Editorial La Jornada
El secretario de Relaciones
Exteriores, Marcelo Ebrard, se reunirá hoy con una delegación encabezada
por el vicepresidente de Estados Unidos, Mike Pence, para tratar el
tema de los aranceles a todos los productos provenientes de México con
lo que el presidente Donald Trump busca presionar al gobierno mexicano a
fin de que éste se pliegue a sus exigencias en materia migratoria y de
combate al narcotráfico.
Por principio de cuentas, es preciso señalar que el estilo negociador
de Trump incluye, además de los insultos, la prepotencia y el aumento
de las tensiones, una deliberada confusión sobre las condiciones y los
términos de lo negociado. Así, mientras el magnate declaró desde Londres
que
lo más probable es que las tarifas vayan adelante, Kevin Hassett, presidente del Consejo de Asesores Económicos de la Casa Blanca, afirmó que las negociaciones bilaterales tienen el
potencial de ser extremadamente fructíferas, algo que confirmó el jefe de la diplomacia mexicana al señalar que el diálogo tiene
80 por ciento a favor.
Para poner en perspectiva lo que está en juego con el arancel de 5
por ciento a las exportaciones mexicanas –que iría subiendo cada mes
hasta alcanzar 25 por ciento,
si México no detiene el flujo de migrantes y drogas– debe recordarse que el argumento económico con el que se pretende justificar esta nueva andanada reside en el supuesto déficit que Estados Unidos padece en los intercambios bilaterales con nuestro país.
Como ya se indicó en este espacio, tal aserto descansa en el doble
equívoco de no incluir en la balanza comercial el intercambio de
servicios, sino únicamente el de bienes, y de omitir que de los 150 mil
millones de dólares anuales que alcanza el presunto saldo a favor de
México, 143 mil millones –95.3 por ciento– corresponde al denominado
comercio intrafirmas; es decir, a las compras que las empresas
estadounidenses se hacen a sí mismas a través de las fronteras.
En cuanto a los costos de la medida proteccionista, un arancel de 5
por ciento supondría daños anuales por 17 mil 500 millones de dólares,
que podrían incrementarse si se considera que algunos bienes cruzan
varias veces la frontera antes de llegar al consumidor final. En este
mismo supuesto del 5 por ciento, el perjuicio para los exportadores
mexicanos sería absorbido por una devaluación del peso mexicano que
compensaría el incremento en los costos, un escenario indeseable, pero
que permitiría evitar las dolorosas consecuencias de una parálisis en la
producción.
Al contrario de lo que sostienen el presidente de Estados Unidos y su
principal asesor en materia económica, el daño para la superpotencia no
sería desdeñable porque pese a todas las asimetrías existentes, México
es el mercado principal para las exportaciones de su vecino del norte y
porque este ha sido conducido ya a una guerra comercial con China, así
como en un absurdo golpeteo hacia socios tan importantes como Canadá, la
Unión Europea o India: como señaló el senador republicano por Texas
John Cornyn, la imposición de aranceles a México en el contexto actual
supone
apuntarse con un arma a sus propias cabezas, posición compartida por buena parte de los legisladores del propio partido de Trump.
Cierto que el daño causado por la insensatez trumpiana se
incrementaría de manera exponencial si la tasa arancelaria aumentara,
acorde con el amago de Trump, hasta 25 por ciento. Por desgracia, tal
escenario no puede descartarse en la lógica de negociación mediante
chantajes que constituye el sello del republicano.
En suma, si las conversaciones de hoy no arrojan acuerdos y el 10 de
junio entra en vigor la primera fase de los aranceles, México estará
ante un escenario difícil pero manejable, el cual debe ponerse en su
justa dimensión para no añadir el pánico al resto de los males. Lo
importante para afrontar el temporal es entender la actual andanada como
un proceso complejo que no supone una catástrofe inevitable, pero sí
conlleva todas las complicaciones de capotear de manera simultánea los
golpes provenientes del proceso electoral en marcha en Estados Unidos, y
los que se siguen del reordenamiento mundial con que Trump busca dejar
atrás la era del libre comercio.
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