El axolote es un
animal resistente. Ante una drástica alteración en el entorno al que
pertenece, opta por sumergirse en las tierras fangosas. Así se mantiene
protegido frente al calor o el frío excesivo, mientras encuentra el
momento de resurgir.
Este animal no viene de un pasado inexistente, de una jaula o de una
época dorada desconectada de la vida cotidiana. Su sorprendente
capacidad de regeneración física, de poder elegir entre ser un animal de
agua o de tierra, le ha dado la posibilidad de tener una continuidad
temporal y permanencia en diversos territorios. No es un animal pasivo,
pasmado, apático, sino uno amigable, experto de la libertad de decidir
sobre su cuerpo.
Actualmente existen 19 especies de axolotes regadas por diversas partes de México. Si bien la más conocida es el Ambystoma Mexicanum,
perteneciente a Xochimilco. No es, para nada, la única. Michoacán,
estado de México, Tlaxcala y Puebla están poblados de axolotes. A pesar
de que todas las especies están en peligro de extinción, su diversidad
es notable y la mayor parte de su población se encuentra fuera de
criaderos científicos y laboratorios.
Claude Levi-Strauss decía que las culturas antiguas escogían a sus
animales totémicos no porque fueran buenos para comer, sino porque son
buenos para pensar. El axolote es un animal que ha estado en el centro
de la batalla por los símbolos. Desde Sahagún, al axolote se le han
endilgado una serie de mitos cercanos al inframundo, la hipersexualidad y
a su supuesta adolescencia eterna.
El etnólogo francés Pierre Clastrés escribió críticamente:
las sociedades arcáicas serían unos axolotl sociológicos incapaces de acceder, sin ayuda exterior, al estado adulto normal.
Roger Bartra, el estudioso del axolote más famoso en México, escribió que este animal es una
representación irónicade lo nacional. En su antología titulada Axolotiada (2011) se debate entre colocarlo como una figura de fascinación hasta un
signo del estancamiento y del atraso. Antes, en la Jaula de la melancolía (1987), Bartra parte de un estudio de la identidad mexicana para concluir que el campesino lleva consigo una especie de melancolía esencial proveniente de pérdidas irreparables e irreversibles creadas por la modernidad.
Sin embargo, hoy el axolote se puede pensar distinto, lejos de Bartra
y con un sentido decolonial. Por sus características físicas, por su
nombre y su relación con la deidad de la supervivencia, es un símbolo de
la existencia misma de los pueblos originarios actuales. La negativa
del dios Xólotl a ser sacrificado en aras del sol del progreso nacional,
hace frente al folclorismo, libros, antologías y programas de gobierno
destinados a la supervivencia de los seres vivos endémicos del país.
Bartra dice en Axolotiada que el animal
tiene que soportar el terrible peso de simbolizar el carácter nacional del mexicano y, acaso, por ello mismo está en peligro de extinción y se ha convertido en una especie protegida por los ecologistas.
No es así, el peligro en el que se encuentra el axolote es el mismo
que combaten los pueblos originarios actualmente: una larga continuidad
de concesiones mineras en la sierra Norte de Puebla y en Tlaxcala, la
desaparición de las lagunas de Michoacán, la desecación del lago de
Texcoco, el cambio climático y la devastación ambiental.
En todos estos lugares existen esfuerzos, fuera de la
academia, que cuidan al axolote y aprenden de él, no como objeto de
estudio, sino como sujeto de interés.
Un ejemplo loable es la Casa del Axolote de Chignahuapan, una unidad
de manejo ambiental cuyos creadores tratan a las especies como
compañeros. Liz Mejorada, activista y defensora de los axolotes, ha
inspirado buena parte de las ideas de este texto. A ella se debe la idea
de la resistencia de este animal. Mejorada cuenta que, antes que
chignahuapense, la población del municipio se autonombra
axolote. Si bien Chignahuapan no tuvo asentamientos originarios se conforma por barrios, se organiza en fiestas; actualmente libra una batalla por reforestar sus bosques.
Así que ni los axolotes ni las personas de México son adolescentes faltos de madurez y desarrollo. Pensar que el axolotl es metáfora de una supuesta
melancolía, es cortar de tajo la continuidad subterránea de las formas de organización política y resistencia cultural. Las poblaciones originarias y los barrios populares recuerdan con su hacer y pensar que existen otras formas de existir frente a la catástrofe de la historia. Su supervivencia es la auténtica regeneración, no la que prometen los demagogos electorales.
Aquí nadie añora un pasado glorioso. Las poblaciones enfrentan a
diario la expulsión, el saqueo, la violación de los derechos. Y es que
el colonialismo nunca ha desaparecido. El pasado dorado del que habla
Bartra se ha convertido en 30 años de políticas de ortodoxia
economicista, aplicada con represión en México y con un afán
homologador. Aquellos que no quieren mirar al pasado, cuyo proyecto
político trata de mirar hacia el frente, le tiene miedo a voltear la
vista porque el tiempo transcurrido está lleno de crímenes. Los amos del
olvido, quienes califican al axolote y a los pueblos originarios de
vivir en el estancamiento no quieren enfrentar las consecuencias de las
promesas del neoliberalismo.
Pero los pueblos originarios han presentado desde finales del siglo
pasado una serie de propuestas distintas. Los acuerdos de San Andrés, la
experiencia de seguridad y justicia propias de Cherán, Michoacán, la
conformación del Concejo Indígena de Gobierno con una serie de vocerías
nombradas en más de 100 comunidades muestran que los pueblos tienen
alternativas a las partidocracias.
Fuera de la soledad de Octavio Paz y la melancolía de Bartra, los
pueblos originarios proponen la reconstitución comunal, el florecimiento
de sus formas de hacer asambleas, cuidar el medio ambiente, curar lo
devastado. Por eso, el axolote no está quieto, se mueve bajo la tierra
mientras se reproduce. Dice Mejorada:
Su defensa es resistir. Le pueden quitar la mitad del corazón, pero lo regenera.
Hoy, la figura del axolote es básica para pensar críticamente tanto
el nacionalismo como el neoliberalismo. Aunque quienes viven atrapados
en la jaula de la melancolía neoliberal no lo vean; del lodo, como el
axolote, surge el proyecto político original del siglo XXI.
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