6/06/2018

Los apuntes de Juárez


Carlos Martínez García

La historia de Benito Juárez no tiene parangón en la política mexicana. Tuvo todo en contra y venció obstáculo tras obstáculo, guiado por convicciones que lo llevaron a enfrentar el colonialismo interno e intervenciones extranjeras imperialistas.
Parece que Juárez escribió en sus años finales las páginas que ya editadas por primera vez como libro en 1928 fueron tituladas Apuntes para mis hijos. Hay varias ediciones del escrito, en la que me baso es la preparada por Héctor Cuauhtémoc Hernández Silva (Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas-Fondo de Cultura Económica, México, 2006), publicada con ocasión del bicentenario del nacimiento de Juárez. El autor quiso, escribe Josefina Zoraida Vázquez en el prólogo, subrayar la importancia de la educación como medio para transformar la vida de los seres humanos, un buen ejemplo para sus hijos y para otros mexicanos.
Nació en 1806, en un pueblo de la región zapoteca, San Pablo Guelatao, Oaxaca. Quedó en la orfandad a los tres años. Él y sus hermanas fueron cuidados por familiares. En los Apuntes... narra desde su infancia hasta poco antes de que fuese electo, en 1857, presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación. Su madre, Brígida García, murió al dar a luz a María Longinos. Tras el deceso de sus abuelos, Benito quedó bajo la tutela de un tío paterno, Bernardino Juárez.
Bernardino sería clave en el desarrollo de su sobrino. Años después Benito rememoraba que “en algunos ratos […] desocupados mi tío me enseñaba a leer, me manifestaba lo útil y conveniente que era saber el idioma castellano, y como entonces era sumamente difícil por la gente pobre y muy especialmente para la clase indígena adoptar una carrera científica que no fuese la eclesiástica, me indicaba sus deseos de que yo estudiase para ordenarme [sacerdote]”. Juárez cuenta que se le despertó un deseo vehemente de aprender.
Para procurarse un mejor horizonte, a la edad de 12 años Benito se fugó de casa de su tío para dirigirse a la capital del estado. En la ciudad trabajaba de cocinera su hermana María Josefa, en casa de Antonio Maza. Menos de un mes laboró en el cuidado de grana cochinilla, insecto de donde se obtenía color para elaborar tintes. En los primeros días de enero de 1819 entró a laborar como ayudante de Antonio Salanueva. A él lo describe en los siguientes términos: un hombre piadoso y muy honrado que ejercía el oficio de encuadernador y empastador de libros. Vestía el hábito de la Orden Tercera de San Francisco y aunque muy dedicado a la devoción y a las prácticas religiosas era bastante despreocupado y amigo de la educación de la juventud. Las obras Feijoo y las epístolas de San Pablo eran los libros de su lectura.
En la escuela Benito vivió los efectos del clasismo y la dicriminación hacia los estudiantes indígenas, ya que mientras el maestro en un cuarto separado enseñaba con esmero a un número determinado de niños que se llamaban decentes, yo y los demás jóvenes pobres como yo estábamos relagados a otro departamento bajo la dirección de un hombre que se titulaba ayudante y que era tan poco a próposito para enseñar y de un carácter duro como el maestro. Otro indígena ávido de aprender y que sería un liberal al igual que Juárez y compañero de lucha contra el clericalismo, Ignacio Manuel Altamirano (1834-1893), tuvo como el joven oaxaqueño similar historia escolar desventajosa. Los dos enfrentaron las ominosas condiciones y fueron parte de la generación más brillante en la historia política de México.
Altamirano, como Juárez, inició estudios a los 12 años. En la escuela experimenta acendradamente lo que significaba ser indio: “En el contexto social de su infancia, marcado por el racismo, recuerda el escritor que los niños eran separados en dos bancos: en uno se sentaban los hijos de los criollos y mestizos considerados ‘de razón’ y destinados a adquirir diversos conocimientos. En otro, los indígenas que ‘no eran de razón’ se dedicaban al aprendizaje de la lectura y a la memorización del catecismo del padre Ripalda” (Edith Negrín, selección y estudio preliminar, Ignacio Manuel Altamirano: para leer la patria diamantina. Una antología general, FCE-FLM-UNAM, México, 2006. p. 19).
Del 23 de noviembre de 1847 al 12 de agosto de 1848, Benito Juárez fue gobernador interino de Oaxaca. Continuó en el cargo, ya que fue relegido y ejerció el mandato hasta agosto de 1852. Durante la segunda gubernatura tuvo lugar un suceso revelador de la integridad ética de Juárez. En los Apuntes... evoca que en 1850 murió mi hija Guadalupe a la edad de dos años y aunque la ley que prohibía el enterramiento de los cadáveres en los templos exceptuaba a la familia del gobernador del estado, no quise hacer uso de esta gracia y yo mismo llevé el cadáver de mi hija al cementerio de San Miguel, que está situado a extramuros de la ciudad, para dar ejemplo de obediencia a la ley que las [prerrogativas] nulificaban con perjuicio de la salubridad pública.
En los Apuntes... destaca, como se ha visto, el papel central que le daba Juárez al proceso escolar y el desarrollo de un espíritu vehemente por aprender. También es central en el escrito la idea y práctica de la política como un ejercicio de servicio a la ciudadanía, y la responsabilidad de ocupar un alto puesto en la administración sin valerse del mismo para acumular privilegios ni hacerse de riquezas. Hay que recuperar el espíritu de Juárez.

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