La Jornada
Mientras el futuro presidente, Andrés Manuel López Obrador, anuncia su propósito de recortar algunos de los escandalosos sueldos que perciben funcionarios de distintas áreas del gobierno, cifras del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi) dan cuenta de que las percepciones que reciben los trabajadores más sumergidos en materia salarial continúan su obstinada tendencia a la baja. Se trata de las dos caras de una misma moneda que muestra, con la contundencia de los números, las enormes desigualdades de la sociedad mexicana.
De la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo –herramienta demográfica que el Inegi utiliza para medir tendencias de ese rubro– se desprende que el número de personas que perciben más de cinco salarios mínimos se redujo considerablemente, en tanto aumenta la cantidad de trabajadores cuya retribución mensual se limita a uno solo de dichos salarios (es decir 2 mil 686 pesos y algunos centavos). Ambos datos se conjugan para corroborar un fenómeno que viene manifestándose desde hace varios años: la precarización del ingreso del vasto sector de la población que constituye la fuerza laboral de nuestro país, que se combina con la también constante pérdida de poder adquisitivo de los salarios.
Investigaciones recientes, como la efectuada a principios de 2018 por el Centro de Análisis Multidisciplinario dependiente de la Facultad de Economía de la Universidad Nacional Autónoma de México, evidencian con claridad la tendencia apuntada. A lo largo de los pasados 30 años –señala el estudio en cuestión– la capacidad adquisitiva de los trabajadores ha caído 80 por ciento. Y otro documento del propio Inegi señala que en febrero pasado, por ejemplo, 16 por ciento de los trabajadores mexicanos recibían ingresos mensuales precarios, la tasa más elevada desde 2005, cuando el instituto empezó a realizar esa medición.
Es cierto que el salario mínimo no tiene gran representatividad económica en la medida en que por sí mismo difícilmente alcanza para vivir dignamente y suele ser utilizado más que nada como patrón de medida, pero también en una amplia franja social constituye el ingreso con el que debe subsistir quien lo percibe, y es ahí donde su carácter de precario deja de ser una estadística para convertirse en una dramática realidad.
La insuficiencia salarial va acompañada, con indeseable frecuencia, de una precariedad laboral que no se limita sólo a lo económico: trabajos en ambientes inadecuados, en condiciones de seguridad y salud que están lejos de ser óptimas, y sometidos a la fortuna o la voluntad de los empleadores, se combinan con las bajas percepciones para configurar un presente muy poco alentador para los trabajadores.
Es preciso que se generen buenas oportunidades de ocupación en el sector formal de la economía, así como una reactivación de ésta en toda la estructura laboral y en el marco de una reactivación firme del sector productivo para superar de manera progresiva el duro escenario en que se desenvuelven millones de personas que día con día aportan al desarrollo del país, pero paradójicamente no reciben ingresos que les permitan sacar adelante su propio desarrollo personal.
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