Pedro Miguel
La sede de la Sala
Superior del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, en
el suroriente de la capital, tiene una historia triste y un aire
inconfundible de baluarte medieval fortificado: unas paredes de hormigón
que forman una superficie lisa y convexa, con pequeñas troneras y un
acceso esquinado que por un asunto de proporciones parece diminuto; está
situada, además, al borde de una vía rápida repleta de automotores que
hacen el papel de los fosos repletos de cocodrilos imaginarios que
rodeaban los castillos. Es un entorno programadamente hostil a los
peatones, a la gente de a pie, al pueblo, un fiel reflejo urbanístico y
arquitectónico de la concepción de las instituciones que ha imperado a
lo largo de décadas. Tras los comicios anteriores al de este año, el
edificio fue rodeado de lejos (los operativos antidisturbios fueron, en
ambos casos, impenetrables) por manifestantes que protestaban por la
consumación de un robo (2006) y de una compra (2012) de la Presidencia.
Su angustia por un país que se iba a pique no llegó ni siquiera a rozar
los muros del establecimiento judicial; fue derrotado en silencio por
las vallas metálicas y las armaduras de los policías antimotines,
dispuestos en varios anillos impenetrables alrededor del recinto, en
cuyo interior se consumaban las indecencias de ungir a gobernantes
elegidos por el poder del dinero.
El miércoles pasado, cuando Andrés Manuel López Obrador entró a la
sede tribunalicia para recibir el documento que lo acredita como
presidente electo de México, los alrededores del edificio también
estaban llenos de gente, pero esta vez no había indignación sino fiesta.
El dispositivo policial de resguardo fue mucho más discreto y menos
beligerante que en las ocasiones anteriores, pero resultó igualmente
impenetrable. Qué paradoja: el político que ha abominado siempre de las
guardias pretorianas y de los guaruras fue separado de la masa
que lo vitoreaba por un último designio autoritario del régimen que se
va y que ni en sus momentos postreros ha podido superar el miedo al
pueblo.
Pero el documento que le fue entregado al nuevo mandatario no fue la
carta de rendición de ese régimen. La tranquilidad solemne de la
ceremonia del miércoles contrastó con las campañas mediáticas de
desprestigio lanzadas por diversos estamentos de ese régimen en cosa de
20 días: la impresentable e infamante resolución del Instituto Nacional
Electoral (INE) sobre el Fideicomiso Por los Demás, las andanadas
sistemáticas tras cada nombramiento de los integrantes del futuro
gobierno, las difamaciones que igual inventan un cargo o un encargo para
René Bejarano, que asocian la exoneración de Elba Esther Gordillo con
el reconocimiento formal de AMLO como próximo presidente o –perla– que
atribuyen
a la envidiala decisión lopezobradorista de eliminar las suculentas pensiones de los ex presidentes; desentona también con el escandaloso fraude electoral en Puebla y con los trapicheos autocráticos de dos gobernadores priístas –Omar Fayad, de Hidalgo, y Claudia Pavlovich, de Sonora– para amputar las atribuciones de los poderes legislativos de sus estados que en breve serán dominados por Morena. Aunque el grupo oligárquico que aún controla el país recibió el primero de julio un golpe severísimo y decisivo, y por más que sus patentes electorales resultaron casi desmanteladas por la contundencia de la derrota electoral, la confrontación continúa.
Entramados de bots siguen operando en las redes sociales incluso con más beligerancia que durante la campaña, alimentadas ahora por youtuberos
bastos y por comentócratas de blasones académicos que se igualan en la
agilidad para acuñar fórmulas insidiosas, y ante el estado de
desorientación y colapso en que se encuentran los partidos del régimen
cabe suponer que todo eso viene directamente de los poderes económicos
que no ven con agrado la determinación lopezobradorista de separar el
poder político del poder económico. Y ante la menor réplica a su
renovada guerra de lodo, invocan
la intolerancia ante la crítica.
De acuerdo con los indicios disponibles, los exhortos a la
reconciliación formulados por el presidente electo y su equipo de
gobierno han encontrado oídos sordos en el núcleo duro del régimen
oligárquico, el cual parece dispuesto a sostener una lucha de desgaste a
largo plazo para disputarles el respaldo social, intoxicar a la opinión
pública y erosionar la autoridad moral de las nuevas autoridades
incluso antes de que éstas se constituyan como tales. Hasta ahora, esa
suerte de sedición por anticipado no ha logrado hacer mella en el ánimo
de los 30 millones de sublevados que el pasado primero de julio
decidieron un cambio de rumbo en el país, que permanecen al lado de su
presidente electo y que se sintieron representados en cada palabra del
discurso pronunciado por éste en el castillo fortificado del Tribunal
Electoral.
Twitter: @Navegaciones
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