Celeste Ramírez
Vivimos tiempos aciagos donde la política pasó a ser nota para el periodismo rosa. Tiempos aciagos donde desde el periodismo rosa se asumen hechos que parecen ser noticia y también espectáculo.
Nuestro periodismo rosa se sustenta en páginas de papel couché de brillante contenido, de fotos espléndidas donde la información consiste en dar los más precisos datos, muchos de ellos exclusivos, sobre noviazgos, matrimonios, relaciones extramaritales, rupturas amorosas, bautismos, primeras comuniones. Hemos sido testigos de cómo los políticos abren sus fortalezas y exhiben haciendas, casas de playa, departamentos de lujo, cabañas de descanso, autos de colección, guardarropa, aficiones y salidas nocturnas con amigos, viajes de fin de semana o al extranjero y hasta compras en tiendas de firma en Rodeo Drive de los políticos de moda.
Muy a pesar, quedó atrás el tema profundo y sensible; la exigencia o el cuestionamiento social en temas como la inseguridad producto de la corrupción y narcotráfico o sobre los abultados índices de pobreza a los que cada año ingresan miles de mexicanos. Una sociedad socavada por la violencia y el empobrecimiento.
La prensa rosa mexicana -antes constreñida a los rescoldos del porfiriato y al mundo espectáculo nacional- se sustenta hoy como la más poderosa vitrina de difusión -y supuesta generadora de noticias- para quienes -o sobre quiénes- llevan, en su obligación constitucional, el destino de los ciudadanos de este país y de las entidades federativas.
La línea entre lo público y lo privado quedó rota a suerte de ganar mayor audiencia y electorado. En el caso reciente, incluso sobrevino la creación de un estereotipo del político audaz y moderno: Se desestimó la vida pública y política del país. Prácticamente, el estado se convirtió en un animador de espectáculos soslayando su papel de generador de un proyecto nacional.
En la última década sobrevinieron ejemplos determinantes en la transformación mediática de asuntos políticos que cayeron en la intrascendencia y en la ridiculez. Pasamos de líderes o estadistas a frívolos administradores. Cómo no olvidar al matrimonio Fox-Sahagún, afanados en mimetizar, muy a la mexicana, a la célebre pareja presidencial estadounidense Kennedy, al igual que Arturo Montiel Rojas, ex gobernador mexiquense, y la francesa Maude Versini.
En esta construcción del nuevo político, el caso más concluyente es el de Enrique Peña Nieto, ex gobernador del Estado de México, quien a partir de la muerte de Mónica Pretelini de Peña, estructuró una nueva imagen. Utilizó su nuevo estado civil como garantía de rating. En el medio público ventiló un asunto privado a través de una revista de las llamadas “del corazón” para posesionarse en segmentos determinados como una persona pública presa del drama y la emotividad, componentes que permitieron con mayor facilidad su comercialización. Se erigió entonces, incluso a expensas del rumor, como un personaje de audiencia construido para ser aprovechado por los medios de comunicación.
Con miras a la sucesión presidencial, las andanzas del exgobernador incluyeron un noviazgo mediático con una actriz de telenovela; la crónica rosa de su enlace matrimonial a todo color en todos los medios nacionales e internacionales; sus viajes a Miami con la familia, etc. Mientras tanto, el Estado de México, entidad habitada por casi 15 millones de personas, registra más de 50 municipios que elevaron su índice de pobreza y a pesar de la campaña gubernamental “Compromiso”, difundida por artistas de televisión como Lucero, el ex mandatario dejó una entidad con déficit en diversos servicios, entre ellos el correspondiente a la seguridad, que provocaron una mayor amplitud en la brecha social.
Acorde con la demanda de audiencia, mucha de ella acostumbrada, gracias a los melodramas de Televisa, a lo kitsch del romanticismo cursi, el posible candidato de la izquierda mexicana Marcelo Ebrard inició un romance publicitado también en las revistas rosas queriendo igualar la fórmula que supuestamente ha generado resultados positivos a Peña Nieto. Este viernes el jefe del gobierno del Distrito Federal contrajo nupcias con Rosalinda Bueso, ex embajadora de Honduras en México.
Y mientras tanto, el asunto político fluye recatado, frivolizado y telenovelesco.
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