7/16/2017

Churchill

Carlos Bonfil


Brian Cox en un fotograma de la cinta de Teplitzky 

No deben ser muchas las maneras en que una película puede hacerle un parco favor a una realidad histórica y a la narrativa misma que pretende ilustrarla. Sin embargo, Churchill, el quinto largometraje de ficción de Jonathan Teplitzky, parece haberlas agotado todas. Cabe aclarar, de entrada, que en el caso del estadista británico no se trata de una biografía rutinaria, con el registro puntual de sus primeros años y su manera de ingresar y brillar en la política, ni tampoco de la manera en que el vigor de su conservadurismo tuvo que ceder el sitio, después de la Segunda Guerra Mundial, a un laborismo inglés triunfante y a la construcción de un Estado de bienestar social. La película concentra su acción en los días previos al decisivo desembarco de las tropas aliadas en las costas francesas de Normandía, en 1944, hecho histórico que dio inicio del fin al largo conflicto bélico.

El realizador y su guionista, Alex von Tunzelmann, eligen también concentrarse en algunos aspectos de la personalidad de un Winston Churchill que, sin duda, fue mucho más complejo de lo que permite ver la cinta cuando señala, con machacona insistencia, sus dudas y temores respecto de lo que considera una estrategia errónea de los ejércitos aliados, en particular la diseñada por el general estadunidense Dwight Eisenhower (John Slattery), encaminada, a su parecer, a un inútil derramamiento de sangre joven. Lo que alimenta la aprensión de Churchill (un Brian Cox en caracterización estupenda) es el recuerdo de la fallida incursión británica a la península de Galípoli, durante la Gran Guerra del 14-18, tragedia que causó la muerte de miles de soldados y de la que el político se siente directa y obsesivamente responsable. Desde las primeras imágenes del filme, un Churchill crepuscular contempla las aguas del mar misteriosamente teñidas de sangre. Y aunque esa metáfora elemental no será recurrente en la trama, el intenso sentimiento de culpa que se apodera del hombre marcará cada una de sus acciones, entorpeciendo su desempeño como estratega militar (anclado lamentablemente en el pasado) y afectando incluso su vida sentimental a lado de su esposa (Miranda Richardson), mujer de carácter vigoroso que pacientemente intentará apaciguar las tormentas interiores del personaje.

Lo que pudo ser una sugerente aproximación al gran drama de un hombre político paulatinamente reducido a la inacción y la impotencia, ya sea por la incomprensión o la estrechez de miras de sus colaboradores, ya por las fallas de su propio carácter orgulloso y necio, se vuelve un insípido melodrama que prolonga, escena tras escena, el mismo tono quejumbroso y amargo de un ser atrapado en el pasado, proclive al sentimentalismo cuando imagina los saldos desastrosos de una guerra que, sin embargo, considera necesaria, y con escasa perspicacia y paciencia frente a estrategias militares diferentes a las suyas. Lo que consignan los biógrafos del estadista es una imagen diametralmente opuesta. En primer lugar, la de un hombre con un sentido del humor muy agudo, en ocasiones devastador, y un ingenio verbal, aquí poco explorado, cuando no ausente.

Presentar al gran negociador, invariablemente lúcido y alerta, que siempre fue Churchill a lo largo de toda la guerra, como un manojo de flaquezas morales y aprensiones nerviosas, no sólo no hace justicia al personaje, sino que está en abierta contradicción con el estadista que muestra la propia cinta al momento de ofrecer sus discursos más firmes y memorables. Brian Cox, actor de solvencia admirable, salva a este Churchill de Jonathan Teplitzky de un naufragio total y de la intrascendencia. Siempre resulta saludable, en efecto, cuestionar los mitos que se tejen en torno a las grandes figuras históricas (algo que la literatura emprende con mayor fortuna que un cine apegado a la noción de espectáculo); lo lamentable es cuando esa empresa únicamente conduce a la trivialización de la historia y a una comprensión meramente emocional de lo que en verdad emprendieron sus mejores protagonistas.

Se exhibe en salas comerciales y en la Cineteca Nacional.

Twitter: @Carlos.Bonfil1

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