Claudio Lomnitz
La Rectoría de la
Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) conmemoró la matanza de
Tlatelolco con una imagen iluminada de la paloma que fue logo de los
Juegos Olímpicos de 1968, pero que lleva un balazo en el corazón, y
luego con letras en neón, tomadas en estilo también del logo, que dicen:
Nunca más. A su vez, el presidente electo, Andrés Manuel López Obrador, declaró también que, como presidente, no ordenará represión. Que el Ejército es pueblo en armas, y que no se usará nunca a los militares contra el pueblo.
Todo eso está muy bien, hasta donde alcanza. Lo malo es que no
alcanza mucho, porque la matanza de Tlatelolco ya no es un punto de
referencia útil para entender los peligros del presente. Decirle
¡nunca más!a Tlatelolco, hoy, es un poco como declararle el
¡nunca más!a la Santa Inquisición, o a la Cristiada. Estamos de acuerdo en que no debe volver a darse algo así, pero nadie siente hoy un peligro inminente del regreso de aquello. Nos hemos acostumbrado a ver en los acontecimientos del 68 un modelo de la relación entre Estado y sociedad, aunque ese ejemplo ya no alcance para entender los peligros que enfrenta hoy nuestro Estado y nuestra sociedad.
Pongo un ejemplo para que se entienda. En Ayotzinapa fueron asesinados 43 estudiantes, y se dijo pronto que
fue el Estado. Y así fue. Fue el Estado. Los normalistas fueron capturados y asesinados por la policía de Iguala, a órdenes también del presidente municipal. El ayuntamiento es parte del Estado, de modo que, sin lugar a dudas,
fue el Estado. Pero ¿es ese Estado el mismo que se movilizó contra los estudiantes en Tlatelolco, en 1968? No lo creo.
La matanza de Tlatelolco fue ordenada por el presidente de la
República y su secretario de Gobernación. El Ejército obedeció de manera
ordenada y disciplinada, y como corporación. La maniobra fue pensada
como una medida que obedecía a la razón de Estado, realizada para
garantizar el orden público y para que los espectadores y periodistas
que llegaran a los Juegos Olímpicos se llevaran una buena impresión,
cosa que el presidente Gustavo Díaz Ordaz imaginaba como un asunto de
interés nacional.
La matanza de Iguala, en cambio, fue una escaramuza perpetrada en el
contexto de una guerra entre mafias, que se habían apropiado de la
pedacería del Estado (gobiernos municipales, policías locales, algunas
autoridades estatales, quizá algunos mandos militares...), y que las
usaron como su instrumento para cuidar intereses privados, en otras
palabras, para garantizar su control territorial de zonas donde pueden
extorsionar a vendedores ambulantes, comercios y transportistas,
monopolizar la producción de amapola, o simplemente donde pueden hacerse
del presupuesto municipal como si fuera suyo propio. De modo que en
Iguala, como en Tlatelolco, sí
fue el Estadoquien asesinó, pero no fue el mismo Estado. La matanza de los estudiantes de la Normal de Ayotzinapa no fue ordenada por el Presidente de la República, ni por el titular de Gobernación ni tampoco se trató de una orden procesada por el secretario de la Defensa. La matanza tampoco se hizo en aras de proteger la imagen del Estado o del país, ni siquiera en los sueños delirantes de algún presidente. Fue, por el contrario, un asunto local, como han sido la mayoría de las matanzas que desde una docena de años suceden a diario en México, y que cuya escala es tanto, tanto mayor que lo de Tlatelolco.
¡Nunca más! Eso se declara desde la Rectoría. Eso lo declara el
presidente electo López Obrador. Pero apenas la semana antepasada se
encontraron más muertos en dos tráileres refrigerados en Jalisco de los
que hubo en Tlatelolco. ¿Nunca más? ¿En serio? Si ni siquiera sabemos
quiénes son los muertos que estaban en esos dos camiones. Si ni siquiera
sabemos quiénes los mataron ni por qué.
En su artículo de Milenio de ayer, Héctor Aguilar Camín cita
un estudio, al parecer riguroso, de Susana Zavala, que concluye que el
Ejército mató a 78 estudiantes en la noche de Tlatelolco. Los cálculos
alternativos, de The Guardian y de la embajada de Estados
Unidos, fueron, en su momento, de 325 y de entre 150 y 200,
respectivamente. Y conmemoramos solemnemente el 2 de octubre declarando
que
¡nunca más!, cuando unos días antes aparecieron 157 cadáveres en un tráiler, y 273 en otro.
En un contexto así, ¿que significa el
¡nunca más!?
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