¿Cómo se llegó a este estado de cosas? En su calidad de trabajador ligado al periodismo cultural, con formación autodidacta de cinéfilo, desprovisto en la mayoría de los casos de credenciales académicas, el crítico de cine ejerce su oficio de modo independiente, en condición de free lance alejado de la nómina, sin prestaciones sociales y sin una verdadera identidad gremial. No existe en México una asociación de críticos de cine ni la exigencia de una sólida formación profesional. Las escuelas de cine forman productores, realizadores y técnicos, rara vez críticos de cine. No hay tampoco en las universidades públicas departamentos académicos de cine, como en otros países. Los críticos buscan por cuenta propia su formación profesional, se allegan las lecturas teóricas esenciales, las revistas extranjeras especializadas, acuden a festivales de cine, a manera de invitados o por su cuenta, e intercambian ahí discusiones, filias y fobias con colegas de otras latitudes, autodidactas también y como ellos nómadas. El esfuerzo sostenido les hace esperar algún tipo de reconocimiento o al menos la certeza de que su trabajo no es estéril ni rutinario. En poco tiempo sin embargo, apenas unos años, ese empeño ha debido tomar en cuenta una globalización fincada en la mercadotecnia de los medios audiovisuales y en el auge de la Internet, que coloca a los críticos de cine en la disyuntiva de aclimatarse al cambio diluyendo su discurso analítico en el respaldo publicitario y el reciclamiento de recomendaciones anodinas, o practicar su oficio, estoica y precariamente, en un clima crecientemente adverso a las exigencias culturales.
Una posible alternativa a esta suerte de determinismo social es integrar de lleno en la práctica del periodismo cultural el rigor de un pensamiento crítico. No tiene mayor sentido, en el momento actual, defender contra vientos y mareas la especificidad o el barniz artístico de un oficio privado cada vez más de lectores verdaderamente atentos y de espacios realmente generosos. Sería preferible fomentar la colaboración cultural del crítico de cine y el reportero de espectáculos, derribar recelos mutuos y reunir ambas profesiones en un periodismo cinematográfico, novedosamente crítico, capaz de enriquecer una afición a diario compartida. Un paso siguiente para evitar el ostracismo o el arrinconamiento sería formar una asociación de periodistas de cine dotada de un espacio propio de discusión y encuentro, de profesionalización en formación continua, con apoyos institucionales para un oficio hoy desdeñado. La cultura cinematográfica saldría beneficiada y con ella el diálogo deseable entre los públicos de cine y sus orientadores críticos.
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