La historia de Benito
Juárez no tiene parangón en la política mexicana. Tuvo todo en contra y
venció obstáculo tras obstáculo, guiado por convicciones que lo llevaron
a enfrentar el colonialismo interno e intervenciones extranjeras
imperialistas.
Parece que Juárez escribió en sus años finales las páginas que ya editadas por primera vez como libro en 1928 fueron tituladas Apuntes para mis hijos.
Hay varias ediciones del escrito, en la que me baso es la preparada por
Héctor Cuauhtémoc Hernández Silva (Comisión Nacional para el Desarrollo
de los Pueblos Indígenas-Fondo de Cultura Económica, México, 2006),
publicada con ocasión del bicentenario del nacimiento de Juárez. El
autor quiso, escribe Josefina Zoraida Vázquez en el prólogo,
subrayar la importancia de la educación como medio para transformar la vida de los seres humanos, un buen ejemplo para sus hijos y para otros mexicanos.
Nació en 1806, en un pueblo de la región zapoteca, San Pablo
Guelatao, Oaxaca. Quedó en la orfandad a los tres años. Él y sus
hermanas fueron cuidados por familiares. En los Apuntes... narra
desde su infancia hasta poco antes de que fuese electo, en 1857,
presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación. Su madre,
Brígida García, murió al dar a luz a María Longinos. Tras el deceso de
sus abuelos, Benito quedó bajo la tutela de un tío paterno, Bernardino
Juárez.
Bernardino sería clave en el desarrollo de su sobrino. Años después
Benito rememoraba que “en algunos ratos […] desocupados mi tío me
enseñaba a leer, me manifestaba lo útil y conveniente que era saber el
idioma castellano, y como entonces era sumamente difícil por la gente
pobre y muy especialmente para la clase indígena adoptar una carrera
científica que no fuese la eclesiástica, me indicaba sus deseos de que
yo estudiase para ordenarme [sacerdote]”. Juárez cuenta que se le
despertó
un deseo vehemente de aprender.
Para procurarse un mejor horizonte, a la edad de 12 años Benito se
fugó de casa de su tío para dirigirse a la capital del estado. En la
ciudad trabajaba de cocinera su hermana María Josefa, en casa de Antonio
Maza. Menos de un mes laboró en el cuidado de grana cochinilla, insecto
de donde se obtenía color para elaborar tintes. En los primeros días de
enero de 1819 entró a laborar como ayudante de Antonio Salanueva. A él
lo describe en los siguientes términos:
un hombre piadoso y muy honrado que ejercía el oficio de encuadernador y empastador de libros. Vestía el hábito de la Orden Tercera de San Francisco y aunque muy dedicado a la devoción y a las prácticas religiosas era bastante despreocupado y amigo de la educación de la juventud. Las obras Feijoo y las epístolas de San Pablo eran los libros de su lectura.
En la escuela Benito vivió los efectos del clasismo y la dicriminación hacia los estudiantes indígenas, ya que
mientras el maestro en un cuarto separado enseñaba con esmero a un número determinado de niños que se llamaban decentes, yo y los demás jóvenes pobres como yo estábamos relagados a otro departamento bajo la dirección de un hombre que se titulaba ayudante y que era tan poco a próposito para enseñar y de un carácter duro como el maestro. Otro indígena ávido de aprender y que sería un liberal al igual que Juárez y compañero de lucha contra el clericalismo, Ignacio Manuel Altamirano (1834-1893), tuvo como el joven oaxaqueño similar historia escolar desventajosa. Los dos enfrentaron las ominosas condiciones y fueron parte de la generación más brillante en la historia política de México.
Altamirano, como Juárez, inició estudios a los 12 años. En la escuela
experimenta acendradamente lo que significaba ser indio: “En el
contexto social de su infancia, marcado por el racismo, recuerda el
escritor que los niños eran separados en dos bancos: en uno se sentaban
los hijos de los criollos y mestizos considerados ‘de razón’ y
destinados a adquirir diversos conocimientos. En otro, los indígenas que
‘no eran de razón’ se dedicaban al aprendizaje de la lectura y a la
memorización del catecismo del padre Ripalda” (Edith Negrín, selección y
estudio preliminar, Ignacio Manuel Altamirano: para leer la patria diamantina. Una antología general, FCE-FLM-UNAM, México, 2006. p. 19).
Del 23 de noviembre de 1847 al 12 de agosto de 1848, Benito Juárez
fue gobernador interino de Oaxaca. Continuó en el cargo, ya que fue
relegido y ejerció el mandato hasta agosto de 1852. Durante la segunda
gubernatura tuvo lugar un suceso revelador de la integridad ética de
Juárez. En los Apuntes... evoca que
en 1850 murió mi hija Guadalupe a la edad de dos años y aunque la ley que prohibía el enterramiento de los cadáveres en los templos exceptuaba a la familia del gobernador del estado, no quise hacer uso de esta gracia y yo mismo llevé el cadáver de mi hija al cementerio de San Miguel, que está situado a extramuros de la ciudad, para dar ejemplo de obediencia a la ley que las [prerrogativas] nulificaban con perjuicio de la salubridad pública.
En los Apuntes... destaca, como se ha visto, el papel
central que le daba Juárez al proceso escolar y el desarrollo de un
espíritu vehemente por aprender. También es central en el escrito la
idea y práctica de la política como un ejercicio de servicio a la
ciudadanía, y la responsabilidad de ocupar un alto puesto en la
administración sin valerse del mismo para acumular privilegios ni
hacerse de riquezas. Hay que recuperar el espíritu de Juárez.
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