Alainet
Lo
que sucede en el estado de Guerrero no es la excepción ni el caso
extremo en México. Es la vena que hizo estallar la presión que bulle
por todos lados en este país hipertenso. Ahora nadie respira con alivio
ni señala que lo que allá sucede es cosa del trópico cargado de
pasiones, de machetes y de subdesarrollo. Nadie ve los toros desde la
barrera de su comodidad norteña o capitalina. Todos nos sentimos en el
redondel, en la misma arena, cada vez más manchada de sangre y de
muerte. Lo mismo la señora rubia clasemediera de Garza García, Nuevo
León que la doña indígena que reclama la aparición con vida de su hijo,
alumno de la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa.
La masacre
de Iguala, en ese sureño estado de Guerrero, los 43 muchachos
desaparecidos, han develado importantes aspectos de nuestra dolorosa
realidad y están generando un cambio cualitativo en este país, que por
fin se está moviendo, afortunadamente no como el presidente Peña Nieto
proclama en su slogan.
Ya casi se me convierte en obsesión una
categoría de análisis, de tanto verla realizada en nuestra
cotidianeidad: la "societas sceleris", sociedad de crimen. La utiliza
el politólogo brasileiro Helio Jaguaribe para analizar las sociedades
donde el crimen, la ilegalidad, la violación al estado del derecho no
sólo se hacen comunes, sino que se toleran, incluso se promueven desde
el poder político formal.
Así, los sucesos de Guerrero
revelan que en este país no son casos aislados un presidente municipal
ligado al narco, como el de Iguala, ni la cúpula de un partido político
tibio ante la delincuencia de sus militantes, como la del supuestamente
izquierdista, PRD. Que la delincuencia ha penetrado desde el patrullero
hasta las altas esferas de la administración de la justicia. Que el
Estado mexicano es casa tomada, como reza aquel espléndido cuento de
Julio Cortázar. Ocupadas por el crimen organizado muchas de sus
instancias en el Ejecutivo, en el Legislativo, en el Judicial; en los
tres órdenes de gobierno, en las paraestatales, como Pemex, en los
partidos, en los sindicatos.
Si para el despojo criminal,
ilegal, del patrimonio de la gente y de la Nación, supura la
complicidad políticos-delincuentes, también se percibe con claridad
cuando se trata de la alianza políticos-megaempresarios. ¿Cómo no
cruzar a la delgada línea roja que separa lo ilegal de lo ilegal para
apoderarse, con leyes reformadas a modo, de la riqueza de la Nación y
sus comunidades? Al despojo sangriento operado por las bandas
criminales hay que sumar la acumulación por despojo del subsuelo, de
los territorios, del agua, de los recursos naturales, ahora
formalizado, naturalizado por las flamantes reformas estructurales. No
es extraño que un Estado sea rehén de las mafias delincuenciales cuando
ha aceptado, negociado, mejor dicho, ser rehén y socio de las mafias
mineras canadienses, de las cuatro hermanas petroleras trasnacionales
de los grandes consorcios que lucran con el agua, con las semillas
transgénicas.
México se está ucranizando. En aquel país, los
intereses norteamericanos y europeos occidentales apoyan a un gobierno
despótico y a grupos armados neonazis para poder controlar la
explotación del gas shale y establecer miles de hectáreas de cultivos
transgénicos para la producción de agrocombustibles. Con esto pretenden
quebrar el dominio de Rusia sobre el suministro de gas a Europa, a la
vez que impiden que los países no amigos como Irán y los de Sudamérica,
sobre todo Brasil, Argentina, Bolivia y Venezuela se fortalezcan como
competidores en el ciclo de la energía y de los alimentos.
Tienen horror de que en México soplen vientos de independencia… de los
Estados Unidos y de acercamiento con América del Sur, de donde está
brotando la esperanza del planeta, según Noam Chomsky. Y su horror no
son los partidos de izquierda, sino toda la diversidad de movimientos
desde las raíces, la diversidad de resistencias que brotan por todos
los rumbos. Por eso criminalizan, asesinan, o cuando menos encarcelan a
los liderazgos, también múltiples y diversos. Han atacado, infiltrado,
masacrado a las autodefensas y tienen presos al Dr. Mireles, el alzado
de Michoacán, y a Nestora Salgado, la valerosa e inteligente lideresa
de Olinalá, Guerrero. Mario Luna, y Fernando Valencia, jefes de la
tribu yaqui, también están presos por defender su agua.
Y
cuando la ley no se pone a modo, cuando las llamadas fuerzas del orden
no pueden actuar, ahí están los sicarios del crimen organizado para
hacer el trabajo sucio en defensa de los intereses mafiosos: Se cumplen
dos años del asesinato en el norteño estado de Chihuahua, de Ismael
Solorio y Manuelita Solís, caídos en defensa de su territorio y su agua
en contra de una minera canadiense y de los menonitas ricos. Y ahora,
los muchachos normalistas de Ayotzinapa. Parece que la consigna es:
aterrorizar, anular o de plano, eliminar todo vestigio de movilización
de protesta y de resistencia. Esto lo señala con mucho acierto el grupo
que llama a una Constituyente Ciudadana, encabezado por el Obispo Raúl
Vera. No sólo es interés de los alcaldes o gobernadores corruptos,
también del régimen que encabeza Peña Nieto y sus mandamases allende
las fronteras, ahuyentar, atemorizar cualquier movimiento de protesta y
de resistencia.
A pesar de todo, en medio de tanta mafia, de
tanta muerte, de tanto dolor, de tanta sangre, estos días de octubre
nos han alimentado las ganas de creer. Ha sido maravillosa la gran
reacción, la gran convergencia nacional e internacional demandando la
presentación con vida de los 43 de Ayotzinapa. Han estado de frente los
jóvenes, y qué bueno. Desde los más radicales de otras normales
rurales, hasta los de la UNAM, la UAM, hasta los chicos de las
universidades particulares, como la Ibero, del Tec de Monterrey y hasta
del ITAM. De todos los lugares sociales se ha elevado el mismo clamor.
Parece que por fin este país se está dando cuenta que más allá de todas
las diferencias, hay sólo dos clases sociales: la de unos pocos de aquí
y de afuera que concentran el poder económico, el político y el
mediático, y la de la gente honesta, trabajadora con mucho, poco o nada
de dinero. La masacre de Iguala nos iguala.
El país de todas y
de todos contra el país de las mafias. Esa confrontación nacional, no
un problema local, es lo que se juega ahora en Guerrero.
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