9/03/2011

¿Y ahora qué hacemos con los Twitterroristas?

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María de Jesús Bravo Pagola y Gilberto Martínez Vera, los tuiteros acusados de terrorismo. Foto: Julio Argumedo / Fuente: http://www.veracruzenred.com/

El recientemente celebrado Marshall McLuhan hacía una distinción entre medios fríos y calientes, basándose en la cantidad de información que éstos aportaban y en el involucramiento de las audiencias. McLuhan sostenía que los medios fríos eran aquellos que, al dar poca información obligaban a la audiencia a involucrarse más. De esta manera podrían explicarse fenómenos como, por ejemplo, lo ocurrido el 31 de octubre de 1938 con Orson Welles y su dramatización radiofónica de La Guerra de los Mundos, que debido a su realismo, provocó una histeria colectiva que afectó a poco más de un millón de personas.

Sería interesante conocer la opinión de McLuhan en una época en la que a pesar de vivir inmersos en un excesivo torrente de información, ésta no parecería llegar completa o con la fidelidad debida. Dentro de su clasificación de medios ¿Dónde quedaría el oscilante internet con sus marejadas de información sin procesar? O más interesante aún ¿En qué nivel pondría a las Redes Sociales donde hay un mayor intercambio de datos entre usuarios pero dudosos niveles de fidelidad? ¿Estamos ante medios tibios, sobre calentados, o simplemente volubles?

Un análisis similar podría realizarse con lo recientemente ocurrido en Veracruz y el par de twitteros que trajeron un nuevo concepto para los mexicanos: el Twitterrorista. Dos de las palabras que parecen estar de moda en nuestro país en un solo concepto.

Con las debidas distancias, lo ocurrido el pasado viernes 26 de agosto tiene ciertas similitudes a la histeria colectiva causada por Orson Welles con su Guerra de los Mundos: debido a una serie de rumores esparcidos por las redes sociales, particularmente Twitter, decenas de padres veracruzanos fueron a recoger a sus hijos a distintos colegios ubicados en el puerto y los municipios conurbados de Alvarado y Boca del Río.

Bajo los hashtags #verfolow y #Veracruz se esparció el rumor de posibles narcoataques a las escuelas ubicadas en estas áreas. A pesar de no haber nada confirmado, los padres corrieron a recoger a sus hijos en medio del pánico colectivo, provocando un inusual tráfico en la ciudad y prácticamente evacuando las escuelas bajo su propia mano.

El movimiento fue tal que el gobernador de Veracruz, Javier Duarte de Ochoa, tuvo que ponerse en contacto con los directivos de las escuelas. Tras la histeria generalizada vinieron mensajes oficiales para tranquilizar a los veracruzanos, el gobernador y el secretario de educación del Estado declarando que no había que dejarse llevar “por esta oleada de desinformación”.

El mismo viernes 26, surgieron los nombres de María de Jesús Bravo Pagola y Gilberto Martínez Vera; periodista la primera, el segundo definido en los medios sólo como “tuitero” (especial atención a esta nueva categoría oficial). Pero más importante aún, ambos fueron definidos con un concepto que escuchamos adjudicado por primera vez a connacionales nuestros: Twitterrorista.

Con una inmediatez sorprendente, tal vez propia del Internet, el gobierno de Veracruz, naturalmente asustado por las recientes balaceras que se han dado en su Estado, había encontrado a los responsables de este acto terrorista. Y es que parece ser que tras lo ocurrido en el Casino Royale en Monterrey hace unos días, el terrorismo es el mayor problema de nuestro país. Así pues, cualquiera que atente contra la seguridad nacional es catalogado de terrorista.

Lo “bonito” de todo esto es cuando se decide juntar este adjetivo con el lugar en el que ocurrió todo. Así que ahí están: los dos primeros Twitterroristas mexicanos.

Acusados de sabotaje y terrorismo, a este “twitterpar” (acomodándonos un poco a esta moda) les dieron formal prisión el pasado miércoles, una vez que el juez de la causa determinó que las pruebas presentadas eran suficientes para detener a los acusados.

Toda esta situación ha levantado un debate en torno a si la acción de Bravo Pagola y Martínez Vega fue terrorismo o libertad de expresión. Lo interesante en torno a esto es que ni siquiera se ha confirmado aún que el primer tuit que provocó la histeria colectiva proviniese de alguno de estos dos usuarios.

Además, el abogado que representa tanto a Bravo Pagola como a Martínez Vega ha declarado que se han dado múltiples violaciones a los derechos humanos en el proceso de encarcelamiento de sus clientes.

Cabe insistir en la rapidez con la que el gobierno veracruzano capturó a dos usuarios de internet, un gobierno que, como apunta el blog Pijama Surf, no ha sido capaz de encontrar aún a quien plantó una granada “que explotó en la afueras del acuario del puerto de Veracruz”.

Sin duda vivimos una era en la que el internet parece jugar un papel clave, mas no claro, para la justicia de este país. Ahí esta el caso de Marisela Escobedo y el video de su asesinato frente al Palacio de Gobierno de Chihuahua, que le dio la vuelta al mundo por internet y que permanece sin resolución.

¿Qué es lo que realmente ocurre con el par de “Twitterroristas” veracruzanos? Que estamos en un país en el que la situación se ha salido de las manos, en el que, parafraseando a McLuhan, pareciera ser que el medio no es el mensaje, sino el miedo.

El narcoatentado en Monterrey, junto con el asesinato del periodista Humberto Millán Salazar ocurridos la semana pasada, y el asesinato de las periodistas Ana María Marcela Yarce y Rocío González Trápaga esta semana, son las heridas de un país al que el miedo se está carcomiendo y provoca reacciones de esta índole. El pánico colectivo por el lado de la sociedad civil a la menor provocación y la necesidad de resultados inmediatos, sin premeditación o el debido juicio, por parte de las autoridades.

Este comportamiento por parte del gobierno parece lamentablemente natural, tras cinco años de una Guerra contra el Narcotráfico que, en lugar de ser analizada y planeada como era debido, es reafirmada en el último informe de gobierno del Presidente.

Por supuesto que tampoco es justificable jugar a través del rumor con una sociedad tan sensible como la mexicana en estos días y, particularmente, con la veracruzana, que más ha sufrido de la insensibilidad de otros. Pero lo cierto es que el gobierno parece actuar sin saber qué hacer, tomando medidas autoritarias ante situaciones desconocidas.

México aún no cuenta con el marco legal adecuado para los crímenes virtuales y digitales. Tan es así, que aún no estamos del todo seguros si esto deba ser considerado un crimen y, de ser así, en qué medida debe de ser juzgado.

Amnistía Internacional ya alzó la voz y consideró injusto el trato que se le ha dado a los tuiteros, en Internet ya surgió el movimiento “Yo también soy Twitterrorista”. Pero aún así, nada más ha ocurrido.

¿Es necesario el método del castigo ejemplar? ¿Estamos realmente hablando de terrorismo? Y si ambas respuestas resultaran afirmativas ¿Por qué no se aplican estas medidas con los criminales que van más allá de la virtualidad y que hacen de nuestra realidad lo que es?

De seguro la primera pregunta que surgió en la mente de las autoridades veracruzanas fue ¿Y ahora, qué hacemos con los Twitterroristas?

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