Las
historias y testimonios de las mujeres que formaron parte del
movimiento estudiantil que rápidamente se transformó en una movilización
política. "Decían que las mujeres solo servían para servir café, pero
nosotras siempre participamos en igualdad", recuerdan.
Esto cuenta Elsa Lecuona, quien en 1968 era estudiante de primer
semestre de Derecho en la UNAM y que tras el inicio del movimiento,
deviene brigadista junto con muchos otros estudiantes, mujeres y
hombres.
Integrante del grupo de teatro de su facultad –en el cual participó
el actor Arturo Alegro–, Lecuona recuerda que leían a Marx y a Trotsky a
escondidas porque la mayoría de sus compañeros de la carrera eran de
derecha.
Se siente orgullosa de haber pertenecido a este movimiento y afirma que su participación fue al cien, hasta
10 días antes del 2 de octubre, momento en que es forzada a marcharse
de la ciudad para proteger su integridad, según lo consideró su familia.
Es 2018 y se conmemoran 50 años de este movimiento estudiantil, que
rápidamente se transformó en una movilización política, según afirma la
propia Lecuona; si bien es cierto que se han hecho grandes homenajes, se
han escrito una gran cantidad de libros, revistas, folletos, artículos y
reportajes, para ella como para algunas de sus compañeras, no se ha
enfocado adecuadamente el papel de las mujeres en este movimiento.
“Yo lo he vivido a lo largo de los años: es que dicen que las mujeres
solo servían para servir café, para ser acompañantes…y yo les digo,
‘discúlpenme, pero lo que yo me acuerdo es que participábamos en
igualdad en tanto estarnos jugando la vida completa, yendo a mercados, a
fábricas, subiéndonos en los autobuses, repartiendo volantes y pidiendo
dinero. A veces cuando hacíamos pintas y pegas pues nos correteaban y
nos alcanzaban y nos daban patadas o lo que fuera”, recuerda
enérgicamente Ana Ignacia Rodríguez, cariñosamente conocida como la
Nacha, estudiante del quinto semestre de Derecho en la misma facultad
que Elsa.
Para la época, una mujer que estudiaba y, además, participaba en el
movimiento estudiantil era ya una suerte de escándalo. Tratar de vestir
de forma distinta a la que se estipulaba socialmente, era mal visto,
“andábamos de minifaldas, con zapatitos de tacón, ligueros y medias y
así teníamos que correr de la policía o del ejército”, afirma Lecuona,
hoy una abogada retirada.
Contrario a lo que se podría pensar, dentro del movimiento
estudiantil –y a pesar de que la mayoría de participantes eran hombres–
tanto Nacha como Elsa, concuerdan en que se respiraba una igualdad en el
trato y en las labores de brigada que se repartían día con día.
“Nos integramos hombres y mujeres en plena igualdad”, insiste Lecuona.
El movimiento estudiantil cambió en semanas, de uno estudiantil a uno
político, las demandas ya no eran sólo el cese a la represión o la
libertad de los estudiantes presos, también exigían la destitución de
funcionarios y los artículos de la constitución que permitían la
tipificación del delito disolución social.
Pasaron de ser reprimidos por la policía a ser reprimidos por el
ejército y eso es un salto. Y también resultó un movimiento que dejó
muchos cambios, en lo inmediato y en adelante, yaque a partir de
entonces, las mujeres que vivieron esta experiencia, cambiaron en todo
sentido.
Las brigadas estudiantiles
Desde la creación del Consejo Nacional de Huelga (CNH) y hasta, por
lo menos comienzos de 1969, las brigadas se constituyeron como el cuerpo
del movimiento. Miles de estudiantes tomaron las calles y comenzaron a
traducir los mensajes y las informaciones a los distintos sectores de la
población.
En la Ciudad de México y en varios estados del país, las y los
brigadistas dieron vida y sentido a un movimiento severamente reprimido y
difamado por el gobierno de Gustavo Díaz Ordaz, quien no pudo superar,
ni con la radio, la televisión y los periódicos, la gran capacidad de
las brigadas para comunicar los motivos de su lucha.
“Si algo hay de importante en el movimiento estudiantil de 1968
fueron las brigadas; sin las brigadas no puede concebirse. Y tampoco se
les ha dado un reconocimiento como se debe”, dice Nacha, quien se ha
definido a sí misma como brigadista y no como líder, a pesar de que
mucha gente la ha llamado así.
Silvia Gálvez tenía 15 años cuando empezó el movimiento estudiantil,
hoy nutrióloga y terapeuta, en aquella época comenzaba su formación en
la Vocacional 4 del IPN y rápidamente se involucra dentro de esa gran
red que fueron las brigadas:
“Yo me incorporo como brigadista y empiezo a dar discursos en los
camiones y a botear. Mi escuela se desintegró [con la ocupación del
ejército] pero yo tenía un novio que tenía unas primas en la Escuela
Superior de Ciencias Biológicas y empezamos a ir a las asambleas, tenía
un enorme auditorio donde se hacían enormes asambleas”.
Muchas fueron las formas en las que se apoyaban y mantenían a quienes
integraban las brigadas. Por ejemplo, el Comité de Huelga de la escuela
en la que finalmente participó Silvia, daba boletos que cambiaban las y
los brigadistas por el resultado del boteo y con esos boletos podían
desayunar y/o comer en la cafetería.
“Llegábamos y nos informaban cuál era el boletín de prensa más reciente, nos daban un buen tambache de boletines hechos con mimeógrafo que teníamos que repartir”, comenta Gálvez.
Esta escuela política rápidamente se consolidó como el esqueleto del
movimiento, sin el cual no se habría podido enfrentar la dinámica
gubernamental de controlarlo todo, los discursos políticos y la
información en particular.
Elsa, Silvia y Nacha comparten las vivencias que, a 50 años del
movimiento y con toda la tecnología que existe, suenan distantes. Sin
embargo, su trabajo de base sirvió de ejemplo para nuevos procesos
políticos, como la huelga de la UNAM entre 1999 y 2000 o la lucha del
Sindicato Mexicano de Electricistas en 2009, donde el contacto con las
personas de a pie era fundamental para despertar empatía.
“Yo andaba en mis brigadas –continúa emocionada Elsa–, estábamos en
nuestro trabajo, picando esténciles, cortando los volantes,
repartiéndolos, ir al mercado de Santa Julia, al mercado de San Cosme a
hacer los mítines. Era mucha la solidaridad del pueblo mexicano, sentías
el afecto del pueblo por el movimiento estudiantil”.
En este mismo sentido, Silvia hace un ejercicio de memoria y menciona
cosas fundamentales para comprender el funcionamiento de las brigadas,
motor dislocado del movimiento:
“Hacíamos una mancuerna, nos subíamos a un camión en un semáforo,
decíamos ‘¿nos dejas dar un mensaje a tus pasajeros?’, todos siempre nos
dijeron que sí, mientras yo daba el mensaje, la última información de
lo que estaba ocurriendo, mi compañero o compañera pasaba el bote de la
cooperación y cuando terminábamos el mensaje bajábamos en el siguiente
semáforo. Era un trabajo constante, muy rápido, de mucha agilidad, de
ordenar los mensajes muy sintéticamente”.
Tan solo han pasado 50 años
Para la menor del grupo, Silvia, quien ronda los 65 años, los
aprendizajes de su despertar político y del tiempo que pasó después se
concentran mucho en la conciencia, que no ha cambiado mucho para ella:
“dejó huellas de convicción para toda la vida, hasta ahora yo no tengo
duda alguna de que hay que estar hombro con hombro con el pueblo, que
existe una clase burguesa que nos tiene con una pata en el pescuezo, que
los presupuestos gubernamentales y los cuerpos de la política se
encuentran en un grado de corrupción alto, no me queda ninguna duda. Que
ellos viven en un mundo distinto y nosotros en otro”.
En el caso de Elsa Lecuona, la reflexión que hace al ser consultada
sobre lo que más guarda de aquella época, se centra sobre todo en los
cambios que se dieron en su vida personal y en la vida de las mujeres,
que como ella, decidieron romper con lo impuesto y lo conservador de la
sociedad mexicana de entonces.
“El movimiento estudiantil nos hizo cambiar de manera dramática y muy rápida”.
“Estas mujeres que ves aquí –me señala una fotografía de la época
donde aparece con otras amigas– nos prometimos no casarnos con vestido
blanco. Era un todo: leer a Marx y era un repudiar el vestido de novia y
el que quiera una mujer virgen pues a ver dónde la busca. Nosotras nos
prometimos no casarnos vírgenes; teníamos que dejar de ser vírgenes por
amor y no por aceptar un vestido blanco, una televisión a colores, dos
hijos y un perro”.
Las tres mujeres coinciden en que el movimiento estudiantil rompió
sus esquemas, les mostró un panorama que no sabían que existía y que en
sus distintos orígenes no tenían. Se trató de, en palabras de Silvia,
“de un espacio de expresión muy significativo donde se vivió la
posibilidad de expandir la conciencia colectiva y personal”.
Sin embargo, Nacha puntualiza que para ella, junto con la Tita, luego
de la prisión vinieron otro tipo de represiones: la laboral, de
vivienda y de estigma social. No ha sido fácil salir adelante en estos
cincuenta años en los que el país no ha logrado acabar con la
desigualdad y tampoco el Estado ha construido la justicia que se ha
exigido desde entonces.
Las cinco décadas que nos separan de 1968 son también las mismas en
las que no sabemos el número exacto de personas asesinadas y
desaparecidas, no ha habido castigo para los responsables de la
represión y violencia de aquella época, ni de todos los agravios que
hasta hoy acumula la sociedad mexicana.
Silvia logra sintetizar la opinión de las tres mujeres que han
compartido su testimonio y hace referencia al decreto aprobado en el
pleno de la Cámara de Diputados de inscribir con letras de oro en el
Muro de Honor del palacio legislativo de San Lázaro ‘Al Movimiento
Estudiantil de 1968’: “no ha habido justicia y no creo que unas letras
doradas sirvan de algo”.
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