lo tanto se
defiende a toda costa y no se abandona (Make America Great Again);
lo que importa es el éxito, el dinero, no el amor; el jazz, la música
de los pueblos de color, sigue viva, pero está a punto de morir como
todo lo que no está en línea con el modelo de consumismo y el
proteccionismo. Los estereotipos raciales siguen siendo los mismos y
recuperan la historia que ya nos contaron en otros musicales. Hombre
caucásico, piel blanquísima; delgado, impecable.
Tampoco es casual, por lo tanto, que La La Land
o La ciudad de las estrellas se estrenara el 9 de diciembre de 2016,
apenas un mes después de que Trump ganó la elección a la presidencia de
Estados Unidos con un discurso hegemónico y autoritario; cuando las
calles se llenaron de protestas, en las que por cierto participaron
actores de Hollywood. No fue, por cierto, la entrega de los premios
Oscar el epicentro de un performance social en contra de Trump. Se
cuidan las formas de una industria billonaria y legendaria.
Tampoco puede ser casual que otro musical icónico de la cultura estadounidense, El Mago de Oz (1939),
se presentara el mismo año en el que dio inició la Segunda Guerra
Mundial por la invasión nazi a Polonia. Polonia igual que México se
transformó, entonces, en el blanco del odio nazi y en el símbolo de la
persecución. Si caía Polonia caería cualquiera, quiso contar el régimen
de Hitler a quien se le compara con Trump y su propaganda.
Las
audiencias necesitan un toque de esperanza y ello determina el éxito de
un producto en la comunicación de masas. En México, la consultoría de
estudios de mercado Nodo Research, que preside Luis Woldenberg
Karakowsky y en la que participa como accionista un excolaborador del
área de comunicación social de la Oficina de la Presidencia de la
República, Édgar Cuevas Echaide, diseñó una metodología para medir el
ánimo de la población en México. Lo interesante es que lograron un
contrato con Presidencia de la República y este tipo de análisis – de
circulación restringida – han formado parte de los cuadernos de trabajo
del gobierno de Enrique Peña Nieto.
Nodo Research trabajó, además,
en un proyecto con la Presidencia encabezado por la consultoría
estadounidense APCO Worldwide, en donde participó el ex secretario de
Energía de Estados Unidos, Bill Richardson. The Mexican Moment y Saving
Mexico fueron dos conceptos que tomaron como base los trabajos de estas
consultorías especializadas en el ánimo de los votantes.
New Deal y Doctrina del Shock
Pero volviendo a La La Land,
agregaremos que este filme nos muestra otro filón de las herramientas
que el sistema político y económico de Estados Unidos puede utilizar
para cobrar influencia; el del entretenimiento, como ya lo demostró
Disney durante muchas décadas. Igual que la Doctrina del Shock, descrita
por Naomi Klein, como la evidencia de que el capitalismo emplea
constantemente la violencia para influir miedo entre la población, y el
terrorismo contra el individuo y la sociedad para controlar. Terremotos,
inundaciones, crimen organizado, cambios en los modelos económicos
privilegiando el libre mercado; la devaluación de todas las divisas (
todas pero el dólar no) y hasta la infiltración y el espionaje, son
algunas vías de la Doctrina del Shock que –asegura la canadiense Naomi
Klein– tuvo sus orígenes en el nacimiento de la CIA (Agencia Central de
Inteligencia) vinculada con la derecha radical y el realineamiento no
partidista cuando ya se había agotado el orden establecido en 1930 por
la política del New Deal de Franklin D. Roosevelt.
Después
vendría un intenso trabajo de realineación de las ideologías políticas
en Estados Unidos y una gran influencia del movimiento neoconservador
que cobró mayor fuerza luego de los ataques terroristas del 11 de
septiembre, de acuerdo con el investigador Jesús Velasco en su trabajo La derecha radical en el Partido Republicano,
de Reagan a Trump. En ese realineamiento y radicalización de la ultra
derecha en Estados Unidos tendría su origen un hombre como Trump, con un
altavoz como las redes sociales.
En fin, del otro lado de la
Doctrina del Shock que impulsó en nuestro país a la generación de
tecnócratas que participaron en la época de los Chicago Boys, está la
industria del espectáculo que hace soñar a las audiencias y mostrar que
el sueño americano –con Trump o sin Trump– existe. Es entonces cuando
vemos en la pantalla grande a una barista con escasos ingresos que lucha
por llegar a los sets de grabación, mientras de tarde en tarde conduce
entre congestionamientos y autopistas en medio del desierto un flamante
Toyota Prius híbrido, fabricado –por cierto– por una de las armadoras
japonesas amenazadas por Trump de aplicarle nuevos impuestos si no
cancela sus planes de inversión en México.
Y como escribieron en
Chile, en la década de los setentas, Dorfman y Mattelart, mientras
Donald sea poder y sociedad colectiva, el imperialismo y la contra
cultura podrán dormir tranquilos. Tampoco, por cierto, es casualidad que
miles o millones de mexicanos han visto La La Land, no una sino varias
veces. Catarsis, le llaman.
Claudia Villegas
IQ Financiero
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