En un rincón del corazón
unset Boulevard. Luego de aquel glamoroso recorrido por el Versalles de su cinta anterior María Antonieta (2006), la realizadora Sofía Coppola propone ahora una incursión no menos fastuosa por la residencia predilecta de las grandes estrellas en Hollywood, el hotel Chateau Marmont.
En Un rincón del corazón (meloso y banal título en español para el original Somewhere), asistimos a la diaria rutina de Johnny Marco (Stephen Dorff), taciturno y carilindo galán de películas exitosas, coestelar –se dice– de Al Pacino, abrumado por cocteles, conferencias de prensa, paparazzis, script-girls hiperactivas, meseros y bell boys deslumbrados, colegas de actuación y grandes ejecutivos, que hacen de su vida una auténtica pesadilla, compensada muy a menudo sin embargo por las numerosas admiradoras y starlettes dispuestas a compartir su cama.
Por espacio de una larga y muy morosa hora de detalles nimios sobre la triste vida de las estrellas rodeadas de lujo faraónico, la cinta de Sofía Coppola tiene un vuelco que es de agradecer; el galán recibe la visita de Cloe (Elle Fanning), su hija de 11 años, de la que vive separado por una desacuerdo conyugal, pero también por sus absorbentes compromisos profesionales.
Somewhere, cinta que podría haber virado con facilidad al melodrama familiar, reuniendo los chantajes de la esposa y los reclamos de la hija, presenta en cambio el fascinante retrato de una niña inteligente y sensible, patinadora sobre hielo y hábil cocinera, que al acompañar a su padre a una première en Italia, le revela muy rápidamente el vacío existencial en que está sumido y la perfecta tontería de las personas frívolas que le rodean. Sin decirle una sola palabra.
Hay escenas muy divertidas y elocuentes. La sesión de un equívoco masaje masculino; el homenaje televisivo, muy al estilo Berlusconi, que debe padecer la luminaria hollywoodense; o el escaparate incesante de modelos afanosamente sofisticadas y estrellas de segundo rango que desfilan por los pasillos de los sets cinematográficos o los hoteles de lujo, en guiño y homenaje al Ocho y medio (1963), de Federico Fellini, con el apuesto Johnny Marco más lost in translation que nunca, atinando solamente a vislumbrar la extensión del marasmo en que se ha convertido su vida profesional y afectiva.
La realizadora ha tenido el acierto de retomar la vía del relato minimalista, tan sugerente en Perdidos en Tokio (Lost in translation, 2003), esbozando aquí lo que pudiera ser un eco autobiográfico de esta hija del inmenso F.F. Coppola (aunque en definitiva, ¿a quién le importa?), y que por fortuna es mucho más que eso: la parodia de un mundo tan familiar para ella como repelente, actualización de aquella pequeña Babilonia hollywoodense de Hermosos y malditos/Cautivos del mal (The bad and the beautiful, Vincent Minnelli, 1952), llena –diría el poeta– de ruido y de furia, y que no significa nada.
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