Cámara de Diputados. Foto: Octavio Gómez |
Ya se sabe, a pesar de brincos, que los más altos sueldos de la
administración pública van a ser rebajados; que ya no se cubrirán las
pensiones ilegales y abusivas de los exdirectores generales del sector
paraestatal (art. 127), así como de los expresidentes y sus esposas y
viudas; que no habrá compensaciones escondidas; que los tabuladores
serán verdaderamente públicos; que nadie podrá cobrar más de lo que
tiene legalmente asignado (art. 127).
Ya se sabe también que se van a cancelar las plazas de confianza
creadas para complacer a amigos y cómplices, y que, en lugar de
centenares de delegados del gobierno federal en los estados, sólo habrá
uno por entidad.
Por último, todos tenemos la información de que los cargos que no
requieren confirmación parlamentaria, son de la exclusiva
responsabilidad del Ejecutivo.
Pero hay temas legislativos mayores que casi no se mencionan, aunque
se sabe que el Congreso abre sesiones el próximo 1 de septiembre.
La Cámara de Diputados debe clausurar el “departamento de regalos”, a
través del cual se agregan al presupuesto federal asignaciones al
margen de toda meta y objetivo, es decir, sin programa alguno. De esa
práctica vienen los “moches”, cuando quien metió el concepto en el
Presupuesto pasa a cobrarle al que está recibiendo el recurso.
Al mismo tiempo, el Ramo 23 del Presupuesto de Egresos debe ser
exclusivamente para aumentos de sueldos durante el ejercicio y ajustes
de partidas ya incluidas en el mismo. El gasto discrecional debe ser
sustituido por una política de modificación de programas y partidas sólo
mediante ajustes propiamente presupuestales. En una frase, los gastos
secretos del presidente deben ser cosa del pasado, lo cual ha de ser un
paso de gran calado en el combate al Estado corrupto que ha prevalecido
en México.
El primer paso en materia salarial es asegurar que los incrementos
anuales a los mínimos general y profesionales siempre se fijen por
encima del aumento de precios registrado en el año anterior más un
porcentaje que compense lo que durante los 12 meses anteriores se
hubiera perdido por la inflación. Así mismo, ¿de qué tamaño debe ser el
aumento de precios para obligar a un incremento antes de que se cumpla
el año de su vigencia? La ley debe señalarlo, en lugar de que, como
ahora, lo decida el gobierno.
Uno de los primeros puntos que deben cumplir los legisladores es
eliminar su propio fuero y el de los demás políticos poderosos, lo que
implica ponerlos a nivel de cualquier persona susceptible de ser
sometido a proceso penal, si acaso llegaran a existir causas para ello.
Esto es tanto más importante porque la eliminación del fuero se aplicaría también en delitos cometidos antes de asumir el cargo.
En cuanto al presidente de la República, éste puede ser ahora sujeto a
proceso por delitos del orden común (art. 108, 2º), pero sólo por parte
del Congreso. Lo que ahora es preciso modificar es que se puedan abrir
en su contra procesos penales en los tribunales ordinarios.
Lo que es aconsejable cuidar es que los titulares de los poderes
públicos no puedan ser detenidos o limitados en su libertad cuando se
les someta a un proceso penal, sólo con el propósito de garantizar el
normal funcionamiento de tales poderes y evitar golpes de Estado por la
vía policial-judicial.
Sería un sistema semejante a la libertad bajo fianza a la que tiene
derecho cualquier procesado. Luego de la condena, se revoca la
inmunidad, se remueve del cargo y se ejecuta la sentencia. Este
mecanismo impediría la impunidad, lo cual es la parte más importante.
Si el Ejecutivo “no va a ser tapadera de nadie”, como lo ha dicho
Andrés Manuel López Obrador, el Congreso tampoco debería serlo. Las
comisiones investigadoras de las cámaras nunca han llevado a cabo su
cometido porque están limitadas al sector paraestatal y carecen de
capacidad para hacer comparecer a cualquiera bajo protesta de decir
verdad.
Una reforma en esta materia es urgente para trasparentar el
funcionamiento del Estado mexicano, incluyendo contratos y cuentas, a
través de mecanismos políticos permanentes y viables. Habría que
inscribir a México dentro del control parlamentario que existe en muchos
países, lo cual implica abrir todo lo público al escrutinio.
Como está ahora el calendario de sesiones ordinarias, el Congreso no
va a poder agotar sus agendas legislativas y ocurrirá lo que ya hemos
visto: nunca hay tiempo de discutir los temas más importantes que se
dejan para el final. Además, no es aceptable que los legisladores
trabajen cinco meses y medio, pero cobren 12. Es fácil concluir que se
precisa ampliar ese calendario.
Es necesario introducir en la Constitución la revocación del mandato
de los cargos ejecutivos de elección popular, lo cual sería una nueva
forma de resolver problemas políticos por vías civilizadas y populares,
dos de las condiciones básicas de un sistema democrático.
En cuanto a las consultas populares, se requiere impedir que éstas
sean arbitrariamente impedidas por la Suprema Corte, como ocurrió con la
llamada reforma energética. En realidad, la Carta Magna sólo impide
poner a consulta el presupuesto, las tasas impositivas y el
financiamiento público. Así se convino en el Congreso y eso es lo que
quiere decir el texto vigente. Ahora, es preciso remontar aquel percance
de la democracia participativa y poner las cosas en su lugar.
En el plano fiscal no habrá aumento de tasas impositivas ni nuevos
impuestos. Sin embargo, existe una lista de pendientes sobre aquellos
decretos que el Ejecutivo ha emitido, por encima del Congreso y de la
Constitución, para perdonar a algunos privilegiados el pago debido de
sus contribuciones. Por motivos de justicia, no convendría dar largas al
tema, pero también para no permitir que las políticas de otorgar
privilegios sigan como si nada.
Se tiene que revisar de inmediato la reciente ley de propaganda
oficial y volver a los proyectos anteriores para asegurar que en ese
tema se cumpla la Constitución y se acabe con simulaciones y
discriminaciones. En específico, ningún gobernante debe usar fondos
públicos para hacer propaganda de su persona porque la Carta Magna lo
prohíbe.
El financiamiento público de los partidos debe ser reducido ante la
evidente exigencia popular, aunque sin desregular el financiamiento
privado. Esto debería hacerse antes de que termine el año para aplicarlo
en el ejercicio fiscal de 2019.
Hay más leyes urgentes que deben ser discutidas en el Congreso. Las
listas se encuentran en manos de los futuros grupos parlamentarios y de
muchas organizaciones sociales y civiles donde hay proyectos cuyo rezago
es largo.
Medios y redes podrían abrir la discusión sobre tan importantes temas nacionales. Podrían, digo.
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