No cambiar el modelo, con la urgencia que demandan las circunstancias, para darle un giro democrático e incluyente a la economía nacional, será realmente fatal. Y si ahora vivimos situaciones dantescas
Mientras crece en el mundo el rechazo de los pueblos por el modelo neoliberal, del que no se escapa la cuna del mismo, Estados Unidos, en México el grupo en el poder sigue empeñado en mantenerlo, como lo deja ver la firmeza con la que Felipe Calderón defiende la aprobación de las llamadas reformas estructurales, que no son otra cosa que la perpetuación de las gravísimas injusticias que tienen a la mayoría de mexicanos en condiciones de absoluto subdesarrollo, y al país en el infierno de la violencia extrema y una cada vez más grave descomposición del tejido social.
En la inauguración del Foro del Mercado de Valores 2011, insistió nuevamente en que el Congreso apruebe las reformas económicas pendientes, pues de no hacerlo, según él, “México va a perder no sólo una valiosa oportunidad, sino que en el futuro quizá tendrá que hacerlas en condiciones mucho más difíciles y apremiantes”. La que más le urge es la laboral, pues la oligarquía quiere contar con las bases jurídicas que legalicen la esclavitud asalariada, pues no otra cosa serían los trabajadores una vez conculcados sus derechos más elementales.
Perpetuar y profundizar el neoliberalismo en México, será condenar a los mexicanos a llevar una “vida” como la que viven muchos pueblos africanos. No es una exageración tal señalamiento, como bien lo saben los directivos del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial, ahora muy preocupados por la situación prevaleciente en el mundo, precisamente por los abusos cometidos contra los pueblos en aras de fortalecer la macroeconomía, logro muy relativo como es posible constatarlo, sobre todo en Europa, continente que ya entró en un periodo de franca recesión, según Bruce Kasman, economista en jefe y director global de Investigación Económica de JP Morgan.
No cambiar el modelo, con la urgencia que demandan las circunstancias, para darle un giro democrático e incluyente a la economía nacional, será realmente fatal. Y si ahora vivimos situaciones dantescas por la dramática inseguridad pública, seguir por la ruta que quiere la oligarquía, la mafia del poder, obligará a millones de ciudadanos a sobreponerse a su desesperación, algunos dejándose llevar por actitudes suicidas y derrotistas, otros más buscando mecanismos que les permitan dar un cauce propositivo y maduro a su natural descontento. De cualquier forma, se trata de condiciones “difíciles y apremiantes”, que van a provocar la ira del pueblo.
Es materialmente insostenible por más tiempo la explotación inmisericorde de los trabajadores, misma que se quiere exacerbar a límites de esclavitud semejantes a las que vivieron los obreros que iniciaron la revolución industrial a fines del siglo diecinueve, cuando estaban a merced total de los patrones. Según Calderón, sería la única manera de que haya más empleos. Pero aun cuando así fuera, serían “empleos” que ensancharían aún más la brecha entre la minoría que disfruta de privilegios extraordinarios, y la mayoría que ya ahora carece de lo indispensable.
Se estaría obligando a los asalariados a buscar mecanismos extralegales para completar ingresos mínimos con los cuales evitar que sus hijos mueran de inanición. Así, la descomposición del tejido social se agravaría a extremos inmanejables, todo para que unos cuantos súper millonarios sigan acrecentando sus cuentas bancarias. ¿Dónde están los “defensores” de la vida que no se oponen a una política económica que atenta impunemente contra la vida de millones de niños desde su nacimiento? ¿Por qué no protestan y dejan oír su voz condenatoria?
El país está pagando muy caro la reforma económica que se hizo hace casi tres décadas, misma que puso punto final al crecimiento sostenido, al desarrollo estabilizador, a la movilidad social. Está muy equivocado Calderón al decir que si no se profundiza ahora el neoliberalismo, “el país lo pagará”. Ya pagamos los mexicanos el alto precio de la dictadura económica impuesta por el llamado Consenso de Washington en 1983. Es no sólo inhumano seguirlo haciendo, sino una injustificable estupidez, por las terribles consecuencias que tendría.
Por eso es vital sacar a los tecnócratas de Los Pinos, sean del PAN o del PRI o de “Los Chuchos”. Son enemigos jurados del pueblo que no se tientan el corazón, como se dice coloquialmente, para cumplir las órdenes y los deseos de sus amos. Es sumamente peligroso que continúen en el poder, no sólo por su absoluta falta de solidaridad con la nación, sino por su entreguismo antipatriótico. Sin la resistencia firme del pueblo, serían capaces de vender porciones enteras del territorio nacional, para evitarle al gobierno de Washington las molestias que se toma al estar planeando cómo inmiscuirse con más firmeza en los asuntos internos de México. ¿No acaba de amenazar el gobernador de Texas, Rick Perry, con enviar tropas estadounidenses a nuestro país para dizque matar a los narcos? Un sexenio más de tecnócratas apátridas evitaría que los “halcones” del vecino país tengan que amenazar. Aquí mismo les abrirían las puertas.
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