10/02/2011

No se olvida


Sara Sefchovich


“Dos de octubre no se olvida”, dice la consigna. Y no se olvida porque fue un día de represión que ha pasado a la historia como parteaguas entre los tiempos del México de la paz perfecta, donde todo eran inauguraciones y clausuras y donde la colaboración entre el gobierno y la iniciativa privada y entre el Estado y las diferentes clases sociales era excelente, pues, como escribió Pablo González Casanova: “La sociedad civil compartió en gran medida los mitos y perspectivas oficiales. La comunicación fue particularmente fácil, el lenguaje común habló el lenguaje oficial, el sentido común fue el oficial, la interpretación de la historia, de la economía y de las perspectivas del futuro fueron parte de una sociedad civil que pensó como su gobierno” y el México del enojo, en el que las clases medias, que habían crecido al amparo del modelo implantado después de la Revolución, como sectores mimados de la sociedad a los que nada les faltaba en un país de moneda dura, oportunidades de estudio, trabajo y consumo, calles seguras, servicios y televisión, pero que, pese a esto, querían más: querían, como los jóvenes del mundo, poder opinar y disentir, oponerse al autoritarismo y al lenguaje oficial anquilosado y siempre triunfalista, querían la democracia.

Pero lo que recibieron como respuesta a sus exigencias fueron balas. Una mano dura fue la manera de “salvar a la patria” y “mantener el orden”, como decía el entonces presidente Gustavo Díaz Ordaz que mandó al Ejército contra los estudiantes.

Hoy, más de 40 años después, con todo y democracia y modernización, la mano dura pretende seguir siendo la forma de terminar con la violencia y de conseguir la seguridad.

Y, sin embargo, desde el 2 de octubre de 1968 y hasta el 2 de octubre de 2011, la pregunta ses la misma: ¿Cómo se resuelven los problemas sociales? ¿Con la fuerza o con la negociación? Y las respuestas también hoy dividen a los ciudadanos.

Ayer como hoy escuchamos a quienes consideran que el Presidente en turno hizo bien en sacar al Ejército a las calles y a quienes consideran que eso no debió hacerse y que si ya se hizo, ahora toca regresar al Ejército a los cuarteles.

Por igual oímos a quien asegura que “la posición del gobierno federal es básicamente correcta, la única conducente, de hecho” que al que afirma que “la estrategia contra el crimen organizado es equivocada”; por igual nos muestran encuestas en las que “la mayoría de mexicanos quiere que se quede el Ejército” y otras en las que “de nada sirve que se destaquen policías y soldados”.

Y, como explica Morris Berman, cada uno cree que su posición es la correcta y la que todos deben sostener. Es más, hay a quienes no les cabe en la cabeza que no sea de ese modo.

Según Carlos Monsiváis, los sucesos del 68 mostraron que “la fiesta desarrollista” había terminado, haciendo evidente “una crisis política, moral y sicológica de convicciones y valores que sacudió los esquemas triunfales de la capa gobernante”. La frase aplica perfectamente para hoy, pues lo mismo que hace 40 años, seguimos viviendo en lo que el mismo pensador llamó “el anuncio sangriento de que los tiempos habían cambiado sin que cambiaran las recetas para enfrentarlos”.

Dos de octubre es también, y paradójicamente para los mexicanos, el día internacional de la no-violencia, que se instauró en esta fecha por ser el aniversario del nacimiento de Mohandas Karamchad Gandhi, el padre de la patria en la India, un hombre convencido de que se podía vivir sin violencia, luchar, resistir y conseguir los objetivos de manera pacífica. Y así lo hizo.

No imagino lo que pensaría el Mahatma si viera la encuesta reciente llevada a cabo por la Universidad Nacional, en la cual una buena mayoría de jóvenes entre los 15 y 17 años se manifestaron a favor de la tortura y la pena de muerte para combatirla, haciendo evidente “una inclinación por el combate a la violencia con la violencia”. Seguramente reiteraría lo que acostumbraba decir y que está tan lleno de verdad: que “las impresiones que se reciben en la niñez son las que echan raíces profundas en la naturaleza humana y por lo tanto son muy difíciles de erradicar o cambiar”.

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