Sara Sefchovich
En un articulo reciente, Román Revueltas escribe sobre el llamado “estado islámico” y las atrocidades que comete. Al final del texto, se justifica por escribir sobre eso, diciendo que “los valores de la sociedad abierta, a los que nosotros aspiramos como nación, no pueden estar tan ferozmente amenazados, en ningún lugar del mundo, sin que ello deje también de sacudir nuestras conciencias.”
¿Por qué era necesaria esa explicación?
Él mismo lo dice: cuenta que hace unos meses habló del “insondable misterio del vuelo MH370 de Malaysia Airlines” y un airado lector le escribió: “No sé por qué escribe usted sobre eso, si no viajaba ningún mexicano en el avión”.
Dejando de lado lo que significa que en nuestro país interese tan poco lo que sucede afuera (y de lo que he hablado varias veces en este espacio), me quiero referir a la actitud del lector. Es una persona que está convencida de que tiene la verdad en la mano y que se la puede imponer a los demás: esto es de lo que usted sí debe escribir o no debe escribir.
Algo similar nos sucede a todos los que tenemos algún espacio público donde expresar nuestras ideas: siempre hay alguien que nos dice lo que deberíamos haber dicho en lugar de lo que dijimos.
Hace poco, un lector me escribió exigiéndome que escribiera sobre lo que a él le parecía importante, que era exactamente lo contrario de lo que el lector de Revueltas: “Ud. debería de escribir un artículo sobre Israel y Gaza que diga la verdad de lo que pasa y no permitir que caricaturistas como Heliofores y Sketchs o como se llame dibujen mentiras de lo que pasa. Ud sabe muy bien que los israelíes no matan ni niños ni civiles al propósito y que no se compara la defensa de tu vida con lo que los palestinos quieren de los judíos incluyéndola a ud. aunque no se considere judía, para los demás lo es. Ningún judío que escribe en El Universal (Zabludovsky) debían de permitir la burla de los israelís a menos que consideren que es verdad lo que se dibuja y escribe sobre ellos”. (Ortografía arreglada, texto transcrito textual).
Dejando de lado la sandez de esa persona de suponer que sabe lo que soy y lo que me considero a mí misma, está la cuestión del tema sobre el que me exige escribir, con todo y las instrucciones que me da sobre la postura a tomar y sobre lo que “no debo permitir”. Decía Freud que los humanos quieren “que el otro satisfaga sus expectativas” y que en nuestro infinito narcisismo estamos convencidos de que aquello que nosotros consideramos lo más importante, efectivamente lo es.
Como no seguí sus instrucciones, el lector mandó dos correos más. En el primero decía: “No contestó nada de lo que dije, es ud. una antisemita, lástima que entre los judíos existan gentes como ud” y en el segundo: “Mejor no escriba en el periódico o no ponga su email. Si lo pone es para algo. No sea pelada”.
Toda esta disquisición la hago por lo siguiente: semana a semana los que tenemos espacios en los medios, le decimos a los políticos sobre todo, pero también a los policías, a los empresarios y hasta a los ciudadanos, nuestras opiniones sobre lo que hacen, y en la mayoría de los casos estas son críticas. No estamos de acuerdo con que el presidente tome esas decisiones, con que el Congreso promulgue esas leyes, con que tal institución no haga esto o aquello, con que el gobernador tal gaste tanto en publicidad, con que los maestros hagan tal acción o los ciudadanos no hagan tal otra.
Me pregunto: ¿hay alguna diferencia entre esto que hacemos nosotros, a lo que llamamos “libertad de expresión” y “avance democrático” porque podemos decir nuestras ideas, y lo que hacen esos lectores que nos exigen? Y lo más importante: ¿sirve de algo? ¿Les motiva a los criticados alguna reflexión lo que les decimos, o simple y llanamente lo ignoran como parece ser el caso y como hacemos los que recibimos esos correos?
sarasef@prodigy.net.mx www.sarasefchovich.com
Escritora e investigadora en la UNAM
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