Octavio Rodríguez Araujo
Aceptemos, aunque sea sólo como ejercicio teórico, que López Obrador ha cometido desatinos como aliarse con la ultraderecha evangelista y católica (¿Espino, por ejemplo?) o designar como posibles gobernadores a personajes que, además de ser analfabetos funcionales, no tienen ni idea de lo que significa la administración pública, tomar decisiones políticas y hacer lo que corresponde en favor de la población. Aceptemos que mucho de lo que será su gobierno, de triunfar, está por definirse, como ha sido tradición desde por lo menos Echeverría, y que tales definiciones se harán afortunadamente con el concurso de expertos convocados ex profeso. Aceptemos que la pluralidad de su partido y de sus apoyos no morenistas, que es de destacarse como algo positivo en los tiempos que vivimos, está unida por su habilidad como líder y por el hecho de que es altamente probable que llegue a la Presidencia y lo que esto pueda significar para muchos. Aceptemos, finalmente y para no extenderme más, que va a ganar porque ha sabido canalizar en su favor el enorme descontento nacional por el fracaso de los anteriores gobiernos del PAN y del PRI (incluido el de Peña).
Aunque aceptáramos o no todo o parte de lo anterior, lo que es un hecho es que Andrés Manuel es la única oposición que propone cambios que a mi juicio podrían ser esenciales para el país en su conjunto. Y que estos cambios comenzarían por remplazar el régimen político tecnocrático y neoliberal que tanto ha perjudicado a la población mayoritaria al haberse puesto al servicio de una minoría llena de privilegios y que se cree intocable por su poder económico. Los otros candidatos, lamentablemente para ellos, representan la continuidad de lo que hemos vivido en los 30 años anteriores; y la representan por dos razones principales: porque creen estar convencidos de que ha sido buena y porque no han tenido la sensibilidad necesaria para captar lo que millones de mexicanos percibimos como algo que ya es tiempo de cambiar aunque sólo sea por cambiar. Los candidatos del PRI y del PAN, con sus partidos comparsas, no entienden ni han entendido que los más de 200 mil muertos por la guerra contra el narcotráfico han sido consecuencia de políticas equivocadas y de una generalizada corrupción en las diversas esferas del poder donde la impunidad goza de cabal salud y es ocultada por muy diversos mecanismos de complicidad para protegerse entre ellos. Tampoco han entendido que si la gente tiene miedo es por la situación que vive y no por los cambios que ofrece el líder de Morena. Si en el pasado les funcionó a los priístas y panistas recurrir al miedo por los cambios, ahora el miedo es a que las cosas sigan iguales, es decir, sin cambios. Por esto y por las mentiras que dicen sin decoro los otros candidatos es que no sólo no avanzan en las encuestas sino que retroceden o se rezagan.
Es para mí evidente que una mayoría relativa de ciudadanos votará por AMLO, pero quizá no por todos sus candidatos, algunos de ellos escogidos –pienso– por pragmatismo electoral. No es la primera vez que se recurre a personalidades del deporte o de las artes escénicas para obtener votos, y no sólo en México. Se entiende que dicho pragmatismo llevara a seleccionar a personas impresentables pero populares por cualidades muy ajenas a la política, pero no queda claro (a mí no me queda claro) que se hiciera alianza con un partido confesional y de ultraderecha, como es el caso del PES y que, en el mejor de los casos, sólo aportará para diputados federales uno por ciento (que obviamente no lo necesita el puntero). Para quienes sea cuesta arriba dar su voto por Andrés Manuel y al mismo tiempo por otros con los que no habría coincidencia alguna, existe la salvedad del voto diferenciado o incluso el voto nulo si es necesario en ciertos casos extremos.
Andrés Manuel ha convocado a sus seguidores a votar por Juntos Haremos Historia en paquete, e interpreto que se refirió sobre todo para el Congreso de la Unión. Si es así, pienso que en este punto tiene razón. Un Congreso opositor dificultaría sus propósitos de cambio y si de verdad queremos una transformación del régimen político no podemos prescindir del papel que jugarán los diputados y los senadores. Cada uno en su tarea y ámbito, dice la teoría de la división de poderes, pero ésta no niega las ventajas de acuerdos entre el Ejecutivo y el Legislativo. El nuevo régimen político incluiría a los dos poderes como partes sustanciales y si conviven en armonía, mejor. Convivir en armonía no significa subordinación de un poder a otro ni un cheque en blanco al titular del Ejecutivo. Los que crean lo contrario es porque piensan que los diputados y los senadores, como antes, serán borregos y no personas con criterio propio. De lo que se trata no es de repetir la conformación de los poderes de los viejos tiempos del PRI, el sistema de aplanadora, sino de facilitar el debate y la aprobación de las iniciativas que sean conducentes para la buena marcha de la nación. Otra cosa serían los comicios en las entidades federativas donde se elegirán gobernadores y otros cargos. Ahí votar en paquete no será tan fácil para muchos pues, como ya señalé, hay candidatos que no merecen siquiera respeto.
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