Lydia Cacho
Ver
el video del presidente del PRI, Pedro Joaquín Coldwell, colándose en
la fila de la casilla especial de la sección 4616 en la que un centenar
de personas esperaban de manera ordenada, desató la ira de la mayoría.
Los gritos de “Corruptos, corruptos” recibieron la respuesta de una
minoría que coreaba “Presidente, presidente”. El argumento de quienes lo
defendieron fue que en las casillas especiales se estaban acabando las
boletas y que es una persona importante. Varias cosas resultaron
notables: que las y los funcionarios de casilla hayan permitido que el
político se colara, que a pesar de los gritos él siguiera sonriente
posando para las cámaras y al salir dijera que las elecciones
funcionaban con normalidad. Y sí para muchos priístas y ex gobernadores
que creen ser dueños del país romper las reglas es normal, y siempre habrá quien les justifique.
Por
distintas razones toda la sociedad añoraba que llegara hoy. El 2 de
julio significa el principio del fin de un desgaste social que sólo nos
dejan las elecciones y por experiencia de las últimas, desde el fraude
de 1988, producto de la “caída del sistema” operada por el PRI, la
sociedad se politiza y se involucra más en los procesos electorales y
paralelamente se muestra más iracunda, rabiosa, irascible y polarizada.
Hubo dos tipos de votantes ayer: quienes votaron de manera informada,
responsable y autónoma pese a posibles presiones de algún partido, y
quienes votaron para avalar y mantener esa cáustica y persistente
corrupción que no ha permitido que el país avance. Sabemos que ningún
partido se salvó de las trampas previas, de las triquiñuelas, compras de
voto y acarreos; ninguno.
Leo
la consigna que dice “si hay imposición, habrá revolución” y espero que
quienes la repiten se refieran a una revolución de ideas, de conciencia
cívica, de fortaleza ética; porque dada la forma en que funciona ya el
sistema electoral y con los candados y equilibrios al interior del IFE,
la única imposición posible del candidato del PRI sería la producida por
una mayoría de votos, por menor que ésta sea. Todos sabían que un
fraude cupular resultaría imposible, que lo que hacía falta era una
estrategia puntual para construir durante meses un rosario de corruptas
alianzas civiles; un escenario que permitiera que fuese una parte de la
sociedad la que se hiciera fraude a sí misma al vender su voto por
asegurar un trabajo en las burocracias estatales, aceptar dinero o
participar en las pirámides de electores (consigue 10 votantes y te
damos un bono).
Más
allá de las connotaciones violentas de esa consigna, que
afortunadamente no es más que una potente frase, resulta emocionante
darnos cuenta de que una buena parte de la sociedad joven defiende su
voto y sus ideas políticas como hace mucho no lo hacía. Porque más allá
de las pasiones ideológicas de cada quien, lo que este domingo sucedió
fue vital para el país; rompió con la manida frase de que a nadie le
importa ya lo que hagan las y los políticos. Nos importa más que nunca.
Pero sobre todo la gran lección es que a la sociedad le importa lo que
puede hacer unida. Esto fueron sólo elecciones; la democracia la
seguiremos construyendo y defendiendo gane quien gane, ésa será la
verdadera revolución.
Periodista
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