Transforman soledad en tejidos
En el nombre del padre
del hijo
y de la hermana violada
no te perdono
Regina Galindo
Flotan bajo el sol. Se mecen en los días nublados. Son simples
pañuelos blancos que bailan acariciados por el viento en un parque, en
algún lugar de México. Detrás de las rendijas, entre pañuelos, un grupo
de edades diversas borda, conversa, bebe refresco. Las letras moradas,
violetas, lilas, reviven voces asesinadas.
“Hola, soy Cecilia Rodríguez Pichardo. A mis 21 años, sólo por celos,
mi novio me estranguló”, se lee en un pañuelo. La sinrazón resalta con
un hilo más grueso, tosco y estridente. El bordado ha sido siempre, para
muchas mujeres de diferentes clases sociales, una pieza central del
espacio doméstico y cotidiano. “Bordamos Feminicidios”, una colectiva
que se autoorganiza desde hace más de seis años para recordar a las
mujeres asesinadas a través del bordado de sus historias, sobrepasa los
muros, ocupa los parques y las plazas con pañuelos que relatan la
violencia machista en primera persona.
En México, siete mujeres en promedio son asesinadas al día, según
datos de ONU Mujeres. En lo que refiere a crímenes de odio LGTBIfóbico,
este país ocupa el segundo lugar del mundo. Imposible esquivar las olas
de feminicidio que azotan con tristeza e impotencia. Para sobrevivir
juntas, un grupo de mujeres ha decidido bordar juntas y transformar la
soledad de la violencia en tejidos que visibilizan la injusticia.
En la Ciudad de México, actualmente el grupo ronda las diez personas.
“Vamos a los parques. Montamos los tendederos y los ponemos para que la
gente los vea. Nos sentamos en el piso o en alguna banca ahí cerca.
Interactuamos de esa manera. Hay veces que no pasa nada, sí llega gente
que lo lee y ya. Hay ocasiones en que las personas se acercan, preguntan
y se sorprenden, pues ven a las mujeres y piensan que una está bordando
florecitas o que estamos bordando para un baby shower. Cuando los leen,
les cambia el rictus. Hay personas que se dan media vuelta y se van,
rechazando completamente el tema”, comparte la bordadora Blanca Loaria.
Generaciones de mujeres han bordado nombres en sábanas o flores en
paños y letras en pañuelos. Para muchas, éste es un conocimiento que fue
transmitido a la fuerza por las monjas; para otras es una posibilidad
de reunión con diferentes mujeres, una forma de transmisión del
conocimiento entre distintas generaciones.
Minerva Valenzuela es la actriz-cabaretera, activista feminista,
activa militante que coordina “Bordamos Feminicidios” desde 2012. Cuenta
que el movimiento comenzó con la “mal llamada ‘guerra contra el
narcotráfico’”, durante el Gobierno de Felipe Calderón (2006-2012).
Durante ese período, México comenzó un proceso de plomo y
enfrentamiento, que tiene como resultado alrededor de 150 mil personas
muertas, mientras las desaparecidas se calculan en 30 mil.
El grupo en el que participaba Minerva en ese entonces, reunido para
reclamar la memoria de las personas desaparecidas, cayó en la cuenta de
que muchos de los casos que estaban bordando eran feminicidio, no se
trataba sólo de asesinatos vinculados a guerras entre carteles de
drogas. Con esa conciencia decidieron iniciar “Bordamos Feminicidios”.
Se redacta un caso de forma breve, contundente, en primera persona.
No hay prescripciones acerca de bordar derechito, como ordenan las
monjas, ni regaños si se dejan nudos de la trama al revés. Los hilos
enhebran sensaciones delicadas, identifican con las mujeres cuyas
memorias se cosen en hilos. “Son tan recientes algunos casos, que puedes
incluso revisar el Facebook con el perfil de la mujer a la que estas
bordando”, agrega Minerva.
Entre puntada y puntada, señalan las bordadoras, se teje una relación
de complicidad, un respeto por la mujer asesinada. “Muchas veces me
escriben mujeres diciéndome que casualmente les tocó una víctima de
feminicidio que se dedica a lo mismo que ella o que tenía la misma edad
o, en una gran coincidencia, que tenía el mismo nombre que ellas o que
su hermana o que su amiga”, relata la coordinadora.
Estos microactos, pequeños y sencillos como los pañuelos, evocan el
trauma personal y colectivo que marca el terrorismo feminicida con su
huella indeleble. Restaura los lazos entre mujeres (las sobrevivientes,
las asesinadas, las familias) y visibiliza de forma creativa la tragedia
nacional. Cada vez que una bordadora se hace un espacio para bordar, le
devuelve a la víctima algo del tiempo que le fue robado, le presta su
mirada y su voz. Le entrega un poco de amor, empatía y ternura, de
manera tan gratuita e irracional como el odio esparcido contra los
cuerpos asesinados.
Además de los encuentros, las bordadoras tienen un acuerdo: hacerlo
en la fila de espera para comprar las tortillas, o en la del dentista, o
en los autobuses. El bordado en el espacio público que mueve y reaviva
las voces de las asesinadas víctimas de feminicidio provoca cimbronazos.
Las noticias acerca del feminicidio en México son tan amargas como
constantes. Son tantos los casos que proyectos como Bordamos persiguen
una tarea titánica: detener el tiempo y honrar las memorias de las
asesinadas.
Para la profesora de Literatura, Artemisa Téllez, uno de los
descubrimientos que más la percutió fue ver que hay casos en los que el
relato noticioso se refiriere a la mujer sólo como novia, esposa, hija,
amante, hermana o madre: “Esos feminicidas borran no sólo a la persona,
sino su identidad. Además se revictimiza a las asesinadas,
relacionándolas irremediablemente con el hombre que las mató”.
La microrrevolución es una experiencia amorosa depositada en cada
pañuelo. La presencia de los bordados en los parques, en las filas de
trámites… trae aire fresco al páramo del feminicidio. Artemisa señala
cada oportunidad de expresarse bordando como “una pequeña catarsis ante
tantísimo dolor”.
* Este artículo fue retomado del portal pikaramagazine.com
CIMACFoto: Hazel Zamora Mendieta
Por: Florencia Goldsman*
Cimacnoticias | Bilbao, Esp
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