Luis Linares Zapata
Entrarle a la extendida y
hasta nada sorprendente corrupción sistémica de las élites nacionales
pasadas es embarcarse en un proceso desgastante, casi inacabable. Bien
decía el Presidente que prefería mirar hacia delante. Pero ello no
podía, ni puede, interpretarse como terminal olvido: equivaldría a
robustecer la tradicional y conocida impunidad. Pero emplear la siempre
escasa energía en pleitear con el terrible pasado, cuando se tienen
ambiciones transformadoras, sería fallida priorización de propósitos. Se
requiere conjugar una serie de principios y objetivos como olvido,
perdón, legalidad o justicia. Motivos de gobierno y trabajos
institucionales que, en repetidas experiencias se han tornado
conflictivos y hasta excluyentes.
El caso de las acusaciones vertidas ante la Fiscalía General de la
República y hechas por un malhechor probado, es ejemplo cristalino de
tales dificultades implícitas. Vincular la legalidad de un delicado
proceso judicial con el escarmiento y castigo social de los delincuentes
señalados no es asunto sencillo. Los acusados, una claque poderosa,
pertenecen a esferas que fueron de privilegio, recursos y mando. Las
ramificaciones de este que es, en verdad, serio problema, se extienden
por multitud de vertientes de imposible tratamiento sencillo. Los
señalados por declaraciones filtradas harán todo lo posible por salir
del atolladero ensuciando, hasta donde les sea posible, el proceso
completo. Implicarían a todo el mundo si les fuera necesario. Debe
siempre considerarse que el
cantautortampoco es cualquier sujeto trasgresor. Fue, por desgracia para la República, irresponsablemente nombrado director de la gran petrolera del Estado. Un cómplice estelar.
La circulación, o contrataque, de videos y grabaciones no se ha hecho
esperar. Se trata de comparaciones ilegítimas, pero con amplio grado de
impacto funcional. La imagen de un gobierno que pretende situarse por
encima de esas tropelías saldrá afectada. Máxime que uno de los
causantes de esas, innecesarias y torpes filmaciones, es un funcionario,
recién nombrado, al frente de una institución delicadísima. Será
imposible que ésta quede atrapada en el rejuego de sospechas y al mando
de maniobreros.
El corrupto pasado del priísmo, panismo y sin duda también
perredista, es harto conocido y sospechado como horizonte de penosa
realidad. Mucho de lo cual se cosificó por rumores y cuentos de pasillo.
Rara vez expuestos con toda claridad y, en especial, tocando figuras de
ex presidentes, como ahora. Hay una conseja que dice
el mal pensado es peor que el mal real, ojalá y no se cumpla tal sentencia en la tragedia Lozoya.
Vaya personaje de cuenta este niño mimado y tracalero. Se espera que la cárcel no se troque en gracioso desprestigio ramplón.
Ya se avanzó, aunque a tropezones, por esta senda delincuencial que,
en verdad, se debió evitar. La petición de recurrir, para dirimir rutas,
a una consulta popular va quedando rebasada por los enconos
generalizados que la trifulca acarrea. El rechazo ciudadano es serio,
corajudo y duro de esquivar. La expectativa, en que se llegue a las
entrañas de ley y justicia, andan todavía volando de aquí para allá.
Al ampliar el horizonte del presente nacional, se aprecia que la
conjunción de asuntos conflictivos es, sin retórica o excusa,
espeluznante. Su manejo y conducción (gobernabilidad) se torna harto
complicado. Hay que adicionar que la violencia actúa como un telón de
fondo molesto, tan peligroso como inapelable. Ahí está, enseñoreándose
de vastas regiones y con diarios enfrentamientos de crueldad inaudita.
Los saldos son una real maldición para la salud republicana. Los
esfuerzos gubernamentales por quitarle base de sustento a la
delincuencia que la produce han sido y, sin duda, seguirán siendo,
considerables. Pero la pandemia ensanchó el ámbito de la pobreza y puso
cercos a la solvencia presupuestal. El cierre de oportunidades vitales
y, más aún, las afectaciones en el amplio campo del bienestar, se cierne
entonces sobre amplias capas poblacionales, muchas de las cuales son
por demás vulnerables.
La maquinaria productiva del país está sumamente debilitada y sus
capacidades de crear riqueza y empleo aparecen limitadas en extremos
desconocidos en tiempos pasados. La pandemia, aunque muestra signos de
ralentizar su expansión de contagios y muertes, incide no sólo en la
salud, sino en los temores y esperanzas ciudadanas de sana convivencia.
Las vacunas, único remedio cierto ante el virus, todavía parecen estar a
años luz de ser inyectadas en brazos mexicanos. La cruzada
transformadora emprendida, por tanto, tiene delante trabajos que hoy
exigen marchas forzadas, digamos, heroicas. Es obligado, entonces,
insistir en la limpieza de trámites, olvido de vendettas,
depuración de trayectorias y mucha coordinación en el funcionariado
público. El compromiso con las urnas está a tiro de piedra. Una cita que
todo puede enredarlo.
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