Pedro Miguel
México se acerca a un aniversario más de su independencia en una condición de desastre.
El estado de la economía ameritaría echar a los integrantes del
gabinete económico y devolverlos al primer semestre de la carrera:
después de casi dos años de crecimiento mediocre e instatisfactorio, y
ante la perspectiva de su propio fracaso, la Secretaría de Hacienda y
Crédito Público se cura en salud y advierte que el año entrante habrá
una presión a las finanzas públicasy que la economía seguirá a la baja, pese a que el grupo gobernante prometió que sus adulteraciones constitucionales y las correspondientes reformas legales habrían de ser el gran detonador de un crecimiento económico esplendoroso.
La violencia delictiva no ha cesado; por el contrario, se ha
incrementado según los indicadores y hay que agregarle una violencia
represiva que contagia a cada vez más gobernadores, presidentes
municipales y variados gerifaltes locales inspirados por la impunidad
de quienes están arriba de ellos en la pirámide administrativa: uno se
pregunta, por ejemplo, en qué medida el precedente Peña-Atenco inspira
a políticos como Rafael Moreno Valle en sus empeños por resolver los
conflictos sociales a punta de persecuciones políticas y de balas de
goma.
Ciudadanos que ante la ausencia de las autoridades buscaron
organizarse para enfrentar por sí mismos a la criminalidad, se
encuentran presos; es el caso de Nestora Salgado, José Manuel Mireles y
muchos otros; en cambio, delincuentes de las distintas categorías
–desde capos sangrientos hasta presidentes de consejos de
administración defraudadores– siguen libres e impunes.
El aparato administrativo federal se muestra más inepto que sus
predecesores –que ya es decir mucho– para resolver los problemas
reales, pero gasta como nunca en publicidad para hacer creer que los
resuelve aun cuando sepa de antemano que su credibilidad no da para
eso. Empresas privadas y entidades públicas provocan desastres
ambientales a un ritmo de uno o dos por semana sin nadie capaz de poner
orden, procurar justicia y remediar las afectaciones.
Desde luego, el régimen peñista, carente de mínimos reflejos
democráticos, no va a esperar los resultados de la consulta popular de
2015 acerca de sus reformas para empezar a aplicar la entrega de
suelos, subsuelos, aguas y aires nacionales a la rapiña corporativa
trasnacional. Ya están en curso de resolución las primeras cesiones y
la selección de los primeros contratistas y concesionarios, y éstos
vienen con todo y por todo, y ello incrementa en la población la
sensación de estar siendo vendida al mejor postor con todo y lugares de
residencia, paisajes y servicios.
Prosperase llama la única perspectiva de vida mejor que el grupo gobernante ofrece a sus oprimidos, traicionados y saqueados y se trata, desde luego, de un camino individual y focalizado, diseñado para cambiar dádivas por sufragios.
El
desenfreno de los negocios lleva al anuncio de proyectos carentes del
menor sentido nacional, como ese aeropuerto mexiquense megalómano y
tonto, cuya construcción implicará la demolición del elefante blanco
anterior, edificado, a su vez, para glorificar las chequeras de la
mafia foxista. Una ciudad como la de México requiere de un sistema de
aeropuertos situados en la periferia en distintos puntos cardinales, no
la proyección de un nuevo megaembotellamiento aéreo y terrestre.
La desesperanza no es un subproducto accidental sino un objetivo
deliberado. Ya privatizados todos los bienes y servicios imaginables el
régimen oligárquico se empeña en privatizar la vida pública, la
política y la organización política. El mensaje no tan subliminal es ir
sembrando la idea de que la vida institucional es monopolio de unos
cuantos, que la sociedad carece de cualquier posibilidad de cambiar el
rumbo del país e imprimirle un sentido social y que cualquier intento
en este sentido está de antemano condenado a la represión, el despojo
electoral o la cooptación de dirigencias partidistas y de bancadas
parlamentarias para alinearlas como aliados menores, aunque vistosos,
en el plan de negocios de quienes se consideran dueños del país.
En este entorno, anclado en lo contrario al espíritu independentista
y a la soberanía nacional, el peñato se apresta a conmemorar el 15 de
septiembre. Volverá a comprar portadas de revistas y reportajes
laudatorios, declamará gritos falsarios y protagonizará ceremonias
usurpadas al sentir popular. Pero la memoria de la Independencia es más
que un ritual oficialista y al margen de los festejos televisivos y de
los dispendios habituales la palabra misma volverá, como cada año, a
resonar en muchas mentes y a provocar reflexiones. Las mismas
condiciones de entrega del país impuestas por el régimen llevarán a
muchos a pensar en la necesidad de un nuevo proceso emancipador, que es
nada más y nada menos lo que requiere el país en esta hora.
Twitter: @Navegaciones
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