Ayer fue mi último día en la
Séptima Conferencia Internacional de La Vía Campesina y he llegué unos
minutos tarde al salón de actos. Al entrar me pareció que se había
transformado, ya no era una sala con 800 sillas ocupadas por campesinas y
campesinos, cada quien con su vestimenta, cada cual con su pieles,
estaturas, rostros; rodeados de unas cuerdas donde han estado, como
tendidas a los vientos, las banderas de los más de 80 movimientos y
organizaciones representadas. La sala esa mañana era un rectilíneo campo
de matas de lavanda de la Provenza francesa en el mejor momento de su
floración. Porque cada una de las personas participantes llevaba puesta
una camiseta violeta que explicaba cuál sería uno de los ejes temáticos
del día.
La camiseta lleva escrito el lema de una de las campañas de La Vía Campesina:
Basta ya de Violencia Contra las Mujeres. Las mujeres campesinas sufren muchas desigualdades de género (sin acceso a la tierra, con salarios más bajos que los hombres, discriminadas en los espacios organizativos, etc.) y también muchas formas de agresión, violación, acoso y malos tratos. En estos tiempos de migraciones forzosas, las mujeres que hoy nos han dado su testimonio, han insistido en cómo muchos de estos viajes son finalmente un episodio de mercantilismo, secuestradas en redes de trata de mujeres.
¿Cuál ha sido entonces la temática? ¿La lucha contra las
desigualdades? ¿Los conceptos de género? Sí, decididamente. Como han
dicho interpelando a sus compañeros, es urgente un compromiso verdadero
por parte de (nosotros) los varones. Pero aún más, han apuntado –y será
uno de los temas a interiorizar y profundizar en los próximos años– que
de estas luchas nace una estrategia, un pensamiento propio, y un
objetivo final de transformación de la sociedad, y que tiene un nombre y
muchas expresiones: el feminismo.
Iridiani Seibert es brasileña, y cuando tenía 14 años empezó
acompañar a su mamá a las reuniones del Movimiento de Mujeres Campesinas
de Brasil. Aunque ahora ella ejerce como coordinadora de esta
organización, se define como campesina. Jugueteando con su anillo de
semilla de tucum, una palmera nativa de la Amazonia, nos dibuja la casa
que tienen allá, cerca de la frontera de Argentina, donde cultivan todo
lo que necesitan, sin venenos, para la familia y para los vecinos.
Nuestra forma de pensar como mujeres campesinas es radicalmente opuesta a la hegemónica. Mientras la sociedad patriarcal habla de explotación nosotras hablamos de cuidados. Mientras se aspira y se insiste en la necesidad de poseer más y más tierras hasta el acaparamiento total, nosotras hablamos de disponer de lo necesario y equitativo. Mientras nos represan los ríos, nosotras los abrazamos. Mientras nos venden semillas preparadas para ofrecer grandes cosechas, nosotras conservamos aquellas semillas que puedan reproducirse. Iridiani pone en su boca los argumentos de un feminismo campesino que, como vemos, habla de olvidar paradigmas de nuestra sociedad como el productivismo o el extractivismo a partir de una relación diferente entre los seres humanos y la naturaleza a la que pertenecemos. La economía crematísitica es una fórmula equivocada si lo que deseamos es asegurar una vida digna de ser vivida a todas las personas de este planeta.
Con Perla Álvarez, campesina dirigente de la Conamuri de
Paraguay, coincido en el comedor. Es una estudiosa de la lengua guaraní,
y mientras nos divertimos enumerando palabras de este idioma que ahora
están en la lengua castellana, que si el jaguar, que si la mandioca o el
ñandú, me explica que la sociedad guaraní era una sociedad igualitaria y
que, por ejemplo, la palabra
jefeno existe porque no se necesitaba; a excepción de cuando hay una guerra o batalla donde la comunidad designa a un líder provisional. De hecho, hoy día, dice Perla, en guaraní a los mandamases se les trata de tú. Aunque se les haga corregir, por la autoridad competente. Una explicación que me permite entender que, de nuevo, mirando a algunas sociedades campesinas, rurales o indígenas, aprenderíamos a cambiar también las relaciones entre los seres humanos, deshaciendo jerarquías firmemente instaladas, como los privilegios del hombre frente a la mujer, del patrón frente a sus subordinados o también de los mayores frente a los menores.
Esta es la propuesta que se abre paso aquí en Derio, en el País
Vasco: el feminismo campesino popular. El movimiento al completo acepta
el reto de analizarla y desarrollarla. Las tres palabras que dominan el
mundo, capitalismo, patriarcado y racismo, ya no caben en los nuevos
diccionarios.
La lluvia ha acompañado durante estos tres días. Asegurando cosechas.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario