Arturo Alcalde Justiniani
El próximo 2 de julio se
iniciará un cambio histórico que abre la oportunidad para reconstruir
el país, producto de un movimiento social de grandes dimensiones. Para
nuestra generación era difícil imaginar que fuéramos testigos de un
viraje social de esta magnitud en favor de los que menos tienen, de los
eternos perdedores.
En el año 2000 vino la alternancia panista que se acompañó muy pronto
de decepción. No había intención de lograr el cambio prometido. Se
derrocharon los recursos petroleros, se incrementó el burocratismo, se
benefició a un pequeño grupo de empresarios, muchos de ellos gracias al
proceso de privatización y a los contratos de asignación directa. Sin
estrategia, lanzaron una guerra generando un escenario de muerte y
criminalidad que ha crecido día con día. En fin, se mantuvieron los
azotes sociales que nos tienen postrados.
Regresó el priísmo con desbocado afán de enriquecimiento, todo lo
negociaron y lo encubrieron. Día a día aparecieron escándalos a escala
local con numerosos funcionarios y gobernadores involucrados en delitos
de corrupción y a escala federal con fraudes millonarios como la estafa
maestra, que se convirtieron en un lugar común. El PRI quedó exhibido
como el vulgar negocio de una camarilla que hoy paga sus consecuencias.
Este 2018 se nos presenta como el año del quiebre, el momento de construir una nueva convivencia. La expresión común es
Ya basta, no podemos seguir en la simulación y la utilización de las instituciones públicas en favor de unos cuantos; no podemos acostumbrarnos a la pobreza extrema como si fuera un mal inevitable. No existe justificación para tener los peores salarios del mundo tragándonos el discurso de que son consecuencia natural del mercado y resultado de la ausencia de productividad cuando sabemos que responden a una política impuesta por el Estado y del charrismo sindical. Tampoco debemos resignarnos a que los criminales impongan su ley en ciudades, pueblos y barrios y en las calles que transitamos cuando sabemos que es la complicidad gubernamental la que los cobija abonada en la ausencia de una política social incapaz de crear empleo sustentable, especialmente para los jóvenes. La lista de inconformidades es inagotable, por ello se requiere de un cambio de raíz.
Con todo, no basta que la coalición encabezada por Morena gane la
elección, que AMLO sea presidente y que nuevos rostros integren el
Congreso de la Unión. Se requiere que esta insurgencia social tenga la
capacidad para articular esa gigantesca energía ciudadana en una agenda
de soluciones en las distintas regiones del país que deberá lograr la
participación de la sociedad en sus distintas expresiones.
Después de la gran fiesta popular del 2 de julio, hay que impulsar un
rencuentro en el que no se necesite credencial de Morena para
participar. Convocarnos a partir de un conjunto de causas comunes.
Coordinar acciones en contra de la corrupción, la transformación del
modelo de desarrollo, reivindicar el espacio público frente a la
indebida apropiación privada, proteger el medio ambiente y promover el
respeto a los derechos humanos que incluya a la diversidad y la equidad
de género, vincular las cadenas productivas y apoyar con créditos a la
pequeña y mediana empresa. Necesitamos también crear infraestructura en
las regiones menos favorecidas, practicar sin miramiento la austeridad
en el gasto público, conscientes de que es esencial para redistribuir
recursos y presupuestos, lograr un proceso de pacificación a partir de
un pacto nacional con los apoyos especializados necesarios. Es
impensable que los maleantes sean más fuertes que la sociedad en su
conjunto.
La soberbia de los triunfadores suele ser mala consejera
cuando en la reconstrucción se requiere de un esfuerzo colectivo, amplio
y generoso, puede parecer ingenuo pero no lo es, esa energía explica la
insurgencia social que producirá entre otros frutos el triunfo
electoral que viene.
Para enriquecer el optimismo convendría tener en mente las anécdotas
diarias del agotador recorrido de AMLO día con día, que no alcanza a ser
documentado públicamente y que exhibe el tamaño del compromiso. Los
ríos de gente que espontáneamente lo abordan en los pueblos y
rancherías, sin regalos a cambio. Lo importante es que saben que ese
personaje está de su lado, que entiende el drama de sus vidas y por ello
confían en sus palabras, que no será un gobernante de escritorio, que
no les va a fallar, que volverá muy pronto a visitarlos e informarles
qué se ha hecho o a que le revoquen su mandato si no cumple. Les pide
con humildad que lo cuiden y les repite una promesa que ha calado muy
hondo en la gente: No robar, no mentir y no traicionar al pueblo. Para
algunas mentes sofisticadas puede parecer superficial, pero para las
masas que lo acompañan no, y por eso le van a dar un triunfo en una
dimensión que ha desconcertado a propios y extraños.
Por ahora, en las próximas tres semanas deberán superarse los
crecientes obstáculos que buscan impedir el triunfo electoral popular,
lograr que sea lo más amplio posible, convocar a la familia, vecinos,
amigos y hombres y mujeres de buena fe que dejen su huella en esta
histórica jornada. Es preciso no confiarnos, todos hemos visto como la
desesperación de los que tienen cola que les pisen crece en la medida
que la elección se acerca, las miles de llamadas por celular que se han
hecho estos días con mentiras sobre Andrés Manuel son sólo una muestra.
Insistirán en reproducir toda clase de engaños y estrategias para
amedrentar a la población, intentarán generar toda clase de temores y
rumores, inventarán lo indecible.
Lo importante al fin es dar el último jalón para abrir la puerta que
nos plantea una oportunidad y signos de esperanza que dará frutos si
participan todos aquellos que puedan poner un grano de arena en la
construcción de esa sociedad que merecemos.
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