Los TLC surgieron en el contexto de la restructuración del comercio internacional, en el viraje del ciclo largo expansivo del capitalismo del segundo posguerra hacia el actual ciclo largo recesivo. La Unión Europea permitió a ese continente lograr una mejor inserción internacional, a la vez que el TLC de Estados Unidos con Canadá y México tenían el mismo rol.
Pero este último tenía un componente específico: integraba a un país de la periferia a la más grande economía del mundo. Para Estados Unidos serviría como modelo de integración subordinada hacia América Latina –recordemos que Chile era el próximo candidato a integrarse en aquel momento.
Sin embargo, el proyecto del Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA), después de ser cuestionado ampliamente por las movilizaciones populares, terminó siendo derrotado cuando Brasil –que junto a Estados Unidos presidían el proyecto en su fase final– cambió de un presidente adepto a los TLC, Fernando Cardoso, a otro, Lula, que prioriza los procesos de integración regional y que le impuso su veto.
El continente pasó a tener como línea divisoria la prioridad por TLC o la prioridad de los procesos de integración regional, que se multiplicaron –del Mercosur al Banco del Sur, a Unasur, al Consejo Sudamericano de Defensa, a la Alba–, paralelamente a la elección de la más grande cantidad de gobiernos progresistas en la región.
Éstos se caracterizan por la prioridad dada a los procesos de integración regional en lugar de los TLC –en que se involucró México, entre otros países del continente. Pero su orientación política incluye también, además de la enorme intensificación del comercio intrarregional, la diversificación de su comercio internacional, con especial participación de China –que se ha vuelto el primer socio comercial de Brasil–, desplazando a Estados Unidos. Así como –tema mucho más importante del visto de vista social– la extensión del mercado interno de masas, opción frente a la prioridad dada a los ajustes fiscales. Esto ha permitido un inmenso proceso de democratización social, de elevación del poder adquisitivo de las capas populares, una fuerte redistribución de la renta, aumento constante del empleo formal, disminución de las desigualdades sociales.
La combinación de estos tres elementos –integración regional, diversificación del comercio internacional y expansión del mercado interno de consumo popular–, que caracterizan a los gobiernos progresistas de América Latina, ha permitido, asimismo, una reacción mucho más rápida y positiva frente a la crisis.
Mientras países como México, que habían optado por una relación preferencial con Estados Unidos, sufren duramente los efectos de la crisis, que tiene su epicentro justamente en su poderoso vecino del norte –revelando la equivocación de la opción por el TLC–, los países de los procesos de integración regional han reaccionado de forma mucho más rápida y positiva. Países como Bolivia, Ecuador, Brasil, Argentina, Uruguay han salido de forma más o menos rápida de la crisis, haciendo que, por primera vez, no sean los más pobres los que paguen el precio más duro, porque las políticas sociales y de extensión del mercado interno de consumo popular no se han frenado en el momento de la crisis. Los estados de esos países, fortalecidos, han podido desempeñar un rol esencial en la resistencia a la crisis, porque se había superado la idea del Estado mínimo y de extensión ilimitada del mercado.
Así que si México quiere recuperarse de forma más rápida y consistente de la crisis –de la que sufre las peores consecuencias, como efecto de la opción equivocada de dar la espalda hacia América Latina y asociarse estrechamente a la economía norteamericana–, no basta un TLC con Brasil. Tendría, por un lado, que diversificar su comercio internacional, abandonando la posición de tener más de 90 por ciento de su comercio con Estados Unidos, para extender su comercio con América Latina, con Asia, con África. Tendría, asimismo, que abandonar el TLC con América del Norte, que le impide integrarse a procesos como el Mercado Común del Sur, el Banco del Sur, Unasur, para volcarse centralmente hacia estos espacios.
Pero, además, tendría que fortalecer de nuevo su Estado, abandonar proyectos de privatización –antes de todo, de su empresa petrolífera, idea totalmente superada por las nuevas economías latinoamericanas que, al contrario, nacionalizan sus recursos naturales y fortalecen sus empresas estatales, y especialmente dedicarse a proyectos de desarrollo del mercado interno de consumo popular, de distribución de renta, de elevación del poder adquisitivo de los salarios, de expansión del empleo formal.
No basta por lo tanto una asociación unilateral con un país de la región para que México pueda cambiar el difícil futuro al que sus gobernantes lo han condenado. Sería necesario un verdadero cambio de modelo económico, implementado por fuerzas estrechamente vinculadas con las fuerzas democráticas, nacionales y populares con que México cuenta históricamente como su referencia fundamental como nación, en los centenarios de la independencia y de la revolución de 1910.
Que si ya hay un contrato modelo pero se mantiene en secreto. Que las grandes empresas petroleras participaron en la elaboración. Que si ya se invitó a esas trasnacionales a servirse con la cuchara grande. Parte de esto ha sido oficial.
El 6 de enero salieron en el Diario Oficial las Disposiciones Administrativas de contratación...
(y siguen dos renglones para completar el título), conocido como DAC. En su artículo 78 se dice que se podrá fijar en los contratos un área de trabajo identificada en términos de superficie con referencia en sectores de un minuto de latitud por un minuto de longitud
. También, que los contratos sean tales que permitan la explotación unificada de yacimientos que abarquen dos o más áreas de trabajo contiguas
.
Aquí no hay duda, se frenó la controversia constitucional contra estos y otros abusos contra el país y su Constitución. En el artículo del domingo pasado, mencionábamos los ocho sectores de Chicontepec, con las partes adjudicadas sin concurso a cinco empresas privadas. Y precisamente se habla de que el llamado contrato modelo contendría, entre otras, las joyitas de los contratos de Chicontepec.
Transcribimos algunas de las condiciones fijadas en uno de estos contratos. Firmado para esa región con la Weatherford, el 25 de junio de 2008, sin esperar nuevas leyes ni reglamentos (PEP es Pemex Exploración y Producción):
Responsabilidades de Ingeniería y Operación
• Para la perforación de los pozos designados, PEP es responsable de proporcionar el diseño básico de la perforación en cuanto a profundidad y geometría del pozo.
• El Contratista es responsable de la ingeniería de operación de las actividades de perforación de pozos, así como de la instalación, desmantelamiento, transporte y programas de mantenimiento de los equipos de perforación.
• Para la etapa de perforación de los pozos designados, el Contratista es responsable de elaborar el programa de fluidos de perforación, programa y selección de barrenas, programa hidráulico y condiciones de operación, diseño de los aparejos de fondo y planeación de la perforación direccional y diseño de la cementación de las tuberías de revestimiento.
• Con base en la información básica del pozo que proporciona PEP, el Contratista proporcionará la planeación, los diseños detallados, cálculos, pruebas de laboratorio y recomendaciones de ingeniería de perforación, así mismo son funciones del Contratista coordinar, dirigir y ejecutar los trabajos de perforación, previstos en el programa de perforación de los pozos.
Aquí termina el segmento del contrato. El contratista lo hace todo, incluso lo que se consideró durante décadas que debía ser realizado por Pemex. Ya Pemex no hará planeación, programación ni otras cosas que se consideraron sus funciones. Y poco después de que la Auditoría Superior de la Federación, al revisar la Cuenta Pública de 2008, mostró con cifras que era más barata la perforación realizada por Pemex que la contratada con empresas privadas.
A esto, se agregarían otros ingredientes como el partir y repartir, como pastel, las zonas petroleras. También el premiar al contratista si algo sale bien o muy bien. Y la manía de seguir derrochando el dinero donde éste casi no produce petróleo ni gas (Chicontepec) o de plano no produce, por lo menos por varios años, como en las Aguas Profundas.
Por si fuera poco, se siguen aumentando los sitios donde se inyecta nitrógeno, para luego tener que quemar más gas natural.
Debemos frenar todo esto, y para ello lo primero es estar conscientes de esto que está pasando y lo que venga.
Primera: el capitalismo, incluso uno tan rastacuero como se ha vuelto el nuestro, no se la puede pasar sin reformas que pueden llamarse estructurales. La técnica de producir debe cambiar si la ganancia que mueve al mundo ha de mantenerse y aumentar, y esto implica adecuar y readecuar sin cesar las relaciones laborales dentro de las empresas, las decisiones monetarias o fiscales dentro de los estados y, en general, las relaciones que hacen de las sociedades conjuntos más o menos coherentes. Sin una sintonía mínima entre estos planos de las relaciones sociales, la inestabilidad irrumpe como criminalidad, egoísmo sin freno de los políticos o avidez por la seguridad monetaria que, en países como el nuestro, casi siempre quiere decir fuga de capitales. De aquí el papel crucial de los gobiernos y los sistemas políticos como acumuladores
de energía social y promotores consistentes de un cambio sin fecha de término. Como dijera Polanyi: el cambio es inevitable; lo que está por verse es la capacidad que las sociedades y sus estados tengan para modularlo.
Segunda: aún sin grandes destrezas de conducción y modulación pública, las economías capitalistas acumulan capacidades y activos que, como consecuencia del ciclo económico, suelen caer en una relativa ociosidad que, de no erosionarse por el tiempo o el descuido, puede ponerse en marcha pronto de cara a la adversidad de una recesión y un desempleo mayúsculo como el que ahora nos caracteriza. De esta manera, sin esperar cambios mayores como los que podrían traer consigo las reformas estructurales proclamadas como mantra, la economía puede despertar de su letargo cíclico y echar a andar mediante acciones relativamente simples que están a la mano de las colectividades y, sobre todo, de los estados. Con un mayor gasto público deficitario y un mayor crédito público promocional y concesionario, por ejemplo, una economía como la de México bien podría empezar a desenrollarse a ritmos mayores que los esperados, sentando las bases de un mundo laboral dinámico y retribuidor que, por esa vía, se convirtiera en fuente ulterior de demanda por bienes y servicios, hasta forjar un círculo virtuoso clásico de crecimiento.
Hace cosa de un año, Romano Prodi advirtió en el alcázar de Chapultepec: no hay éxito exportador sin un mercado interno robusto, y no hay mercado interno fuerte sin política industrial. El italiano sabía dónde y ante quiénes estaba, pero ni su moderador ni sus anfitriones del Senado se inmutaron: Carstens mandó a parar, y toda esperanza en un giro de la política económica se quedó en las puertas del infierno recesivo que se desplegaba ante todos. No ha habido, a partir de entonces, ni reforma estructural ni crecimiento basado en las capacidades ociosas; no ha habido política anticíclica para salir al paso de la contracción, ni política de desarrollo destinada a modificar relaciones arcaicas y desatar las fuerzas productivas existentes, para propulsar la innovación y la acumulación de capital, la diversificación productiva y social, sin lo cual el desarrollo no puede autosostenerse.
En esas estamos: hay que hacer reformas y hay que intervenir sobre lo que existe para ponerlo a caminar como condición sin la cual la reproducción económica y social es impensable. No es verdad que, como tribu sin rumbo, los mexicanos nos neguemos sistemática y suicidamente al cambio. Lo que ha faltado, en especial a los grupos gobernantes y a quienes se autodesignaron como sus preceptores desde la cúpula del dinero, es valor para reconocer que las reformas hechas no dieron los frutos esperados y en vez de ello trajeron consigo enormes huecos productivos y brechas sociales ominosas. Que, por tanto, lo que debe hacerse es reformar las reformas, empezando por precisar de qué reformas se trata y qué secuencia y horizonte debe seguirse a partir de esta obligada redefinición del curso nacional.
Lo que ha faltado es coraje y sensibilidad para actuar con oportunidad y firmeza frente a un huracán desalmado que mandó a la calle a cientos de miles de gentes y a la pobreza a varios millones más. Los políticos bajaron la frente ante la prepotencia de los magos de Oz de Hacienda y aceptaron profundizar la recesión, para luego descubrir que los sedicentes herederos de Limantour los habían engañado.
Si Calderón y su secretario hicieran mutis por un momento, a lo mejor descubriríamos que no es la política, sino la torpeza mental del poder, la que nos tiene postrados. Y que todos, o casi, podemos estar de acuerdo en lo fundamental, que por lo pronto es la mera sobrevivencia.
normal al inicio de cada año debido al recorte de los empleos eventuales del fin de año. Si comparamos el mismo dato del año pasado y que fue del 5 por ciento, quiere decir, les guste o no, que ha aumentado.
Negar la evidencia es la peor política que puede ejercer un gobierno pues, además de que no engaña a nadie, tratan de evitar que se discutan los graves problemas nacionales y por lo tanto buscar las estrategias para enfrentarlo.
Pero si ya de por sí el desempleo en un país son datos muy preocupantes, todavía lo es más cuando se señala que de estos desempleados 74.1 por ciento de la población es el que tiene mayor nivel de instrucción.
Esto resulta muy desalentador para los jóvenes, bautizados como ninis, ni trabajan ni estudian, poniendo en evidencia que se les han cerrado los caminos y por lo tanto no les queda más que optar por la migración o por derroteros muchos más peligrosos. Pero por ahí los lleva un gobierno que no cumple con sus responsabilidades y cuyos funcionarios se mantiene en la simulación.
Como es el caso de los comentarios de Juan Molinar Horcasitas, secretario de Comunicaciones y Transportes, al señalar con todo desparpajo que México salió indemne de la crisis
, cuando se ha reconocido que la pobreza se ha incrementado en 6 millones de personas, dándose el lujo además de ofender a Brasil al afirmar que no vendemos samba sino proyectos
y que Brasil sólo tiene el tren rápido de Sao Paulo a Río de Janeiro
, (La Jornada, 2 de marzo 2010).
Pero ya que el secretario se empeña en la comparación vayamos a algunos datos duros para demostrarle su grosera ignorancia.
En primer lugar, Brasil se encuentra entre los llamados países BRIC (Brasil, Rusia, India y China), considerados así, entre otras cosas, por las cifras del crecimiento del PIB, y su enorme participación en el comercio internacional que lo hace muy atractivo como destino de inversiones.
Por eso los datos son apabullantes, pues en tanto que Brasil para el año 2008 había acumulado la cifra histórica de poco más de 45 mil millones de dólares, México se había quedado muy atrás con 22 mil 516 millones de dólares (Enrique Duarte).
Una razón más por la que es un destino muy importante para la inversión es que ha hecho un esfuerzo enorme en educación, investigación y desarrollo de tecnologías, alcanzando uno por ciento como porcentaje del PIB en investigación y desarrollo (I+D) para el año 2000, al mismo tiempo ha aplicado reglas muy estrictas para controlar la entrada de capital especulativo y de baja productividad.
En tanto que México invirtió 0.4 por ciento del PIB en dichas actividades para ese mismo año (Cepal). Todo ello se refleja en el número de investigadores por cada millón de habitantes en el año 2002, que en Brasil alcanzaron 401 en tanto que México tenía 230.
México tiene que entender que para atraer IED el trabajo barato ya no es suficiente, ha pasado el tiempo del llamado “race to bottom”. Lo que ahora se requiere es una fuerza de trabajo que posea cierto nivel de calificación para que sean competitivos a nivel internacional, además debe tener un sector científico educativo competitivo, y un adecuado desarrollo de la infraestructura. Por lo tanto nuevamente se equivoca el gobierno al tratar de captar el interés de las empresas extranjeras ofreciéndoles invertir en carreteras, energía, agua y turismo
, pues éstos son los sectores que los gobiernos tienen en sus manos para crear empleos y relanzar la economía en forma soberana.
A todo esto se añade la modalidad industrial seguida por el país basada principalmente en actividades de ensamble y manufacturas orientadas a la fabricación de productos con poco contenido y valor agregado; es decir, la maquila que requiere actividades mínimas de I+D. Todo ello va alejando al país cada vez más de la posibilidad de jugar un papel destacado en la nueva división internacional del trabajo y mantienen al país en el subdesarrollo y como exportador de mano de obra.
Al comparar con Brasil, que tanto gusta a nuestros políticos, es fácil observar la enorme diferencia de sus respectivas políticas, sobre todo si observamos el stock de migrantes de alta calificación de 25 años y más residentes en Estados Unidos y que para el año 1990 fue de 1.3 por ciento, subiendo a 2 para el año 2000 con una estimación de 2.3 por ciento para el año 2007 para Brasil.
En tanto que para México, ese mismo stock fue del orden de 10.9 por ciento, 15.5 y 16.8 por ciento, respectivamente (Lozano). Un país absorbe a su población y el otro la expulsa.
La migración puede ser positiva para los pueblos pues enriquece las culturas, pero no aquella que responde a exigencias de sobrevivencia producto de las pésimas administraciones. Muy injusto para los trabajadores y lo más triste es que esta situación es reversible, como lo están comprobando países como Bolivia y Ecuador, cuyas poblaciones empiezan a regresar a sus países gracias a los nuevos proyectos económicos, políticos y sociales de sus gobernantes.
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