Uno de los efectos más importantes de la pandemia son la sobrecarga
de trabajo en los cuidados, el llamado “Home-Office” y ahora el reinicio
de las actividades escolares a distancia. Todo ello implica una
excesiva carga de trabajo para las mujeres, descansa en sus espaldas,
donde la variable pobreza, es determinante.
No es lo mismo enfrentar todo esto en una vivienda de dos cuartos y
una televisión, que con tres televisores, igual número de computadoras y
un departamento de 150 metros, o una casa de 6 recámaras, jardín y
cochera, con la posibilidad de contratar trabajo doméstico remunerado y
contando con la colaboración de la pareja.
La educación a distancia la impuso la pandemia, permite proteger la
salud de la niñez y de toda la sociedad, como se aprecia en esta gráfica
es lo que se ha tenido que aplicar en toda Latinoamérica, sólo en
cuatro países se resuelve con clases en vivo. Aquí es imposible, ni las
condiciones de las familias o de las escuelas lo permiten.
Pero la educación a distancia tiene graves riesgos e inconvenientes,
de eso no hay duda, para variar descansa en gran medida en las mujeres y
sus cuidados, o acompañamiento de la niñez, ya sea como mamá o como
maestra.
La secretaria de Educación en la CDMX, Rosaura Ruíz, declaró: “Es un
tremendo reto y sí creo que por la pandemia va a haber una afectación en
la educación, porque los niños tienen que estar en la escuela, con sus
maestros, que vean a sus amigos, que tengan una vida social, un ambiente
cultural”.
Explicó que uno de los problemas a enfrentar en el nuevo ciclo
escolar, que inició este lunes, es cómo llegar a las y los estudiantes
que no tienen conectividad a Internet ni computadora, aunque dijo que la
mayoría del alumnado tiene acceso a teléfonos celulares inteligentes,
de allí que junto con la Agencia Digital de Innovación Pública, se
planea una estrategia para que el estudiantado de educación básica
puedan tener conectividad desde los postes de las cámaras de
videovigilancia. “Será muy díficil evitar que se acentúe el rezago
educativo que de por sí ya se tiene en materias como lectura, lengua
materna y matemáticas”.
Además del rezago se enfrenta la deserción escolar, ya sea a nivel
básico, medio superior o superior. Jóvenes que abandonan la escuela por
la presión económica que ha implicado esta pandemia, pero con un
horizonte laboral muy, muy precario.
El subsecretario de Educación Superior, Luciano Concheiro Bórquez
informó que al menos 10 por ciento del alumnado de preescolar, primaria y
secundaria en México –es decir, 2.5 millones– abandonaron las aulas en
el ciclo escolar 2019-2020 en el contexto de la pandemia del COVID19,
mientras que en el nivel superior, en el que estudian poco más de 4
millones 538 mil jóvenes, la deserción fue de 8 por ciento.
Implica mayores obstáculos para la recuperación integral del país y
el riesgo de que toda una generación de jóvenes (que no estaban bien),
ahora cancelen definitivamente su presente y cero futuro.
“Se tiende a la regresión de peores condiciones de trabajo o peor
ingreso”, alertó la titular de la Procuraduría Federal de la Defensa del
Trabajo (Profedet), Carolina Ortiz Porras. Totalmente cierto.
Cuidados y desigualdad de género y económica
Es reconocido y aceptado -pero sin resolver- que persisten en el país
profundas inequidades de género en los aspectos más básicos materiales
de la vida, en la tarea de cuidados es enorme la brecha de género, las
mujeres destinaban a las actividades de trabajo doméstico y de cuidados
entre 22 y 42 horas semanales.
Eso era antes de la pandemia, ahora necesitan días de 72 horas para
poder atender tooodas las tareas de cuidados, su homeoffice o
desplazarse al trabajo, salir a las calles a ofrecer sus mercancias. En
síntesis, conseguir un ingreso y no descuidar la carga de cuidados.
El compromiso con la transformación de las situaciones de desigualdad
supone que un ámbito que recibe máxima prioridad es el de la incidencia
en las políticas públicas, sin embargo aunque parezca increible no
existe una “agenda de cuidados” y eso sucede en toda América Latina, NO
hay un reconocimiento a este trabajo y las políticas públicas no
representan un “soporte” para estos trabajos feminizados.
Así como atender desigualdades o inclusión real de las mujeres al
crecimiento económico o al desarrollo, su capilaridad es mucho más
limitada que la de los hombres, por supuesto.
Para ONU-Mujeres en su documento: “La economía feminista desde
América Latina, Una hoja de ruta sobre los debates actuales en la
región”, la “agenda de cuidados” no es ni tan clara (qué se demanda) ni
tan uniforme (quiénes lo demandan), y permea de maneras diferentes de
acuerdo a las “resonancias” que el concepto tenga en los contextos
locales.
La idea de “cuidado” es muy fácilmente aceptada por visiones que
feminizan, e incluso “maternalizan” el cuidado, naturalizándolo como lo
propio de las mujeres/madres. La apelación moral al cuidado (en
particular en el caso del cuidado de niñas y niños) remite a valores
familiares tradicionales (los ideales de “buena madre” y “buena esposa”
en la familia nuclear tradicional) muy vigentes en la región.
El cuidado con sus “alegrías” (porque “se hace por amor”) puede a
veces requerir del “sacrificio” del propio bienestar de las cuidadoras
(hay menos “cuidadores”, y menos sacrificados también).
A veces, el cuidado deja de ser recíproco para tornarse servil, o
brindarse en condiciones extremadamente precarias cuando es remunerado
(el caso de algunas “trabajadoras del cuidado”). Para maestras y
maestros, el cuidado es un “saber no experto”.
Sin embargo ahí están como una terca realidad las formas de familia
que no se corresponden con el arquetipo de varón proveedor-mujer
cuidadora. Jefas de familia es una categoría nueva pero otra vez, no
reconocida y mucho menos pariarcalmente aceptada.
Las mujeres con sus trabajos de cuidados sostienen el funcionamiento
de las economías al asegurar cotidianamente, con su trabajo
reproductivo, “la cantidad y la calidad” de la fuerza de trabajo, como
bien señala el documento de ONU-Mujeres.
Interesa saber dónde se cuida (¿en los hogares? ¿en instituciones
públicas como escuelas, hospitales de día, geriátricos? ¿en
instituciones comunitarias?), quién cuida (¿las mujeres en tanto
madres/? ¿madres y padres? ¿trabajadoras del cuidado?) y quién paga los
costos de ese cuidado (¿el Estado a través de transferencias para que el
cuidado sea prestado por las mujeres en las familias? ¿el Estado a
través de la provisión de servicios de cuidados? ¿las familias, de
acuerdo a su capacidad de pago?).
Y construir esa agenda de cuidados con demandas precisas y concisas, porque esa también es violencia contra las mujeres.
Un abrazo a todas las maestras, a nuestra niñez y a esas mujeres cuidadoras.
20/CRPM/LGL
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