El hartazgo es brutal.
La gente está encabronada, y con razón. El “nuevo PRI” que llegó a Los
Pinos con Peña Nieto resultó más de lo mismo, pero más descarado. Y el
PAN no convence, mucho menos luego de gobernar entre 2000 y 2012 con
resultados mediocres, una democratización en reversa y un militarismo
del que fluye y fluye sangre cada día.
López Obrador se dirige al
triunfo el 1º de julio. Sólo debe dar una patadita al balón, frente al
arco, ya solo y sin portero. ¿Qué nos espera?
- El hartazgo y el nuevo Andrés Manuel
Andrés Manuel López Obrador es el beneficiario del hartazgo. La sed de
un cambio se expresará el 1º de julio en el voto masivo por él. No
importa que Andrés no sea el candidato perfecto, incluso no importa que
no sea de izquierda. (Evade temas que forjaron la identidad de la
izquierda, como el aborto o la unión entre personas del mismo sexo, por
ejemplo.) México se ha movido tanto a la derecha en los últimos 30 años,
que aquél que promete mover el país unos centímetros a la izquierda
aparece como un revolucionario. En el último debate Andrés habló a
velocidad normal –o sea, metió turbo–, pero evadió cada pregunta
difícil. Los seguidores más fieles de Andrés estaban al filo de la
butaca, sudando la gota gorda cada vez que Andrés tenía que hablar. Se
tomó una réplica entera, medio minuto, para decir “Ricky Riquín
Canallín.”
Decía que nada de esto importa. El hartazgo es
tremendo, y no vino de la noche a la mañana. Desde 1981, el salario
mínimo real en México se ha devaluado un 70%, la peor caída en toda
América Latina. En contraste, los ricos se han hecho más ricos. En la
lista de Forbes de 1996, aparecieron 15 mexicanos cuyas fortunas sumaron
$25,600 millones de dólares; para 2018, son 16 mexicanos en esa lista,
pero sus fortunas combinadas suman nada más ni nada menos que $141,000
millones de dólares. El fortalecimiento del capital en detrimento del
trabajo es el trasfondo que permite entender el ascenso de López Obrador
desde la década de los noventa.
Pero Andrés ha cambiado:
aprendió a amar a la burguesía. Si en 2006 su lema era “por el bien de
todos, primero los pobres”, ahora, en 2018, su lucha es “por un gobierno
para ricos y pobres”. ¡Que alguien, por favor, piense en los ricos!
No sólo le entregó a un hijo de la alta burguesía el trazado de su
Proyecto de Nación, Alfonso Romo. También, ha reclutado a cuadros del
PAN, incluyendo dos de sus ex presidentes. Lejos están los días en que
Andrés denunciaba las privatizaciones o el FOBAPROA. Lo que hoy viene a
ofrecer, su plato fuerte, es la honestidad. Él no robará, su gobierno
será honesto. Y en esto ricos y pobres podrán estar de acuerdo y
aplaudir juntos.
Imaginemos un rastro en el que se llega a la
conclusión de que lo que hace falta es un director honesto, que no robe
un centavo. Se decide poner en la dirección a la persona más honesta de
todas. ¿Y esto qué diferencia hará para los animales que cada día entran
al matadero? Del mismo modo, los trabajadores de este país podrán tener
a un fraile franciscano en la cúspide del poder, pero eso no reducirá
sus jornadas de trabajo, ni aumentará sus salarios, ni les traerá
prestaciones o seguridad social.
Andrés es muy lento para
hablar, pero no por viejo, sino porque está sujeto a un compromiso
político paralizante. El Andrés de los noventa hablaba con mayor fluidez
y un claro perfil opositor. (Por ejemplo, esta entrevista de 1996 en el extinto canal CNI de televisión o este debate
contra Diego Fernández de Cevallos.) Pero ahora, al hablar, busca
evitarle a la burguesía cualquier mueca de desagrado. Sus excompañeros
de armas lo saben. Por ejemplo, Cuauhtémoc Cárdenas le cuestiona
que no se comprometa a revertir la Reforma Energética desde la
Constitución, lo cual sería algo más nítido que prometer sólo una
“revisión de los contratos”. La parálisis retórica de Andrés es el
efecto de un supositorio introducido en su discurso, pero uno que no se
disuelve y obstaculiza su agilidad luego de al menos doce años de
suministro constante.
- Visiones de arriba
En la clase política de este país, hay dos visiones sobre el
capitalismo mexicano. Una visión, la que está en el poder y que
representan tanto el PRI como el PAN, sostiene que el modelo económico
está bien, o en todo caso, que cualquier alternativa sería peor. Es la
expresión mexicana del “TINA” de Margaret Thatcher: there is no alternative
. La otra visión, la del partido Morena, es sólo una versión (más
fantasiosa) de la misma visión: TINA + honestidad, algo así como un neoliberalismo franciscano.
En una entrevista reciente con TV Azteca,
Andrés explicó que “la causa principal de la desigualdad es la
corrupción… [la desigualdad] no se debe a la explotación del empresario
al obrero”. Esta visión, en el género de la economía fantástica, es
atractiva porque ofrece (aunque no nos diga cómo) atacar la desigualdad,
algo que está ausente en el vocabulario de la otra visión; y en su
promesa de redistribución, es capaz de encontrar la sonrisa del gran
capital, al que libera de toda culpa. Andrés busca ayudar a los pobres
sin molestar a los ricos, pero al hablar de los millonarios (así sea
para decir que ellos son inocentes) los incomoda. Lo ideal para la alta
burguesía de este país es, como hasta ahora, pasar desapercibida: seguir
siendo la mano que mece que la cuna pero sin que nadie hable de ella.
Ponerlos bajo la luz es recordar que existen, y que están mejor (y los
demás, peor).
En la Antigüedad, el gobierno de los ricos era la
“oligarquía” y el gobierno de los pobres, la “democracia”. Una de las
curiosidad de nuestra época es que llamamos “democracia” a eso que los
griegos conocían como “oligarquía”. Para Aristóteles, un gobierno de
ricos y pobres podía ser una democracia bajo un criterio: la igualdad.
Pues si el poder político de cada ciudadano (rico o pobre) es igual al
de cualquier otro ciudadano (rico o pobre), el resultado será el natural
predominio de la mayoría pobre. En México, Andrés ofrece un gobierno
“para ricos y pobres” que, en realidad, seguirá siendo una oligarquía,
pero una renovada: una que pensará un poquito más en los pobres.
- Visiones de abajo
Frente al actual escenario nacional, la izquierda independiente (esa
que no está en Morena ni, mucho menos, en lo que queda del PRD) se ha
dividido en dos visiones. Una, sostiene que no hay de otra, hay que
apoyar a Andrés. Esta visión es solo una reedición del antiguo
lombardismo, esa corriente que con lenguaje marxista se dedicaba a
apoyar al régimen del viejo PRI y sus candidatos. El Partido Comunista
Mexicano, aunque era rival de Vicente Lombardo Toledano, más de una vez
aceptó su política, como cuando le entregó la recién creada CTM a Lázaro
Cárdenas, inaugurando así el corporativismo.
Los historiadores
del futuro que se intriguen por la práctica desaparición de la
izquierda marxista de los setentas y ochentas, esa que obligó al régimen
del PRI a iniciar una democratización, fechará el Armagedón en 1988.
Así como los dinosaurios vivieron su apocalipsis frente al meteorito que
se impactó con el actual Yucatán, la militancia marxista de México se
desintegró frente a un meteorito político. ¿Cuál? La Tendencia
Democrática que dentro del PRI, lideró Cuauhtémoc Cárdenas en los
ochentas. Frente al giro neoliberal del PRI, el ala izquierda de este
partido, de raíz cardenista, terminó saliéndose. En un impulso tan
frenético como autodestructivo, la izquierda marxista se disolvió en ese
“PRI afuera del PRI” que pronto adoptaría el nombre de Partido de la
Revolución Democrática.
Los actuales impulsos lombardistas que
llaman a sujetarse a la dirección de López Obrador (parte y heredero de
ese “PRI afuera del PRI”), son esos mismos impulsos que llevaron a la
izquierda marxista al borde de la extinción. Seguir insistiendo en la
misma política que explica su marginalidad contemporánea, es proseguir
en un masoquismo brutal que ya ha producido un daño antropológico en
todo un sector de la izquierda independiente.
La otra visión es
la posmoderna, mejor encarnada por el EZLN y el Congreso Nacional
Indigenista. Aunque lanzaron a una candidata independiente, Marichuy,
hoy explican que no llamarán a votar ni a no votar, sino todo lo contrario . (Estas últimas cuatro palabras son un agregado mío.) En sus palabras: “voten o no voten, organícense”.
En la práctica, esta postura le deja libre el paso a Andrés; es un
apoyo tácito bajo la forma de altísima dignidad moral. Sólo que los
zapatistas podrán ignorar el cambio de gobierno… pero el gobierno no los
ignorará a ellos. En momentos en que Andrés se perfila al triunfo, y
que es necesario que digan qué opinan sobre su proyecto, el CNI y el
EZLN han decidido mirar a otro lado y quedar bien con todos. “¿Vas a
promocionar el voto por Andrés? ¡Muy bien, compañero!” O también: “¿vas a
promocionar el voto por Marichuy, como alternativa a Andrés? ¡Muy bien,
compañera!” En ambos casos, la comandancia del EZLN agregará: “pero no
olviden organizarse, amigos”.
Con todo, la visión zapatista, en
su abstencionismo, es menos grave que el crudo entreguismo lombardista.
Hay una tercera visión dentro de la izquierda independiente, la visión
de la minoría dentro de la minoría: preparar, desde ya, la oposición al
futuro gobierno de Andrés. Esta postura implica denunciar que su
gobierno no será un amigo de las clases trabajadoras. Una forma que ha
adoptado este llamado es, como anticipé en el párrafo anterior, llamar a
votar por Marichuy, aunque no esté en la boleta. Es un llamado a
recordar que en esta elección no hay una opción independiente de la
burguesía, que Marichuy expresaba la única opción independiente. Este
llamado es tal vez más zapatista que el de los mismos neo-zapatistas.
Pero es un llamado confinado a los pequeños grupos socialistas que
sobrevivieron el apocalipsis de 1988.
- El cuadro general
El régimen mexicano –esta combinación de democratización trunca y
neoliberalismo radical– está en crisis, ha perdido todo encanto. Desde
hace tiempo el régimen dejó de conquistar “las mentes y corazones”
–parafraseando a Bush– de los mexicanos y debió acudir cada vez más a la
coerción para sostenerse. La “guerra contra el narco” fue una respuesta
militarizada a la descomposición social que produjo la
neoliberalización del país. En vez de revertir las reformas económicas a
favor del capital, el consenso fue que las reformas eran inocentes:
todo quedaba en manos del castigo, el uso de la fuerza.
El uso
permanente de la fuerza es la confesión de que un régimen ha perdido su
capacidad hegemónica; el poder desnudo es insostenible en el largo
plazo. Se requiere del consentimiento para producir la hegemonía. Andrés
ofrece sacar al régimen de su crisis ofreciendo una fuente inexplorada
de legitimidad: la honestidad. En esta tarea está depositada su apuesta
hegemónica, con la que no habrá necesidad ni de erosionar más la
democratización ni de amenazar con poner en jaque el modelo económico.
Andrés muy probablemente contará con la fuerza política necesaria para
impulsar su agenda, pues en el Congreso se acerca la perspectiva del carro completo
. Es decir, una mayoría de congresistas afines (por cierto, que vuelva a
aparecer el concepto de “carro completo” es un signo del potencial
hegemónico del próximo gobierno). Además, Andrés es el dueño
indiscutible de su partido (al que dirige sin democracia interna); un
líder personalista como no había tenido ningún partido desde el Maximato .
No es poca cosa lo que se viene. Aristóteles distinguía a los regímenes en rectos y desviados
: los primeros, gobiernan en función del bienestar general (en términos
Gramscianos, buscan la hegemonía); los otros, lo hacen en función del
interés de los que gobiernan (subestiman el consentimiento y dependen
más de la coerción). Andrés ofrece la redención del Estado (eso que él
llama “moralizar la vida pública” del país). Los que gobiernan ya no
robarán, dejarán de tratar al Estado como su botín. Los ricos seguirán
siendo ricos. Los pobres seguirán siendo pobres. Los ricos seguirán
siendo los dueños del poder; los pobres seguirán excluidos de él. Pero
el Estado dejaría de ser administrado por sanguijuelas, y pasaría a
actuar (si todo sale bien) como un Estado coherente. Al frente de ese
Estado estará Andrés. Los ricos tendrán que vérselas con él, con alguien
que busca ser su socio, alguien que no es un simple un empleado suyo,
un lacayo. Tendrán (un poco) menos de control sobre el Presidente, no
será tan previsible.
- Coda
Será la primera vez, en democracia, que México tendrá un gobierno
identificado con la izquierda. Pero no de esa izquierda marxista (o
incluso su versión light , socialdemócrata) que ubicaba en la
economía política el terreno de la experimentación para lograr la
justicia social. Esta es una izquierda domesticada, que entiende que su
radio de acción es y sólo es el estado de derecho , el ámbito
jurídico-estatal. Es ahí donde estará ubicada la agenda anti-corrupción.
La alta burguesía puede respirar tranquila.
Bajo parámetros
mexicanos, un Estado que se someta a una terapia anti-corrupción es una
novedad. Bajo parámetros internacionales, México apenas estaría
iniciando un largo camino por salir del club del capitalismo bárbaro. El
tránsito del neoliberalismo al neoliberalismo franciscano es una
apuesta que bien podría ser la de una derecha ilustrada, de signo
demócrata-cristiano. Que esta agenda, en cambio, esté encabezada por “la
izquierda” es sólo un recordatorio de la larga contorsión del país a la
derecha.
Los ricos tendrían mucho que celebrar, pues se
avecina un gobierno que le dará nuevo brillo al Estado que les garantiza
su riqueza. Pero la burguesía mexicana nunca se ha caracterizado por su
ilustración, sino por su vulgaridad. El proletariado mexicano tiene
menos razones para celebrar. Sobre todo, falta conquistar la democracia,
pero en el sentido clásico: de irrupción de los pobres que derrocan a
los ricos, para asumir la conducción del Estado. El marxismo
conceptualizó esta apuesta como la dictadura del proletariado (una
democracia entre las clases trabajadoras, que impone su dictadura sobre
la burguesía derrocada). Claro que este es hoy el terreno de la utopía.
Sin embargo, se avizoran las oportunidades. La expresión política que
representa Andrés, se dirige a la hegemonía del régimen, sí, pero al
mismo tiempo, al ocupar la Silla Presidencia, abandonará (por fin) la
hegemonía de la oposición. ¿Qué contornos adoptará la oposición de
izquierda? El hecho de que no lo sepamos, ya es un buen indicador.
Ramón
I. Centeno es politólogo. Su última publicación es "Zapata reactivado:
una visión žižekiana del Centenario de la Constitución". Mexican
Studies/Estudios Mexicanos, Vol. 34 No. 1, Winter 2018; (pp. 36-62). https://doi.org/10.1525/msem.2018.34.1.36
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