MÉXICO, D.F., 12 de noviembre (apro).- La decisión de la Reserva Federal (FED) de Estados Unidos de inyectarle a su economía 600 mil millones de dólares, para tratar de que su recuperación sea más rápida y puedan crearse los empleos necesarios para que buena parte de los más de 15 millones de desempleados estadunidenses (casi el 10% de su fuerza laboral) regresen al trabajo, ha provocado un rechazo internacional prácticamente generalizado.
Los primeros en protestar fueron los europeos: plantean que la medida –sólo para ilustrar su tamaño, es equivalente a un poco más del PIB de Dinamarca y Finlandia en 2010--, es contraria a cualquier propósito de coordinación internacional y que, además, el Banco Central Europeo no la secundaría.
Luego vino la contundente declaración del ministro de Finanzas brasileño, Guido Mantega, famoso por ser el primero en hablar de la “guerra de divisas”: “Todo el mundo quiere que la economía de Estados Unidos se recupere, pero no así; deben estimular el consumo con política fiscal”.
Un poco después los chinos atacaron la decisión de la FED, defendiéndose de las constantes críticas al manejo de su moneda, diciendo que en lugar de proponer limitar los superávit comerciales de los países exportadores –en referencia a la propuesta de Timothy Giethner, secretario del Tesoro de la administración Obama--, deben atenderse asuntos que, a su juicio, son mucho más importantes, como el impacto de medidas extraordinarias de liquidez como la instrumentada por la Reserva.
El ministro de Finanzas alemán, Wolfgang Schäuble, apoyó la posición china al señalar que “no es justo que los americanos acusen a China de manipular los tipos de cambio y después le den a la impresora de billetes y rebajen la cotización del dólar”.
La andanada de críticas ha sido tan dura y generalizada que el propio presidente Barack Obama, de gira por India, tuvo que salir a defender la decisión de la FED. Advirtió que la medida fue decidida por un organismo autónomo, sobre el que la Casa Blanca no tiene ningún control. Sin embargo, dijo estar convencido de que “todo lo que sirva para revitalizar la economía norteamericana resulta positivo para favorecer el crecimiento en el resto del mundo”.
Al llegar a Yakarta, capital de Indonesia, extendió la mano a los chinos al declarar: “Queremos el progreso y la prosperidad de China; creemos que una China próspera se corresponde con el interés de todo el mundo.”
Entre las muchas aristas sobre las que podría debatirse la célebre decisión de Ben Bernanke y su Consejo, tres son de particular relevancia: la primera tiene que ver con la posibilidad real de una coordinación internacional provechosa; la segunda alude a dos estrategias de impulso económico: creación de dinero para dárselo a los bancos o deuda pública para incrementar el gasto gubernamental, en el marco de las dificultades que la división política en Estados Unidos genera; la tercera corresponde a la pregunta sobre qué le conviene a México.
El primer asunto es claramente oportuno: ocho días antes de que empiece la cumbre del G-20, grupo al que Estados Unidos había dado importancia como un foro más amplio y representativo que el G-7, porque podía coordinar una respuesta fiscal unificada para enfrentar la crisis, la FED decide inyectarle a su sistema financiero 600 mil millones de dólares. El G-20, que había nacido en 1999, relanzado por iniciativa estadunidense, en las reuniones de Washington y Londres logró coordinar medidas fiscales de estímulo económico para detener rápidamente la recesión, pero en la dos siguientes, en Pittsburgh y Toronto, se expresaron puntos de vista encontrados de los países europeos y Estados Unidos.
Esos recursos que inyectará la FED y que los recibirán los bancos con la pretensión de que reanuden el crédito, muy probablemente serán dedicados por esas empresas a invertirlos en papeles disponibles en el mercado financiero que le ofrezcan mayores rendimientos, lo que les permitirá mejorar sus balances.
Esos rendimientos mayores están concentrados en los países emergentes, como Brasil, Rusia, India, México y otros más, que recibirán parte de esos recursos inyectados por la FED y provocará que sus monedas se aprecien. En los últimos cuatro meses se ha apreciado el real brasileño, la rupia india, el won coreano, y con la llegada de mayores capitales se apreciarán aún más.
Cuando una moneda se aprecia sus exportaciones se encarecen y las importaciones se abaratan, lo que reduce el superávit en la cuenta corriente de la balanza de pagos. En el mundo, eso le favorecerá a las exportaciones estadunidenses y afectará a las del resto del mundo, es decir, a las alemanas, brasileñas, chinas, coreanas, indias, mexicanas, etcétera. De allí la respuesta crítica de prácticamente todos los países.
Los economistas de la FED sabían esto, pero no les importó. Lo que les importa, como lo señalaron explícitamente en el comunicado en el que anunciaron la medida, es que su economía recupere lo más pronto posible su capacidad de creación de empleo. Frente a este imperativo, la coordinación internacional no solamente pasa a un segundo plano, sino que aparece una vez que tomaron la decisión. De modo que las posibilidades del G-20 para construir una estructura capaz de que el crecimiento de la economía mundial sea fuerte, sustentable y balanceado son retóricas. Estados Unidos, o cuando menos, la Reserva Federal lo ha dejado perfectamente claro en el terreno que importa: en los hechos.
El segundo asunto se refiere a lo señalado por el ministro de Finanzas brasileño y a las posibilidades que establece la división política en Estados Unidos: creación monetaria distribuida a través del sistema bancario o incremento al gasto público a través de más deuda o incrementos en los impuestos. La decisión de la FED, como lo señaló Obama, es absolutamente independiente del Ejecutivo estadunidense y también del Congreso de ese país. La FED no consulta a nadie fuera de su Consejo. Es un banco central autónomo, como el Banco de México; en realidad es uno de los primeros bancos centrales autónomos del mundo y hace uso de esa autonomía. Toma decisiones que afectan a su economía y a la del mundo; y no le rinde cuentas a nadie.
Hasta a Milton Friedman, padre de los economistas neoliberales, esa autonomía le parecía inadecuada. En un artículo titulado ¿Deben ser independientes las autoridades monetarias?, publicado en 1962, rechazó la idea de que hubiera “un cuerpo libre de cualquier forma de control político directo y efectivo”. Ese cuerpo –el banco central, la FED-- sería muy susceptible de influencias derivadas de intereses particulares. Pero, incluso con esas advertencias, la Reserva se ha mantenido como una entidad autónoma.
Esta expresión de su autonomía, la decisión de meterle 600 mil millones de dólares a su economía, resulta muy elocuente, además, porque se tomó precisamente al día siguiente de las elecciones ganadas por los republicanos. Obama difícilmente podría instrumentar un nuevo programa de estímulo económico como el aprobado en febrero de 2009. El Congreso se lo impediría, pero Bernanke y su Consejo sí pueden gastar esos miles de millones y el Congreso no puede evitarlo.
Al mundo y a los estadunidenses les hubiera convenido mucho más que esos 600 mil millones se aplicarán como resultado de un programa fiscal, que se dirigiera a sectores específicos y a los grupos con mayores dificultades, los desempleados de más tiempo, por ejemplo. Pero hubiera sido imposible que la mayoría republicana en la Cámara de Representantes aprobara una acción de este tipo. La FED reconoció la dificultad y actuó en consecuencia.
Hay un problema importante: mientras que con un programa fiscal los resultados son rápidos y pueden ser relativamente duraderos, con la medida monetaria los resultados son inciertos. La propia FED lo ha reconocido al advertir que vigilará muy de cerca lo que vaya ocurriendo para corregir el rumbo, si es necesario. Por eso los 600 mil millones de dólares se aplicarán en ocho meses, a razón de 75 mil millones mensuales.
Como corolario, queda claro que en relación con el tercer tema, a México --cuya economía, y particularmente el sector exportador, está estrechísimamente ligada a la industria estadunidense--, le hubiera convenido más que se estimulara el consumo con medidas fiscales y no monetarias. Sin embargo, el gobierno mexicano no se unirá a la crítica internacional. Calderón, Cordero y Carstens se quedarán callados.
O como dijo Carstens el miércoles pasado, en un foro de Bloomberg, serán “prudentes” y “pacientes”, a menos que la velocidad de la apreciación del peso se a una velocidad mayor a la apropiada.
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