LA OTRA RUTA MIGRATORIA
Huyen de la sierra por sequía y narcoviolencia
Patricia Mayorga Ordóñez, corresponsal
Chihuahua, 4 jul 12 (CIMAC).- Las mujeres de las distintas etnias de la entidad (tarahumaras o rarámuris, pimas, warojíos y tepehuanes) que emigran hacia la capital estatal debido a la violencia y la sequía, sólo tienen tres opciones para sobrevivir: elaborar y vender artesanías, emplearse en tareas domésticas, o de plano pedir limosna.
La antropóloga Ana Elena Loreley Servín, especialista en migración indígena en el estado de Chihuahua, explica que para las mujeres indígenas separadas de sus parejas o viudas, migrar es una alternativa de vida.
La experta abunda que las y los migrantes temporales rarámuris se establecen en los espacios urbanos marginados de la capital del estado. Las mujeres llegan con sus familias a casas prestadas, o en ocasiones construyen un pequeño jacal. La mayoría de ellas llega a asentamientos tarahumaras invitados por otros familiares.
“En la mentalidad de estas migrantes predomina una visión en la que las obligaciones del trabajo están supeditadas a la libertad de movimientos, a la alternancia entre diferentes ocupaciones, y a la autonomía del individuo por encima de los ritmos fijos de la sociedad occidental, lo que explica tanto su rechazo al empleo industrial”, observa Loreley Servín.
SOBREVIVENCIA
La antropóloga señala que a diferencia de lo que sucede en otras regiones del país, en Chihuahua son pocas las mujeres rarámuri que se ocupan como trabajadoras del hogar, ya que consideran que es una actividad que implica sumisión y dependencia hacia una patrona, además de muy bajo salario.
Sólo entre las indígenas migrantes jóvenes y madres solteras se observan algunos casos de empleo doméstico, acota la experta.
Servín apunta que centenas de familias tarahumaras que migran a la ciudad de Chihuahua viven de la caridad de sus parientes ya asentados previamente en esta ciudad, o de las limosnas del resto de la población.
La especialista argumenta que la práctica rarámuri conocida como “kórima” –compartir lo que se tiene con quienes se encuentren en mayor desventaja– en la ciudad se convierte en mendicidad.
“El kórima en la ciudad no tiene el mismo sentido que el que se practica en sus comunidades en la sierra Tarahumara. Es una difícil transformación, pero ellos saben que en la ciudad es una alternativa que permite alimentar a diario a cientos de familias indígenas migrantes”, advierte.
La migración de mujeres indígenas desde sus comunidades de la sierra a la capital del estado se agravó con la sequía en la entidad y el auge de la delincuencia organizada.
La Secretaría de Desarrollo Rural estatal ha reportado que Chihuahua enfrenta la peor catástrofe por la sequía más severa de los últimos 70 años.
Este año se han perdido 300 mil cabezas de ganado de diferentes especies; se sembró menos de la mitad de hectáreas programadas de maíz y todas se perdieron; la siembra de frijol sólo alcanzó un tercio comparado con el año pasado, y también se perdió la totalidad de la producción.
La alimentación de las y los tarahumaras depende casi en su totalidad, del maíz y el frijol. Las y los indígenas son la población más afectada por el rezago social e institucional en el que viven y que se ha naturalizado.
En tanto, los grupos delictivos han encontrado un lugar idóneo en la sierra Tarahumara para la siembra y producción de droga, lo que ha desplazado a cientos de familias indígenas.
Con el incremento en los índices de delitos del fuero común, las y los indígenas se han convertido también en víctimas de la violencia, asegura el defensor de los derechos humanos Víctor Quintana Silveyra.
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