Por Daniela Pastrana
Manifestantes avanzan lentamente en el tramo final de la marcha en la capital de México Crédito: Daniela Pastrana/IPS | |
El grito salió de miles de gargantas concentradas en el Zócalo, la plaza principal de la capital, y retumbó con fuerza en el corazón del país: "¡Fuera Calderón!" "¡Fuera Calderón!", en un mensaje que parecía pedir la muerte del mandatario.
La estrategia de militarización del presidente Felipe Calderón para enfrentar a las bandas del narcotráfico no hizo sino agravar la espiral de violencia. Desde enero de 2007 se cometieron casi 40.000 asesinatos, y crece la población desplazada, desaparecida, mutilada, viuda y huérfana, aunque no hay cifras sobre estas víctimas.
Sicilia calmó a la multitud: "No más muerte, no más odio. Hemos salido a caminar a estas calles con dignidad y paz… La violencia nos va a llevar a más violencia", dijo. El escritor lanzó un ultimátum a las autoridades y los partidos políticos, a los que acusó de estar infiltrados por las mafias.
"No aceptaremos más una elección si antes los partidos políticos no limpian sus filas de esos que, enmascarados en la legalidad, están coludidos con el crimen", dijo.
Sicilia --cuyo hijo fue asesinado el 28 de marzo-- y miles de acompañantes llegaron al centro de la capital tras cuatro días y 85 kilómetros de caminata, en protesta por una guerra en la que "los mexicanos matan a mexicanos".
La marcha fue seguida por esta reportera desde su punto de partida, el jueves 5, en la sureña ciudad de Cuernavaca, nuevo foco de impunidad y descomposición social.
En los pueblos por los que pasaban los manifestantes fueron recibiendo muestras de apoyo, alimentos y distintos objetos simbólicos para darles fuerza en su trayecto.
La protesta se replicó en 17 países y en 31 ciudades del país. La más numerosa fue en San Cristóbal de las Casas, en el sureño estado de Chiapas, donde unos 5.000 integrantes del Ejército Zapatista de Liberación Nacional se movilizaron en apoyo al movimiento de Sicilia.
Fue la primera reaparición pública del grupo insurgente indígena en cinco años, después de que en marzo de 2006, su líder, el Subcomandante Marcos, encabezó una caravana por el país llamada la "Otra campaña". Otro dirigente zapatista, el comandante David, leyó un comunicado firmado el día 7 por Marcos, expresando solidaridad con las víctimas inocentes de la guerra contra el crimen.
"Estamos aquí para decirles a esas buenas personas que en silencio caminan que no están solos. Que escuchamos el dolor de su silencio como antes la digna rabia de sus palabras", dijo el comandante indígena.
En la capital, Sicilia caminó desde la Universidad Nacional al Zócalo, en un trayecto que duró más de siete horas, junto a decenas de deudos, muchos de ellos conocidos, como Eduardo Gallo, un padre que buscó y encontró a los asesinos de su hija, pero muchos más que por primera vez se atrevieron a denunciar sus casos.
En la primera línea iban Julián LeBarón, líder de una comunidad mormona del norteño estado de Chihuahua, cuyo hermano Benjamín fue asesinado en 2009, y dos sacerdotes católicos: Miguel Concha, defensor de derechos humanos, y Alejandro Solalinde, amenazado por su campaña a favor de los inmigrantes.
Detrás de los deudos iban organizaciones sociales y campesinas: la policía comunitaria del estado Guerrero y los ejidatarios del de Michoacán que se organizaron contra el "narco", ambos en el sudoeste, y los hijos de los desaparecidos en la "guerra sucia" de los años 60 y 70 y del movimiento estudiantil de 1968.
Es difícil cuantificar esa participación multitudinaria que desbordó las calles por las que pasaba el contingente, pero la respuesta fue masiva. En uno de los cruces del Eje Central, que recorre la capital de sur a norte, se divisaba una columna humana kilométrica.
En el Zócalo, más de 70 personas se apuntaron para usar el micrófono y exponer su caso, pero sólo alcanzaron a hablar 30. Fueron testimonios de un horror repetido en una y mil historias: mujeres violadas y asesinadas, inmigrantes baleados por policías, madres de Durango (centro-norte) y Coahuila (norte) que reclaman exámenes de ADN a cuerpos encontrados en fosas clandestinas recientemente descubiertas, para saber si son o no de sus hijas desaparecidas.
En todos los casos, los relatos revelaban la inoperancia de las autoridades.
El padre de Adriana Morlett, una estudiante desaparecida el 6 de septiembre de 2010, conmovió a todos: "Pónganse a trabajar", gritó, desgarrado, a las autoridades.
Silvia Escalera, madre de de una joven secuestrada y asesinada en 2007, pidió a los secuestradores "por favor devuelvan a los vivos, por favor devuelvan a los muertos, para que los padres tengan paz".
Olga Reyes, cuya familia perdió a seis de sus miembros en la norteña y fronteriza Ciudad Juárez, y Patricia Duarte, madre de uno de los niños muertos en un incendio de una guardería en Sonora, en el extremo noroeste, leyeron los nombres de las víctimas de casos emblemáticos y, ante cada mención, el Zócalo entero respondió: "¡No debió morir!"
A las mujeres se les quebró la voz, y su llanto se escuchó mientras presentaban la propuesta de un pacto social basado en el esclarecimiento de los delitos que han agraviado a la sociedad.
El reclamo se centra en un cambio radical de la "estrategia de guerra" por una de seguridad ciudadana con respeto a los derechos humanos, una política económica y social que genere oportunidades para los jóvenes, y una reforma política que incluya la revocación de los mandatos, candidaturas ciudadanas y democratización de los medios de comunicación, entre otros puntos.
El pacto --que establece plazos a gobernantes y legisladores para cada punto-- será firmado por organizaciones de la sociedad civil el 10 de junio en Ciudad Juárez, "el rostro más visible de la destrucción nacional", según definición de Sicilia.
En la noche del domingo, la Secretaría de Gobernación (ministerio del interior encabezado por Genaro García Luna), sostuvo en un comunicado que las fuerzas militares no son las generadoras de la violencia. Una respuesta que sonó débil frente a la potencia de los reclamos que se hicieron oír y a la comunión que se creó entre las víctimas que se conocieron durante la caminata.
"Me siento contento, acompañado. El peso (del cartel con la fotografía de su hijo) era grande, pero era mayor el peso de mi dolor, y el resultado es mucho más grande de lo que esperaba", dijo a IPS Melchor Flores, padre de un joven que trabajaba como estatua humana y fue asesinado presuntamente por policías en el norteño estado de Nuevo León. (FIN/2011)
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