Alejandro Nadal
La teoría económica desempeña
un papel fundamental en nuestra visión del mundo y de la sociedad.
Desgraciadamente, ha contribuido a distorsionar nuestra perspectiva y ha
deformado la percepción de las fuerzas que guían el devenir de los
acontecimientos humanos. Quizá en ningún espacio esto ha sido más
destructivo que en el ámbito del llamado mercado laboral. Es en este ámbito en el que más urge sacudirse la tiranía de las ideas.
Los salarios bajos han sido una de las características centrales de
la economía mexicana desde hace décadas. Hasta en las negociaciones
sobre el TLCAN uno de los temas centrales sobre los que insistió Estados
Unidos fue la necesidad de incrementar los salarios, que alcanzan uno
de los niveles más bajos de Latinoamérica. Se dijo que los salarios
deprimidos conferían una ventaja competitiva artificial a la economía
mexicana, casi similar a la que puede proporcionar la manipulación del
tipo de cambio. Los poderes establecidos en México se llevaron así la
sorpresa de ver que la presión para incrementarlos no provenía de
sindicatos incómodos, sino de Washington.
Este año los salarios contractuales aumentaron 5.5 por ciento y se
espera que el incremento llegue a 6 por ciento a finales de diciembre.
El alza en términos reales es mucho más modesta, pues se espera que la
inflación para finales de año alcance 4.5 por ciento.
La evolución de los salarios contractuales sigue de cerca la del
mínimo, que en la actualidad es de 88.36 pesos diarios. Desde hace mucho
los aumentos al salario mínimo han estado ligados a la inflación
esperada y no a la efectiva, lo que explica buena parte del desplome de
su poder adquisitivo. Hasta el Consejo Coordinador Empresarial ha
afirmado estar de acuerdo en incrementar el salario mínimo a 98 pesos
diarios para ajustarlo con los criterios del Coneval, que son bajísimos.
En la actualidad, 80 por ciento de la población que percibe un ingreso
por su trabajo recibe hasta cinco salarios mínimos, y 50 por ciento
recibe hasta tres salarios mínimos por su trabajo.
Las autoridades económicas han sido prisioneras de visiones sobre el
mercado laboral que son completamente falsas. Una de ellas es que a los
factores de la producción, capital y trabajo, les corresponde lo que
aportan a la producción. En su versión más extrema, esta idea descansa
en la teoría de la productividad marginal. A pesar de haber sido
desacreditada en los debates teóricos de la controversia de los dos
Cambridge sobre teoría del capital (que se desarrolló entre 1955 y
1966), esa visión distorsionada sigue siendo aceptada por la derecha y
la izquierda, y hasta por amplias capas del público.
La otra visión descansa en la idea de un mercado laboral en el que la
oferta y la demanda de trabajo determinan el precio (salario) del
factor trabajo: cuando bajan los salarios, las empresas contratan mayor
cantidad de personal. Cualquiera que conozca algo sobre plantas
industriales y coeficientes de utilización de la capacidad instalada
sabe perfectamente que las empresas contratarán más trabajadores cuando
hay expectativas de que el mercado se mantendrá estable o en expansión.
Si se espera que el mercado estará deprimido, una empresa no contratará
más trabajadores aunque bajen los salarios. Esta imagen de lo que sucede
en las relaciones laborales también ha sido ampliamente criticada,
porque las curvas de oferta y demanda en ese mítico mercado ni siquiera
pueden apoyarse en la teoría económica convencional. Por ejemplo, es
posible que la oferta de trabajo disminuya al incrementarse los
salarios, porque los empleados podrían optar por menos horas laborales y
aún así obtener el ingreso que desean.
Todo esto ha tenido repercusiones en la teoría macroeconómica a
través de las críticas de Friedman y la escuela monetarista, y
posteriormente la escuela de expectativas racionales con Robert Lucas a
la cabeza.
En el modelo de Friedman, los esfuerzos por reducir el desempleo a
partir de cierto umbral (llamado la tasa natural de desempleo) serían
infructuosos y llevarían a trabajadores y empresas a ajustar sus
expectativas sobre inflación aumentando sus demandas de salarios más
altos e incrementos de precios. Esta concepción llevó a la idea de una
tasa natural de desempleo a partir de la cual los esfuerzos por reducir
la desocupación serían infructuosos y sólo generarían mayor inflación.
El Banco de México sigue pensando en este marco conceptual a pesar de
haber sido desacreditado y de que se ha demostrado que no puede servir
como guía para la política macroeconómica.
Los salarios se determinan por relaciones de poder económico y un enramado institucional que no es neutro. La idea del mercado laboral es un poderoso y engañoso instrumento basado en curvas de
oferta y demanday
tasas naturales de desempleo.
Pero ni esas curvas ni la tasa natural existen. Son construcciones de
una teoría económica que requiere urgentemente una crítica responsable y
una revisión radical.
Twitter: @anadaloficials
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