Tasia Aránguez Sánchez
Amelia Valcárcel escribió en 1980 “El derecho al mal”.
En dicho artículo, la filósofa critica el “argumento externo”, que
consiste en defender la liberación de las mujeres por sus beneficios
para los hombres. Ejemplos actuales de dicho argumento son: gracias al
feminismo podrás llorar, podrás expresar tus emociones, podrás estar con
una mujer “sexualmente liberada”, compartirás tu vida con una mujer que
no te atosigará demasiado (pues tendrá su propia vida), la mujer pagará
la mitad de la cuenta (o incluso pagará la tuya), ganará un salario
igual que el tuyo (así que tendrás un nivel de vida mejor), etc.
Las teorías de las nuevas masculinidades presentan listas de las
limitaciones que el patriarcado produce sobre el carácter de ambos
sexos, ignorando que las listas no se encuentran en horizontal, sino en
vertical: la socialización de los hombres sirve para mantener a las
mujeres subordinadas. La perspectiva del argumento externo es la de los
hombres que son incapaces de valorar el bien de las mujeres en la misma
medida en que estiman el bien para sí mismos. La reflexión sobre el
feminismo se presenta centrada en los hombres y en sus necesidades. Por
eso comparan lánguidamente la dureza de la vida de los opresores con la
de la vida de las oprimidas. Es habitual incluso, que aquellos hombres
que se visualizan a sí mismos dentro de las “masculinidades no
normativas” piensen que ellos son las auténticas víctimas del
“heteropatriarcado” (añadir el “hetero” facilita el desplazamiento) y
que, por tanto, el objetivo del feminismo es enfrentarse a los males que
a ellos les afectan como “el binarismo” y la “heteronorma”.
En el artículo de 1980, Valcárcel introduce otra dimensión a la que
podemos denominar “segunda formulación del argumento externo”. Se
refiere a las propuestas que destacan los beneficios de la emancipación
de las mujeres para el conjunto de la humanidad. Dichas voces animan a
las feministas a que expongan las virtudes anticapitalistas, ecologistas
o pacifistas de su horizonte político.
No pretendemos decir que el feminismo carezca de contenido
ecologista, pacifista o anticapitalista. No estamos debatiendo sobre
esto ahora. Lo que queremos resaltar es que parece que la emancipación
de las mujeres es siempre un objetivo ético insuficiente, que necesita
acompañarse de alguna causa que afecte directamente a los hombres, pues
solo así alcanza la entidad suficiente para considerarse un asunto que
concierne al bienestar de la humanidad (las mujeres “solas” nunca
adquirimos entidad suficiente para representar a la humanidad, mientras
que cualquier grupo de hombres “solos” es portador de la humanidad
entera). Una vez más, por tanto, la felicidad de los hombres es el bien
último que sirve como criterio para determinar lo importante.
parece que la emancipación de las mujeres es siempre un objetivo ético insuficiente, que necesita acompañarse de alguna causa que afecte directamente a los hombres, pues solo así alcanza la entidad suficiente para considerarse un asunto que concierne al bienestar de la humanidad
Las mujeres representamos la resistencia de la economía del cuidado
frente al desbocado capitalismo extractivista. Nuestro modo de vida
anticipa la transformación social que conducirá a la liberación del 99%
de la humanidad frente a las élites del capitalismo financiero. Este
hilo argumental lo encontramos en un manifiesto escrito por
intelectuales de referencia de la izquierda posmoderna, titulado
“feminismo del 99%”. En dicho texto el patriarcado aparece como un
problema secundario, mientras que el término “capitalismo” aparece
continuamente. Parece que son tan importantes las ventajas que trae el
feminismo a la humanidad que no merece la pena perder el tiempo hablando
del patriarcado, es decir, el dominio que ejercen los hombres sobre las
mujeres.
El argumento externo aparece de modo recurrente: con frecuencia las
antiguas “guardianas de la virtud” son también la reserva frente a la
razón instrumental y las portadoras de la ética del cuidado. La escuela
de Frankfurt realizó una crítica a la ciencia y la economía capitalistas
que se habían despojado de sentimientos y de valores, separando los
medios y los fines (esto es lo que se denomina “crítica a la razón
instrumental”). De la razón instrumental surgen engendros como la bomba
atómica y la destrucción de la naturaleza. La ciencia así entendida
queda fuera de control. El feminismo de espíritu frankfurtiano tendría
la misión de unificar los valores que la cultura patriarcal ha dividido
(la razón y la emoción, lo masculino y lo femenino) concienciando a la
humanidad acerca del nuevo equilibrio ecológico, el cambio trascendental
para la supervivencia. La economía debe ser puesta al servicio de las
necesidades. Y ello ha de hacerse desde una ética femenina del cuidado.
El corazón de la nueva izquierda nacida en el 15M presenta claras
reminiscencias de la tesis sesentayochista de la “feminización de la
sociedad”. Kate Millett reflexionó sobre las virtudes e
inconvenientes de dicha tesis. Es muy interesante leer sus
consideraciones para abordar críticamente afirmaciones como “el
feminismo es cuidar”, habituales en la izquierda posmoderna.
En primer lugar, la autora suscribe algunas de las premisas de la
tesis de la feminización de la sociedad. Afirma que, como una minoría
masculina ha monopolizado el poder, muchos de los grandes problemas de
la humanidad son consecuencia de las acciones de estas élites
masculinas. También señala que algunos de los valores asignados
tradicionalmente a las mujeres podrían aportar grandes beneficios a la
sociedad. La autora afirma asimismo que aquello que en la cultura
llamamos “masculino” se ha ido volviendo cada vez más antisocial, hasta
convertirse en un peligro para la preservación de la especie humana y
del planeta. En contraste, muchos aspectos que consideramos femeninos
son necesarios para el bienestar social. A los partidarios de la tesis
de la feminización de la política Millett les reconoce también que, dada
la profunda separación que existe en la actualidad entre ambas
“culturas sexuales”, solo cabría alcanzar un equilibrio humano reuniendo
los aspectos de la personalidad colectiva fragmentada.
Ahora bien, la autora señala que la emancipación de las mujeres no
debe estar condicionada a la idea de la autoridad maternal ni al rol de
las mismas como dialogantes, cuidadoras, generosas e incluso abnegadas. Millett
rechaza la ideología del instinto maternal presente en algunas de estas
tesis. La autora rechaza la romantización cortés de las mujeres:
nosotras no estamos aquí para ser las guardianas espirituales de la
humanidad, no estamos para sacrificarnos por la paz y la armonía.
Millett señala que la sociedad ha condicionado a las mujeres para
decantarse por la aceptación complaciente de las ideas masculinas, para
no poner límites a ideas que les perjudican, para rebajar toda tensión
con una sonrisa, para renunciar al poder tan pronto como aparece la
disputa y para replegarse en su vida personal cuando les hacen sentir
que están pidiendo más de lo que merecen. Los hombres, por su parte, son
educados para el egocentrismo, que vehiculan con actitudes tanto
constructivas como destructivas.
Los elogios a las virtudes políticas de la feminidad pueden
acabar reafirmando el papel tradicional de las mujeres y los hombres.
Se describe como una prudente tolerancia lo que muchas veces encubre
seguidismo o renuncia. Se da un aire metafísico al papel de las eternas
segundonas, a la mujer que cuida del “gran hombre”. La mística de las
virtudes de la feminidad impone a las mujeres un ideal consistente en ir
“como sedadas” por la vida, paralizadas por el miedo a molestar o a
ofender. Si los hombres encuentran realmente tan maravillosa esa manera
de ser, deberían ser ellos los primeros en dar ejemplo dando un paso
atrás con una sonrisa. Pero cuando los hombres llaman a esas virtudes
“femeninas” parecen expresar que ellos no actúan así porque les cuesta
mucho, que no les resulta “tan natural”. En el fondo a tal vez les
parezca deprimente perder la visibilidad de la que han tomado posesión
con su exceso protagónico.
Si los hombres encuentran realmente tan maravillosa esa manera de ser, deberían ser ellos los primeros en dar ejemplo dando un paso atrás con una sonrisa.
Por consiguiente, vemos que el problema de la supuesta superioridad
de “los valores de las mujeres” es que implican para nosotras un deber
de ofrecer ayuda moral a la humanidad, que en la práctica se traduce en
“ayudar” a los hombres (porque el mundo ya está organizado para orientar
hacia ellos nuestra “ayuda”). Estas “virtudes femeninas” llegan a
esgrimirse incluso para exigirnos silencio o posiciones tibias en
asuntos fundamentales para nosotras, como la lucha contra la explotación
sexual o el borrado de las mujeres en las leyes. Habitualmente la
llamada a que “feminicemos” cálidamente la sociedad se acompaña de
apelaciones a la “sororidad” feminista (para que nos callemos cuando las
posiciones machistas son defendidas por mujeres-pantalla).
Es necesario que las mujeres nos adentremos en la vida pública con osadía,
exponiendo con seguridad nuestros puntos de vista sin miedo al
desacuerdo, reclamando lo que nos corresponde y resistiendo frente a los
intentos de desplazarnos o echar por tierra nuestros derechos. El
feminismo no tiene el deber de ser complaciente. Es a los hombres a
quienes corresponde admitir la autoridad de las mujeres, dejar de
llamarnos “histéricas” o locas, dejar de acaparar el protagonismo y
adoptar hábitos de reciprocidad, dulzura, responsabilidad diaria en el
cuidado, autocontrol y diálogo (no solo delante de la cámara, sino
especialmente detrás de ella y en casa). Son los hombres los que deben plantearse si sus deseos están invadiendo nuestros derechos.
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