11/11/2010

El poder y la prensa


Lilia Cisneros Luján

prensa@cocuac.org.mx


En física hay leyes inexorables, el movimiento del péndulo nos muestra como una fuerza aplicada en un sentido, produce necesariamente una reacción en sentido inverso y por analogía en política parece ocurrir algo similar, pues luego de varios periodos de una tendencia, las multitudes se vuelcan a favor de lo que habría sido su opuesto. Con la toma de la Bastilla, los franceses dieron un vuelco contrario a la monarquía.


La burguesía occidental fue sustituida en varias naciones del Este europeo por el socialismo y luego de un periodo de aparente avance, sorpresivamente los pueblos apoyaron la vuelta a un capitalismo sin parangones en Rusia. ¿Qué motiva estos cambios de extremo a extremo? ¿Será el cansancio o la rutina? En materia de ideas, parece lógico justificar, el ir y venir del pensamiento que en las más de las veces produce avances en el conocimiento; pero en política, la historia ha demostrado que muchas veces lo que se enfrenta son retrocesos. La idea de cambio, se ha vendido a las masas del mundo –sobre todo en desarrollo– como el mejor argumento para permitir el acceso al poder a corrientes de extrema derecha; pero cualquier persona que haya conducido un vehículo, sabe que la reversa también es cambio ¿será entonces la fascinación por la novedad de un lema que los seres humanos deciden dejar lo malo por conocido y explorar lo bueno por conocer?


Comparto con muchos autores la idea de que es el la investidura del poder, el factor que hace emerger los más negros sentimientos y tendencias en las personas, los partidos políticos –que a fin de cuentas son las suma de sujetos– y los gobiernos. ¿Quieres conocer las más grandes depravaciones de alguien? Somételo a halagos constantes, dale el usufructo de privilegios y verás como en poco tiempo se siente parido por los dioses. La Grecia antigua está llena de ejemplos. Personajes que olvidaron que la investidura recibida era transitoria, pelearon contra sus creadores y sus propios congéneres.


Líderes, dioses y semidioses trascurren la historia y la leyenda de los pueblos más antiguos entre el encumbramiento y la caída. Sujetos investidos de poder que empiezan a ejercer un arbitrio intolerable sobre personas y cosas, concluyen sus vidas con actos de locura como incendiar Roma, asesinar judíos en cámaras de gas, o mandar a sus jóvenes a guerras de las que aun venciendo no les darán honor ni orgullo. El común denominador de estos poderosos efímeros, es la vanidad. Creen que su jerarquía es un mérito propio, se rodean de adoradores, exigen pleitesía, condenan a quien se atreva a señalares sus fallas y viven en constante temor, conspirando para mantener sometidos a súbditos que les adulan en público, pero en lo íntimo les odian


Maquiavelo entendía todos estos intríngulis de la naturaleza humana. A partir de sus observaciones aconseja al Príncipe y años más tarde en un ingenioso encuentro en el infierno propiciado por Maurice Joly, dialoga con Montesquieu sobre un tema por demás vigente en el siglo XXI. La prensa


“No olvidéis de qué convicciones personales nace cada uno de mis actos. Vuestros gobiernos parlamentarios no son, a mis ojos, nada más que escuelas de rencillas, focos de agitaciones estériles en medio de los cuales se consume la actividad fecunda de las naciones que la tribuna y la prensa condenan a la impotencia”. Y sí tiempos hubo en que la garantía de expresión era la excepción. La libertad de prensa era concebida según el pensamiento maquiavélico, como un mal que coartaba el poder. “Porque en la mayoría de los países parlamentarios, la prensa tiene el talento de hacerse aborrecer –le decía a Montesquieu en el infierno– porque sólo está siempre al servicio de pasiones violentas, egoístas y exclusivas, porque denigra por conveniencia, porque es venal e injusta, porque carece de generosidad y patriotismo; por último, y sobre todo, porque jamás haréis comprender a la gran masa de un país para qué puede servir”.


Más allá de la vigencia o injusta apreciación acerca de la prensa por este autor o muchos que con él coincidan, lo cierto es que de unas décadas hacia acá, muchos comunicadores se subieron al carro del poder. Las audiencias apoyaron su liberación, “muera la censura”, “libertad de expresión” fueron temas apoyados por las masas, pero el inexorable péndulo va de regreso y hoy las masas cambian de canal, apagan su televisor, critican a los grandes consorcios comunicativos y parecen no inmutarse con las decenas de reporteros sacrificados en el mundo. El dogma de víctimas se ha desgastado; hoy la gente empieza a sospechar que los medios de comunicación y los poderosos viven una suerte de amasiato, como la recomendada por Maquiavelo, cuando reconoce que no puede por la vía de la violencia cooptar del todo la posibilidad de que el gobernante sea criticado y, ¡concibe convertirse en periodista! ¿Le suena familiar con Bush y otros presidentes en su programa radial o en twiter? Pero no sólo en periodistas, sino empresarios de la prensa.


Maquiavelo permitiría periódicos de oposición, pero a éstos les opondría a su vez el doble de medios con una línea editorial afín a las ideas del gobernante. Sus medios serían –dice en el infierno– “como el Dios Vishnu, mi prensa tendrá cien brazos y dichos brazos se darán la mano con todos los matices de la opinión, cualquiera que sea ella, sobre la superficie entera del país. Se pertenecerá a mi partido sin saberlo. Quienes crean hablar su lengua hablarán la mía, quienes crean agitar su propio partido, agitarán el mío, quienes creyeran marchar bajo su propia bandera, estarán marchando bajo la mía”. ¿Habrán leído esto quienes propusieron la Iniciativa México?


Cuando en la obra que estoy citando, Montesquieu defiende a la prensa como la instancia que “Impide, sencillamente, la arbitrariedad en el ejercicio del poder; obliga a gobernar de acuerdo con la constitución; conmina a los depositarios de la autoridad pública a la honestidad y al pudor, al respeto de sí mismos y de los demás.


En suma, para decirlo en una palabra, proporciona a quienquiera se encuentre oprimido el medio de presentar su queja y de ser oído”. Maquiavelo reconoce que no puede ni debe suprimirla del todo, por eso su consejo es aliarse, darles cierto margen de maniobra porque a fin de cuentas una prensa coludida o comprada –por la vía de la publicidad– “no atacarán jamás las bases ni los principios de mi gobierno; nunca harán otra cosa que una polémica de escaramuzas, una oposición dinástica dentro de los límites más estrictos”.


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