Hablar
de “despatriarcalización” es una banalidad si el Estado no se enfoca
prioritariamente en la violencia misógina como una pandemia que hay que
combatir de manera integral –no basta castigar, hay que educar- en el
sentido más correcto de la palabra.
“Zabala machista, fuera de la
lista” es la acertada consigna que las feministas bolivianas están
alentando en las redes sociales con gran respaldo de cientos de
personas indignad@s por las absurdas declaraciones de un candidato del
partido oficialista en las elecciones de 2014 en Bolivia.
No es la primera vez que un
personaje vinculado al poderabre la boca para dejar escapar las
serpientes que suelen tragarse en público por mero protocolo; ya se
está haciendo costumbre soltarlas a la multitud, en medio de la
misógina farándula del poder.
La misoginia como “aversión a las
mujeres” está instalada en muchos políticos desde siempre, pero en este
momento en Bolivia adquiere una forma especial pues no solamente está
incorporada en las acciones y declaraciones de autoridades públicas
oficialistas y no oficialistas, sino que busca legitimarse desde la
ideología de lo “popular” o desde lo “alternativo revolucionario”.
Indígenas, populares y clases medias profesionales han mostrado
exactamente la misma cara. Esta vez, el perla que hace ingenua gala de
su ignorancia es, ni mas ni menos, el primer candidato a Senador por el
MAS en Cochabamba.
El presidente Morales ha pedido que
lo disculpemos porque es un simple alarde de la prensa pro imperialista
con un “candidato sin experiencia”, que “no es político” y “no sabía
bien cómo comportarse en público”. La verdad es que después de todo lo
que se ve, asusta imaginar cómo se expresaría este señor luego de pasar por los pasillos del poder.
Esto se veía venir y es cada vez
peor. Como con otros espejismos, no tuvimos el reflejo de dar el
combazo contra el machismo cuando todavía gozaban de gran confianza de
tod@s. El machismo y la homofobia han sido una segunda piel de la
política en el poder y su relación con las características de la
violencia social que hoy vivimos ha sido subestimada. No sólo violencia
física brutal, sino también aquella violencia psicológica, simbólica y
cultural que hoy hace carne en la vida nacional.
La violencia misógina en Bolivia se
ha incrementado de una manera alarmante. Aunque es un fenómeno global,
eso no relativiza que hoy sean muchas más las mujeres bolivianas que
mueren asesinadas y son agredidas, humilladas y golpeadas por hombres.
Las Naciones Unidas dicen que hasta el 35% de las mujeres en el mundo
experimentan violencia de género en sus vidas http://www.unwomen.org/es/news/in-focus/end-violence-against-women.
Los datos para América Latina están siendo seguidos por las entidades
multilaterales que trabajan y promueven los derechos de género http://www.cepal.org/oig/afisica/. Y aunque aún faltan los datos oficiales en Bolivia sobre la cantidad y las tasas de feminicidios que suceden en nuestro país http://www.cepal.org/oig/WS/getCountryProfile.asp?language=spanish&country=BOL, el CIDEM y otras instituciones dan cuenta de las alarmantes cifras de la violencia http://www.cidem.org.bo/index.php/cidem/acciones-realizadas/370-feminicidios-y-asesinatos-de-mujetres-por-inseguridad-ciudadana-y-otros.html.
En lo que va del año, casi 100 mujeres han perdido la vida en eventos
violentos, 59 de ellos han sido casos de feminicidio; el 61% de estos
casos es ejecutado por personas relacionadas familiar o afectivamente.
Las formas en que las mujeres son asesinadas son terroríficas, -uno de
los últimos casos es una joven encinta que murió horriblemente a manos
de un sicario contratado por el hombre que la había embarazado-. O el
tristísimo caso de la Dra. Calvo en Santa Cruz asesinada por un guardia
de seguridad de un garaje… Ya se ha cruzado un umbral muy peligroso.
Cuando denunciábamos con horror la
muerte de mujeres en ciudad Juárez de México, como ejemplo de hasta qué
punto las condiciones económicas precarias del neoliberalismo podrían
costar en vidas humanas, no imaginábamos verificar que, aunque las
condiciones económicas mejoran, la precariedad de las relaciones
humanas y la violencia de género no declina.
Es que los hombres violentos creen
que deben imponerse, dominar, conquistar, controlar a las mujeres?
Dónde está el fondo de esa violencia? Es económica, es psicológica, es
sexual? Es el poder? Son celos de los cuerpos? Es un afán de poseer y
anular? Son frustraciones relacionadas con la reproducción? Es la
necesidad de sentirse dueños del destino? Qué le habrá hecho pensar a
nuestro personaje que para frenar la violencia de género hay que
“educar” a las mujeres?
Riane Eisler, una de las más claras
representantes del feminismo y la economía explica que esto es por la
acumulación de poder patriarcal y por la prevalencia de la violencia
como esquema civilizatorio de convivencia y de dominio social. En la
historia, nos dice, no siempre ha sido así: las mujeres tuvieron un
momento largo y privilegiado en el que las sociedades se erigían en
torno a un poder distinto del que hoy conocemos.
Mucho de la violencia de género se
explica por la educación machista que aún forma seres orientados a la
dominación y el despojo del poder de otras, de las mujeres, en ese
caso. Una parte seguramente se explica por el deterioro del tejido
social y de los valores de convivencia. La OMS refiere “un
bajo nivel de instrucción, el hecho de haber sufrido maltrato infantil
o haber presenciado escenas de violencia en la familia, el uso nocivo
del alcohol, actitudes de aceptación de la violencia y las
desigualdades de género” como factores que inciden.
En este panorama es innegable que
los mecanismos estatales débiles y la falta de incorporación seria de
políticas de erradicación de la violencia de género contribuyen a que
ésta se mantenga. Hablar de “despatriarcalización” es una banalidad si
el Estado no se enfoca prioritariamente en la violencia misógina como
una pandemia que hay que combatir de manera integral –no basta
castigar, hay que educar- en el sentido más correcto de la palabra.
Las mujeres bolivianas se han
propuesto una depuración de las listas en base a un criterio esencial:
ningún machista debería ser candidato a representante o funcionario
público. Podríamos añadir que ningún egocéntrico que se crea dueño de
la verdad tampoco; alguna vez escuché a un funcionario decir que él era
“buen político porque tenía la capacidad de ser cruel” (¡!).
Cualquiera que haya sido el contexto de estas palabras, es un concepto
profundamente patriarcal y violento. El hilo de continuidad entre el
egocentrismo como patrón cultural de los políticos en el poder y las
actitudes violentas, machistas y misóginas en una sociedad es muy
evidente.
El plan de un nuevo Ser Humano para
el 2025 no está proyectando cualidades humanas para un cambio social
profundo que recoja lo mejor que tenemos –y claro que lo tenemos- como
sociedad boliviana. El Vivir Bien, la igualdad, el respeto de la
naturaleza, la igualdad, tienen que tener un contenido de equidad de
género absolutamente.
El
mensaje que las mujeres han propuesto hoy a la sociedad boliviana está
apelando a un elemento muy importante de la política: una nueva ética
que permita figuras públicas capaces de indignarse con la injusticia y
la violencia y que tengan sólidamente asentados los principios de la
equidad de género y el respeto humanos. Si funciona como demanda
colectiva puede ayudar a que muchos violentos (aunque no se reconozcan
como tales) se abstengan de participar y asuman que la política es un
compromiso que demanda integridad como personas. Ese es un criterio que
va a empezar a funcionar ahora en el control social a las autoridades y
servidores públicos.
Hoy
día a los políticos que están en campaña, no queda más que dejarles
hablar, que sigan hablando, pásenles el micrófono y que hablen, si
salen las serpientes muérdanse la lengua y váyanse a sus casas: si han
logrado controlarlas, que se forme un ser humano diferente. Desde
ahora, los políticos están sujetos al juicio de las mujeres y hombres
que queremos vivir sin humillaciones ni violencia misógina u homofóbica
que cueste más vidas.
A
riesgo de quedarnos con pocos candidatos, seguiremos apoyando esta
brillante y legítima demanda desde la sociedad: “Machistas fuera de las
listas!"
- Elizabeth Peredo es picóloga social.
http://alainet.org/active/76711
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