Por Arturo Rodríguez García ,
(apro).- El incremento de la violencia en zonas de potencial energético, es tan evidente, como la reincidente cercanía de Carlos Salinas de Gortari a los negocios del gas y el petróleo, a través de empresarios de su círculo asociados con trasnacionales energéticas de las que sus antiguos colaboradores suelen ser brokers.
Si hasta hace poco el planteamiento podía pasar por descabellado,
conspiranoico y sólo hipotético, los datos y los hechos ya no dejan
lugar a dudas.
Los ejemplos iniciales ocurrían con Coahuila, Nuevo León y
Tamaulipas, donde la violencia detonó hace una década y que, desde hace
tres años desarrollan, aparentemente pacificados (excepción hecha de
Tamaulipas), megaproyectos energéticos.
Que la ruta de la violencia pasa por las zonas de megaproyectos ya no
es novedad. El ejemplo más claro está en la ruta de los gasoductos,
cuyo caso emblemático es el denominado “Los Ramones”, la obra más grande
y más opaca del ramo energético de este sexenio, que viene de la
tamaulipeca Frontera Chica, para atravesar Nuevo León, seguir por San
Luis Potosí y llegar hasta Apaseo el Grade Guanajuato, entidad y región
la de este último punto que padece un recrudecimiento de la violencia
–atribuida siempre al hampa— luego de la presunta pacificación de las
primeras entidades por donde el proyecto ya registra un avance
significativo.
Para el caso, Pemex se asoció con IEnova, filial de Sempra Energy,
polémica trasnacional estadunidense cuyo representante en México es
Carlos Ruiz Sacristán, subsecretario de Hacienda con Salinas, cuyo sexenio terminó como director de Pemex.
El planteamiento de la correlación violencia-energía lo han hecho
varios autores. Lo hizo Federico Mastrogiovanni en su libro periodístico
sobre desaparecidos Ni vivos, ni muertos (Grijalbo. 2014); lo hizo Carlos Fazio, en Estado de Emergencia. De la Guerra de Calderón a la Guerra de Peña Nieto (Grijalbo. 2016) y, aunque de manera menos profunda que los anteriores, lo hice en El regreso autoritario del PRI. Inventario de una nación en crisis (Grijalbo. 2015).
En un día, dos asuntos indican de nueva cuenta esa simetría del
negocio energético con una previa instauración del terror, Salinas de
por medio:
Primero, el pasado miércoles 12 de julio, la compañía Sierra Oil
& Gas, primera empresa mexicana creada para aprovechar la Reforma
Energética, anunció el “descubrimiento” de un yacimiento petrolero a 60
kilómetros del puerto de Dos Bocas, en Paraíso Tabasco, lugar de
crímenes de alto impacto en una de las entidades más violentas e
inseguras de México.
En junio de 2015, en la Revista Proceso, se publicó un reportaje en
el que se informó de la participación de Jerónimo Gerard, cuñado de
Carlos Salinas de Gortari, en Sierra (consultar reportaje aquí). El
mecanismo sencillo: tomar las Afores e invertirlas en negocios privados
con el Estado Mexicano, especialmente redituable como se puede ver ahora
que la disidencia petrolera agrupada en la UNTYP, denuncia que el
yacimiento llevaba descubierto desde 2003 por geólogos de Pemex.
Luego, el mismo día 12, Otra empresa que dio noticia fue Jaguar
Exploración, que pujó y consiguió 11 zonas de gas y petróleo, en tanto,
su competidora Newpek, consiguió dos. La competencia es relativa. Jaguar
es dirigida por Dionisio Garza Medina, expresidente de Grupo Alfa, la
controladora de Newpek, donde lo sustituyó su primo Armando Garza Sada.
Negocio de familia, el clan Garza Sada es de añeja prosapia pero
ampliamente favorecido por Salinas. El tercer grupo ganador de las
licitaciones recientes fue Carso Oil & Gas, es decir, la filial
petrolera del magnate construido en el sexenio salinista, Carlos Slim,
que se quedó con dos zonas licitadas.
Y, por si alguna duda quedaba, el reparto ocurrió una vez más en las
zonas de precursor violento: las Cuencas de Burgos (Tamaulipas y Nuevo
León); Veracruz; Macuspana (Tabasco) y Salina del Istmo (Veracruz). No
hay política ficción, la correlación entre la violencia y los negocios
energéticos del salinismo, es contundentemente clara.
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