HENRIQUE MARIÑO
Público Horas después de
que el dictador nicaragüense Anastasio Somoza Debayle se jactase de que
había fumigado al último sandinista, el comando Juan José Quezada
tomaba la casa del ministro José María Castillo Quant, donde se
encontraban celebrando una fiesta prebostes de la dictadura,
empresarios estadounidenses y el cuñado del propio sátrapa. Después de
cuatro años acumulando fuerzas en silencio, el Frente Sandinista de
Liberación Nacional (FSLN) hacía, a punto de extinguirse 1974, una
demostración de fuerza con la Operación Diciembre Victorioso. La
liberación de los rehenes les procuró dinero y el canje de presos,
entre ellos el actual presidente, Daniel Ortega, pero también un
intangible que marcaría el devenir de la guerrilla marxista leninista.
Tres de los trece miembros del comando eran mujeres: Olga Avilés,
Eleonora Rocha y Leticia Herrera, quienes dejaron patente que su arrojo
y capacidad estaba a la altura de cualquier barbudo.
Había espacio para ellas fuera de la clandestinidad y más tareas
que las de ejercer de correos, vigilantes, espías o amas de casas de
seguridad, lo que en España se denomina pisos francos. Sin duda, el
objetivo de su lucha no sólo era el régimen sino también el machismo de
sus compañeros. La guerrilla también pecaba de patriarcal y, pese a los
méritos de tantas, sobran los dedos de una mano para contar las
comandantes guerrilleras. Leticia Herrera fue, junto a Dora María
Téllez y Mónica Baltodano, una de las tres que lograron tal grado,
aunque durante su trayectoria en el FSLN nunca pasó de ser una número
dos. Cuando tocaba colocarla en la vanguardia, siempre se optaba por un
hombre: no importaba que tuviese menos experiencia o que llevase un
tiempo inferior en el Frente.
Hija de un obrero y sindicalista nicaragüense que se vio forzado al
exilio en Costa Rica, nació en Puntarenas en 1946, aunque pronto sintió
la necesidad de retomar la militancia de su padre, reticente a que
regresase a su país para incorporarse a la lucha armada. Lo hizo
después de un periplo por Europa que tuvo como base la Universidad
Patrice Lumumba de Moscú, donde entró en contacto con el sandinismo.
Tras ser entrenada militarmente en el desierto por la Organización para
la Liberación de Palestina, viajó a Nicaragua para integrarse en una
célula clandestina y fue rebautizada con los nombres de guerra Vicky o
Miriam.
"Desde que tengo uso de razón, me he movido en
el ámbito de la lucha por el cambio que permita dotar de derechos
fundamentales a las grandes mayorías", explica 45 años después Herrera,
que ha venido a presentar a Madrid Guerrillera, mujer y comandante de
la Revolución sandinista, editado por Icaria. Un libro de memorias
escrito (en colaboración con Alberto González, Maria Antònia Sabater y
Maria Pau Trayner) desde la perspectiva de género que reivindica el
papel trascendental de sus compañeras. "Los movimientos de liberación
de los pueblos pasan por obstáculos y suponen sacrificios, sobre todo
para nosotras", afirma con voz cadenciosa y calma Herrera, quien fue
diputada y cónsul antes de asumir la Dirección de Resolución Alterna de
Conflictos, una entidad equivalente a los juzgados de paz que depende
de la Corte Suprema de Justicia.
Estudiantes, obreras, profesoras, tenderas, universitarias,
profesionales... De extracción social y económica diversa, bien
humildes, bien pequeño burguesas. Laicas, pero también cristianas de
base. Campesinas víctimas de la represión y urbanitas que soportaron
con estoicismo los rigores de la montaña. Estudiantes de Medicina,
Periodismo o, en su caso, Derecho que nada más terminar la carrera
hicieron prácticas en la guerrilla y fueron becarias de la
clandestinidad. Algunas, madres. Muchas habían entrado en el Frente
siendo unas adolescentes y no llegaron a eso que se da en llamar edad
adulta, pues sufrieron torturas indescriptibles, fueron brutalmente
violadas o cayeron en la batalla. "Pese a ello, se nos ha
invisibilizado totalmente", critica Miriam, quien acude al rescate de
las camaradas de aquellos belicosos años:
Gladys Báez, superviviente de la masacre cometida por la Guardia
Nacional en Pancasán, hoy diputada: "Su guarnición fue aniquilada y
ella sobrevivió después de ser sometida a violaciones y torturas. Se
recluyó en su casa, golpeada psicológicamente, hasta que la recuperamos
como diputada para la causa sandinista".
Doris Tejerino, ex jefa nacional de la Policía Sandinista y actualmente
parlamentaria, corrió la misma suerte y se convirtió en el rostro de la
denuncia.
Dora María Téllez, entonces apodada Comandante 2 y ahora dirigente del
Movimiento Renovador Sandinista, fue la dirigente política de la sonada
Operación Chanchera, que obligó a liberar a medio centenar de presos
tras la toma del Palacio Nacional de Managua en 1978.
Olga Avilés, La Tía, una de las tres de la Operación Diciembre
Victorioso: pasó de ejercer de maestra de guerrilleros a ser embajadora
en Vietnam, hasta que la llegada de Violeta Chamorro al poder le llevó
a trabajar como conductora de un microbús. Nunca fue capturada.
Norita Astorga, el cebo para secuestrar al general de la Guardia
Nacional Pérez Vega, aunque al Perro terminaron matándolo antes de
llevárselo porque ofreció resistencia. Aquel 8 de marzo de 1978, fecha
de su muerte, se celebraba el Día Internacional de la Mujer. Ocupó el
cargo de embajadora en EEUU y ante la ONU.
Mónica Baltodano, comandante guerrillera, llegó a convertir a la causa
a una de sus carceleras. Fue diputada del FSLN y se pasó a la
disidencia para dirigir el Movimiento por el Rescate del Sandinismo. Ha
escrito las ingentes Memorias de la lucha sandinista, el quién es quién
del movimiento en cuatro volúmenes.
La nómina de guerrilleras es extensa y no siempre tiraban plomo, caso
de la reportera Margarita Montealegre, apodada Martha Foto, más
pendiente de esquivar los disparos mientras documentaba la revolución
con imágenes. Otra cosa es que hayan ocupado en la Historia el lugar
que se merecen. "Desafortunadamente, en las luchas de liberación
siempre prevalece el machismo", reconoció en una entrevista a la
revista Alice la propia Herrera, en su día miembro del Estado Mayor del
Frente Occidental Rigoberto López y, una vez alcanzada la victoria,
coordinadora de los Comités de Defensa Sandinista. Fruto del fragor de
aquellos tiempos de combate, su hijo Camilo se apellida Ortega.
"La Operación Diciembre Victorioso puso de manifiesto que la dictadura
no era inamovible ni imbatible", recuerda Miriam, cuyo currículo
refleja que, más allá de la abogacía, estuvo diez años en la guerrilla
urbana y uno en la rural. "Pero también que las mujeres eran igual de
capaces que los hombres".
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