El
post-neoliberalismo es la nueva política de Estado. Pero lo que el
Estado no va a decir es que detrás de ese término se esconde el mismo
neoliberalismo, pero ahora con ropaje y gestos de izquierda.
Los
científicos sociales, en especial los que se consideran “críticos”, en
teoría podrían ayudar a comprender la situación. Sin embargo, con
frecuencia contribuyen a la confusión. ¿Si el propio Presidente ha
decretado el fin del neoliberalismo, no será esa una muestra
indiscutible del giro copernicarno de la política mexicana? ¿Si el Plan
Nacional de Desarrollo ha anunciado el nacimiento del posneoliberalismo
no será ese un signo indiscutible del amanecer de una nueva época?
Para John Ackerman, la “nueva utopía” ya llegó, ya está ahí. Incluso un marxista como Massimo Modonesi
sugirió que si bien el gobierno de AMLO presenta muchas
contradicciones, no está descartado un giro radical. En esta tesitura,
la revista Jacobin ha insistido en que AMLO no podrá él sólo contra el neoliberalismo: tenemos que “ayudarlo” para que así ocurra.
Estas
posturas, que van desde dar a AMLO todo el crédito hasta darle el
beneficio de la duda tienen en común, en distintos grados, una actitud
de respaldo. ¿Pero hay claridad sobre qué están respaldando?
El
hallazgo clave del marxismo es que el capital es una relación social. Lo
que aparece como una simple cantidad de dinero, es en realidad un rasgo
superficial de un entramado de relaciones que permiten, en primer
lugar, que dicha riqueza sea producida por muchos y apropiada por pocos.
El neoliberalismo, como forma dominante del capitalismo en el mundo
actual, es básicamente la materialización de unas relaciones sociales
favorables al capital en detrimento de victorias colectivas alcanzadas
en décadas previas.
En México, el neoliberalismo implicó una serie
de privatizaciones de empresas estatales, propiedades comunales y
recursos naturales. Para consolidar este orden, la agenda neoliberal
moldeó un nuevo rol al Estado, el cual pasó de ser el dirigente y motor
del capitalismo nacional al policía protector (y ocasional árbitro) del
capital nacional y extranjero.
AMLO, por su parte, no busca
revertir las relaciones de propiedad que impuso el giro neoliberal.
Aunque afirmó que “privatizar es sinónimo de robar”, también aseguró que
ya los perdonó. Respetará los contratos con las petroleras extranjeras,
no revertirá las concesiones mineras. Vaya, no hay ni siquiera indicios
de que por lo menos les cobre más impuestos al capital extractivista.
En este sentido, el problema no es que AMLO no sea radical, sino que ni
siquiera es moderado. No está en la mesa una reforma fiscal que por lo
menos recaude más impuestos a los más ricos para financiar el gasto
social.
Al contrario, su vía para financiar el gasto social (sus
programas de bienestar) es la austeridad. Lo que AMLO presentó como un
ataque a los privilegios de la alta burocracia, escondía un recorte a
todos los niveles del Estado (con notables excepciones, como el
Ejército, que vio aumentada su tajada). Robin Hood le quitaba a los
ricos para darle a los pobres. AMLO, por su parte, es un Robin Hood horizontal:
le quita a unos pobres para darle a otros. No hay una ampliación del
presupuesto del Estado, pero sí una redistribución del mismo. Las becas
para unos, se toman de las medicinas de otros. El apoyo para unas, se
quita a las guarderías de otras. En general, el adelgazamiento del (ya
maltrecho) estado de bienestar se convierte en un nuevo corporativismo
individualizado subordinado al mesías.
El neoliberalismo está intacto. Pero se le está administrando de modo distinto.
Ramón I. Centeno es politólogo
Blog del autor: http://medium.com/@ramonicenteno
No hay comentarios.:
Publicar un comentario