Heriberto M. Galindo Quiñones
El noble encuentro entre Andrés Manuel López Obrador y José Antonio Meade celebrado en la casa del virtual presidente electo, lleva a pensar en temas que hablan muy bien de la dimensión alcanzada por ambos personajes: nobleza obliga, expresó el tabasqueño, y tiene razón dada la personalidad y la conducta del ex candidato de la coalición Todos por México. Pero vayamos a los significados más notables de esa trascendente reunión, efectuada precisamente al cumplirse el primer mes de que el electorado se manifestara, de manera tan rotunda, en las urnas el primero de julio.
Lo más relevante es entender las señales y las lecciones del pasado inmediato, y el significado del símbolo de la intención de pugnar por la unidad nacional de los mexicanos, asunto que es imperativo, como también lo es la tolerancia y el respeto, que son condiciones inaplazables, para que el país avance más y mejor, de manera más equilibrada y justa. Se trata de la unidad en la diversidad, pues no todos pensamos igual, y eso no es deseable ni óptimo. No se trata de intentar acciones con afanes autoritarios, de prepotencia, arrogancia, sujeción, dominio o sumisión; sino de respetar la dignidad y el valor de las personas; en síntesis, la nobleza del ser humano, la madurez, el pluralismo que combina y reconoce los esfuerzos de mayorías y minorías, y que recoge la disponibilidad de contribuir en bien de México, desde los frentes más variados del quehacer humano.
Más allá de ofrecimientos o promesas, si existieron en el encuentro, lo más importante es la señal que se envió a la nación, con la civilidad y la armonía encarnados en un saludo cordial, con en el diálogo sostenido y divulgado, tras los gestos de invitar, aceptar y acudir; es que esa señal fue positiva y obtuvo de inmediato el reconocimiento pleno de la sociedad mexicana que la observó y valoró en su dimensión exacta.
Superadas la contienda y la lucha, se impone una paz dinámica y duradera, con iniciativas inteligentes y viables; lo más deseable es que ese espíritu de armonía y de conciliación sea el que impere y caracterice conductas, actitudes, planes, acciones y tiempos, presentes y futuros, de aquí a la conclusión del mandato de AMLO dentro de seis años, y más allá, pues el cambio apenas empezó y al país lo integramos todos, independientemente de géneros, edades, credos, estatus socioeconómicos y culturales, ideologías, simpatías o militancias políticas.
Faltan más de 100 días para que empiecen las funciones del gobierno futuro, y hay buenos augurios que abonan la tranquilidad y el progreso deseados. Se debe continuar con lo que haya dado resultados y habrá que desechar lo que no tuvo los mejores efectos.
Ciertamente, en sentido contrario a la tradición de la discreción y de los cuidados políticos, en este primer mes se presentaron adelantos en anuncios y declaraciones que generaron sobrexposiciones de los protagonistas y sus ideas, lo cual podría llevar a riesgos innecesarios, pero así se quiso operar durante los primeros 30 días, y seguramente que sus motivos tuvieron el virtual sucesor del presidente Enrique Peña Nieto y su equipo de colaboradores, como para haber actuado de esa manera.
Sin embargo, en aras de la unidad y la conciliación deseables, lo más recomendable ahora será evaluar lo realizado por el gobierno que concluye, recoger las ideas y las propuestas más viables para el porvenir y someterlas a consideración de especialistas y expertos, previo a la integración del Plan Nacional de Desarrollo, que nos conlleve a estadios superiores, que pudiera contribuir a la realización del sueño lopezobradorista de la cuarta transformación nacional.
La sociedad estará pendiente, vigilante y deberá ser partícipe.
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