Magdalena Gómez
El 8 de marzo es el Día
Internacional de la Mujer. En el caso de las mujeres indígenas, hasta
hoy, no se da plena cuenta de la complejidad que entraña su pertenencia a
un pueblo y la dimensión de género. En los últimos 20 años, las mujeres
indígenas, inmersas en la dinámica del movimiento político de los
pueblos indígenas, han construido nuevos espacios propicios para la
reivindicación de demandas propias en tanto mujeres. Muchas de ellas son
similares a las genéricas de toda mujer, pero otras cuestionan, desde
dentro de sus pueblos, ciertas concepciones y prácticas avaladas por la
llamada costumbre.
Buena muestra de este proceso es el documento que fue presentado ante
el Congreso Nacional Indígena con motivo de su creación, en octubre de
1996. En primer lugar, se retomaron los espacios ganados durante la
discusión en la mesa de diálogo entre el Ejército Zapatista de
Liberación Nacional (EZLN) y el gobierno federal, por ello se anotó que
en la mesa de San Andrés se reconoció el derecho de las mujeres y la
necesidad de la paridad entre hombres y mujeres; sin embargo, no fueron
consensuados los mecanismos para implementarlos y para hacer efectivo
este derecho.
Se destacó que no hay duda de que la mujer indígena cumple un papel
productivo y simbólico igual de importante que el hombre; sin embargo,
por lo general las mujeres son excluidas de las decisiones públicas y
tienen menos derechos que los hombres. Asimismo, se aclaró que las
indígenas plantean sus demandas y reivindican sus derechos, no para ir
contra su cultura o de su grupo, sino para pensar la costumbre desde una
perspectiva que las incluya y no las violente. Al respecto,
concluyeron:
por eso decimos junto con otras hermanas indígenas organizadas que insistentemente abogan por cambiar la costumbre, que queremos abrir un camino nuevo para pensar la costumbre desde otra mirada, que no sea violatoria de nuestros derechos como personas y que nos dignifique y respete a las mujeres indígenas; queremos cambiar las costumbres siempre que no afecten nuestra dignidad. Insistieron en denunciar la triple opresión que viven las indígenas, por ser pobres, ser indígenas y ser mujeres.
Ya se vislumbraba la perspectiva de sus derechos políticos cuando
respaldaron el reconocimiento de la autonomía para los pueblos indios,
con garantía a las mujeres de paridad en todas las instancias de
representación. Se sumaron al cuestionamiento a la contrarreforma del
artículo 27 constitucional exigiendo se modifique para que las mujeres
tengan derecho a la tierra, junto al derecho de todos los pueblos
indígenas. Podemos apreciar en este documento de 1996 que las demandas
se formularon de manera directa, aun cuando si se perfila una concepción
al bordar sobre la interrelación entre su pertenencia a los pueblos
indígenas y de alguna manera su reivindicación de participación en el
proceso político con la situación que viven dentro de esas
colectividades en tanto mujeres.
Hoy el movimiento de mujeres indígenas se ha ampliado y
diversificado sus agendas. En relación con sus derechos políticos han
participado algunas, muy pocas, en diputaciones federales y locales o en
los municipios mediante los partidos políticos o en el caso de Oaxaca
mediante la elección por usos y costumbres. Esas trayectorias
individuales se suman a la agenda genérica de los partidos y buscan
introducir alguna demanda propia. Un ejemplo de esta tendencia lo
encontramos en el caso de Eufrosina Cruz, zapoteca, quien expresó:
vayamos arrebatando más; lo que he entendido en mi experiencia es que si tú no arrebatas, pues no te va a llegar; hace falta sensibilidad en los espacios públicos en la toma de decisiones en todos los rubros, el rezago está en todos los sectores. ( Milenio, 5/3/17)
Este perfil de participación política electoral está emplazado por el
Congreso Nacional Indígena (CNI) con respaldo del EZLN, y marcará sin
duda un viraje significativo, con la postulación de una mujer indígena
como candidata independiente a la Presidencia de la República. Se trata
de un cambio radical que será encabezado por una mujer indígena; es en
sí mismo una acción afirmativa, que entraña una ruptura con la hegemonía
patriarcal de las élites políticas. El otro elemento que constituye un
auténtico parteaguas es que esta mujer indígena llevará consigo un
programa anticapitalista, lo que marca una ruptura con el perfil de las
agendas electorales en curso.
Desde esta óptica cobra sentido lo señalado por el CNI el pasado 1º
de enero: “pretendemos sacudir la conciencia de la nación, que en efecto
pretendemos que la indignación, la resistencia y la rebeldía figuren en
las boletas electorales de 2018, pero que no es nuestra intención
competir en nada con los partidos y toda la clase política que aún nos
debe mucho…No nos confundan, no pretendemos competir con ellos, porque
no somos lo mismo”.
Tal es el desafío.
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