¿Qué pasa con la voz de las mujeres en los espacios públicos? ¿Por qué son tan pocas las voces “en femenino” que escuchamos en asambleas, actos públicos, sociales, políticos, en debates o grupos frente a las que escuchamos del “sector masculino”?
Madrid,
09 sep. 14. AmecoPress/Arainfo.- “Cuando es verdadera, cuando nace de
la necesidad de decir, a la voz humana no hay quien la pare. Si le
niegan la boca, ella habla por las manos, o por los ojos, o por los
poros, o por donde sea. Porque todos, toditos, tenemos algo que decir a
los demás, alguna cosa que merece ser por los demás celebrada o
perdonada”. Celebración de la voz humana. Eduardo Galeano, ’El libro de
los abrazos’.
“-
Qué pocas mujeres hay en la reunión, ¿no?” “- Lo malo no es si hay
pocas, es que casi ninguna ha tomado la palabra…”. “Jo, pues me he
sentido muy orgullosa de haber dicho lo que opinaba”. Éstas son sólo
algunas conversaciones escuchadas últimamente.
Tendríamos
muchísimos más ejemplos. Algunos incluso fruto de cierta desesperación.
Sin embargo, la reflexión que nos suscita la entendemos como positiva y
propositiva.
¿Qué pasa con
la voz de las mujeres en los espacios públicos? ¿Por qué son tan pocas
las voces “en femenino” que escuchamos en asambleas, actos públicos,
sociales, políticos, en debates o grupos frente a las que escuchamos
del “sector masculino”?
Desde luego
esta reflexión parte de una generalización. O varias. La primera, la
del binarismo de género hombre/mujer en el que no todas las personas se
encuentran cómodas. La segunda, considerar al conjunto de hombres
“voceros” y mujeres “calladas”. También sabemos que los colectivos y
movimientos sociales son diversos y la visibilidad de las mujeres
también.
Teniendo en
cuenta estos sesgos y aclarando que sí, claro que hay mujeres que
expresan sus opiniones, que toman la palabra, nos preguntamos ¿son
todas las que podrían ser?
A estas
alturas de nuestras vidas ya hemos participado en muchas asambleas,
reuniones, encuentros y actos públicos de muy diversa índole. Casi
todos en contextos que se podrían considerar “igualitarios”; en cambio,
las voces que escuchamos de parte de las mujeres a menudo nos resultan
escasas. ¿Por qué esto sigue siendo así?
En algunos
casos, es evidente que los mandatos heteropatriarcales siguen estando
muy presentes. Así, el mando y voz de los varones prevalece. En otros,
en espacios que consideramos horizontales, vemos que continúa habiendo
unas barreras invisibles que hacen a las mujeres escuchar, asentir y
callar. Nos preguntamos hasta qué punto hemos interiorizado un legado
cultural que no nos permite cambiar tanto.
¿Es necesario
que proliferen escuelas de empoderamiento de mujeres para que tomemos
conciencia de lo necesaria que es nuestra presencia, sí, pero también
nuestra voz en la vida pública local, en las asociaciones barrios, de
la comunidad, deportivas, culturales y, por supuesto, en los
movimientos políticos? ¿Qué tienen que hacer los hombres sensibles a
esta cuestión y las mujeres ya empoderadas para que las demás nos
miremos en su espejo y no veamos lo que nos diferencia o nos abruma,
sino lo que ganaríamos con ambas voces enredadas?
Conocemos a
muchas mujeres. Mujeres que se expresan libremente entre amigas, que
son portavoces de su familia, que son capaces de defender sus ideas, de
compartirlas, de escribir manifiestos, de proveer de cuidados a todos
los suyos, de generar proyectos, proponerlos y ponerlos en marcha con
una constancia y una fuerza en nada envidiable a la de otros amigos y
compañeros. Y sin embargo, casi siempre, es en un segundo plano,
restando importancia al valor de nuestras acciones y nuestras palabras.
Son muchas,
muchísimas, las mujeres implicadas en proyectos de participación
comunitaria, en la mejora de lo común en nuestras vidas. Vidas que no
serían tan vivibles si no fuese por ellas.
Y, sin
embargo, ¿cuántas veces hemos pensado “y si hubiese dicho…” o “no me ha
dado tiempo para decir…”? E incluso, “pues para lo que ha dicho éste,
lo podría haber dicho yo mucho mejor” o “madre mía, ¿estas son las
mujeres que nos representan?”
Compartimos
esta reflexión a modo de invitación. Una invitación a que las mujeres
seamos dueñas de nuestros silencios y también de nuestras palabras. Una
invitación a decir “no” al miedo. A los miedos. En concreto, a los de
la vida pública.
Si nos
seguimos callando, si no nos permitimos el que los demás escuchen lo
que deseamos decir, podemos acabar olvidando lo que queríamos expresar.
La sociedad, la vida pública, nuestros espacios y movimientos sociales
no son tan fértiles sin la voz de las mujeres. Perdemos mucho con
algunos silencios forzosos.
Mujeres, no
reblemos. Porque, de una u otra forma, nuestra voz acabará saliendo. Y
queremos escucharnos. Tenemos mucho que decir.
Foto: Archivo AmecoPress.
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