El colapso de unos
metros cuadrados de pavimento no es un suceso excepcional en el
asfaltado mundo contemporáneo. Deslaves y reacomodos de terreno y suelos
casi siempre dinámicos provocan la aparición de hoyos de todos los
tamaños en muchos países y latitudes, y a veces esas depresiones súbitas
se tragan casas, automóviles y gente. Lo extraordinario en el caso del
socavón del Paso Exprés, con saldo de dos muertos, varios vehículos
destruidos y decenas de miles de afectados por el obligado cierre de esa
peligrosísima vía rápida, es que hizo inocultable la pudrición del
modelo de negocios del grupo que detenta el gobierno.
Es cierto que las relaciones corruptas entre la facción peñista y
diversas firmas constructoras del país y del extranjero han sido
abundantemente documentadas por investigaciones periodísticas –como la
que sacó a la luz la Casa Blanca del propio Peña–,
conversaciones telefónicas filtradas a los medios en el contexto del
golpeteo interno entre grupos priístas y documentos que han sido
públicos desde siempre, en los que se puede observar la manera desaseada
en que suelen resolverse las licitaciones y otorgarse los contratos. El
desaseo pudo observarse también cuando la SCT tuvo que cancelar el
cuestionado contrato de construcción del trén rápido México-Querétaro,
entregado a un consorcio encabezado por una empresa china y en el que
participaba Grupo Higa, vendedor deficitario de mansiones a Peña,
Videgaray y otros, y beneficiario de concesiones en el estado de México y
en el gobierno federal. Más tarde se sabría de los enjuagues entre OHL,
el consorcio español abrumado en su país de origen por los
señalamientos de corrupción, y altos funcionarios del peñato, con Ruiz
Esparza a la cabeza.
En el caso del Paso Exprés de Cuernavaca, el contrato fue impugnado
de origen (2014) por la falta de calificación de las empresas
Construcciones Aldesa (española, implicada en donaciones
ilegales al Partido Popular) y Epccor (vinculada con Juan Diego
Gutiérrez Cortina, cuya empresa, Gutsa, fue inhabilitada por la
Secretaría de la Función Pública en 2011 por incumplimiento de
proyectos), porque era tan vago que ni siquiera especificaba el número
de carriles que habría de tener la obra y resultaba imposible, en
consecuencia, determinar de antemano su costo y el tiempo de ejecución.
Hubo un costo adicional a los más de 2 mil millones de pesos que terminó
costando el Paso Exprés: varias compañías más fueron contratadas para
verificar la calidad de los trabajosy recibieron, por ello, decenas de millones de pesos (https://is.gd/kZaXMA, https://is.gd/LY q9ft). La corrupción, en todo su esplendor.
Durante la construcción proliferaron los accidentes mortales
por la falta de medidas de seguridad y señalización, así como severas
afectaciones a diversas colonias (inundaciones de casas, por ejemplo) y
varias organizaciones vecinales y de comerciantes de Cuernavaca enviaron
denuncias dirigidas al propio Peña Nieto, a Ruiz Esparza y al
gobernador Graco Ramírez, pero ninguno hizo mucho ni poco para remediar
la situación. La obra, que habría debido quedar concluida a finales del
año pasado, fue finalmente inaugurada por esos tres funcionarios con un gran despliegue de publicidad, mentiras y autoelogios, pero incompleta (https://is.gd/2IakLl) y entre protestas de los habitantes (https://is.gd/bD9GUV).
Cuando la vialidad ya estaba en funciones, las fallas continuaron, al
igual que las advertencias, especialmente en lo relacionado con
desperfectos en el sistema de drenaje de la obra. Semanas antes de la
tragedia del 12 de julio, un funcionario de Chipitlán, población aledaña
al Paso Exprés, hizo llegar a la SCT fotos de un socavón que se había
abierto a un lado de la vía.
Luego pasó lo que pasó. Los gobiernos de Cuernavaca y de Morelos se
tardaron horas en acudir al rescate de las dos víctimas atrapadas en el
socavón, el gobierno federal le echó la culpa a la lluvia y a la basura y
Ruiz Esparza acabó presumiendo las indemnizaciones otorgadas a los
deudos (las cuales ni siquiera han sido aceptadas) por el
mal rato.
El hoyo del Paso Exprés no es la peor tragedia de cuantas han tenido
lugar en el país, pero sí representa un retrato ineludible del modus operandi de una corrupción que cuesta vidas. Por eso es tan lacerante. Y por eso el régimen tiene que aplicar medidas drásticas.
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