La Jornada
En una nueva embestida contra México, el presidente estadunidense, Donald Trump, reforzó ayer el ultimátum que lanzó el pasado jueves al anunciar que su gobierno impondrá este mismo mes un arancel generalizado de 5 por ciento a todas las exportaciones mexicanas, en caso de que que el país no detenga el tránsito de migrantes centroamericanos que buscan llegar, a través de nuestro territorio, a la frontera norte.
En momentos en que se encuentra en Washington una delegación de primer nivel, encabezada por el canciller Marcelo Ebrard, con el propósito de buscar vías de solución al diferendo creado por la propia Casa Blanca, el magnate republicano difundió un tuit en el que afirma: “México está enviando una gran delegación para platicar sobre la frontera. El problema es que ellos han estado ‘hablando’ durante 25 años. Queremos acción, no platicar”; y agregó que los mexicanospodrían resolver la crisis fronteriza en un día si lo desearan.
El grosero mensaje no es una mera expresión de la personalidad sulfúrica del mandatario, sino también una calculada vuelta de tuerca para llevar la tensión bilateral al límite, en la modalidad característica del estilo trumpiano de negociar. Lo grave es que el propio jefe de Estado queda cada vez más atrapado en sus palabras –formuladas, en buena medida, para consumo de sus bases electorales más atrasadas, chovinistas y agresivas– y no parece fácil que pueda evitar la imposición de aranceles con la que él mismo amenazó.
Sin embargo, este ensayo de extorsión injerencista, que tendría consecuencias sumamente negativas para la economía mexicana, ha encendido las alarmas en sectores empresariales estadunidenses que perciben el peligro inminente de una hostilidad comercial que les resultaría sumamente adversa: México exporta a su vecino del norte productos por 307 mil millones de dólares, pero Estados Unidos recibe 181 mil millones de dólares de sus exportaciones a México; si bien es cierto que existe un elevado superávit a nuestro favor, ello no le resta letalidad a las respuestas que las autoridades mexicanas deberían adoptar ante la escalada proteccionista que impulsa la Casa Blanca. Significativamente, por lo pronto, la amenaza del jueves pasado se tradujo al día siguiente en una caída generalizada de los indicadores bursátiles en ambos países.
Es difícil calcular hasta dónde llegará Trump en su afán por tensar la cuerda, pero es claro que el gobierno mexicano tiene ante sí la necesidad de elaborar una estrategia de respuesta a partir de cuatro ejes: en lo inmediato, insistir en el diálogo y la negociación como la vía correcta para resolver el diferendo, sin caer en las provocaciones del presidente republicano; responder puntualmente a las agresiones comerciales estadunidenses con medidas recíprocas y proporcionales; no ceder al chantaje trumpista ni permitir que Washington dicte las políticas mexicanas migratoria y de seguridad pública y, por último, impulsar y operar, con toda la urgencia que el caso amerita, una diversificación de las relaciones comerciales, industriales y tecnológicas, de manera especial hacia América Latina, Europa y Asia.
El país vive una situación sumamente difícil y parece inevitable que los disparates de Trump tengan efectos negativos en nuestra economía; pero la combinación del trabajo diplomático, las gestiones comerciales multilaterales y la firmeza en la defensa de la soberanía, en un entorno de necesaria unidad nacional, pueden lograr que la crisis resulte transitable y, a la larga, se traduzca en una economía robustecida y una soberanía reafirmada.
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