Cannes, 12 de mayo. El primer día formal de la competencia se ha dedicado a películas de mujeres sobre mujeres en una situación extrema. La escocesa Lynne Ramsay se había mantenido inactiva desde sus notables inicios –Ratcatcher (1999), Morvern Callar (2002)–. En esos casi 10 años de no dirigir películas, no ha perdido su destreza para combinar imágenes y sonidos en un vistoso discurso. No ocurrió los mismo con la sutileza casi impresionista con la que retrataba a sus personajes.
En We Need to Talk About Kevin (Necesitamos hablar de Kevin), Ramsay describe cómo la maternidad de su primogénito ha arruinado la vida de una mujer estadunidense (Tilda Swinton), que ha hecho a un lado sus ambiciones personales para criarlo. El niño resulta ser una pesadilla desde chiquito, con problemas que no parten del autismo, como parece, sino de una rebelión innata. Ya adolescente será responsable de una masacre en su prepa que le causará el repudio social a su madre. La directora describe el suplicio de su protagonista de manera acronológica, con saltos entre las diferentes etapas de una relación siempre conflictiva.
Similar en tono a una película de horror sobre niños poseídos –el tal Kevin siempre se plantea como una figura amenazante– el relato se volverá monocorde conforme Ramsay insiste en no establecer causas sicológicas, sino señalar una falla de origen, valiéndose de simbolismos que se subrayan demasiado. Por ejemplo, el color rojo, evocador de los hechos de sangre culminantes, se vuelve una presencia persistente en la cotidianidad de la mujer. Y lo que prometía ser un drama inquietante sobre lo sofocante que puede ser la vida familiar, se vuelve una determinista actualización de La mala semilla.
De un inicio también inquietante fue la australiana Sleeping Beauty (Bella durmiente), debut como cineasta de la novelista Julia Leigh. Al contrario de Ramsay, quien se mete en la cabeza de su protagonista, Leigh se mantiene distante y observa con la frialdad de un laboratorio a Lucy (Emily Browning), joven que desempeña diversas actividades con la misma extraordinaria docilidad. Dispuesta a entrarle a todo, la chica aceptará volverse una forma peculiar de sexoservidora, pues será dormida con un sedante para que una serie de viejos cochinos la manejen a su gusto, sin penetrarla.
La película pasa de una viñeta de pasividad a la otra sin establecer antecedente alguno de Lucy. Nunca se define la exacta naturaleza de su relación con quienes la rodean y los diálogos están pensados a partir del non sequitur. Un ejemplo elocuente es la escena en que su malencarado cohabitante la corre de la casa diciéndole adiós, así en español. Ella le contesta chinga tu madre
con todas sus letras. ¿De dónde aprendió la joven a decir leperadas mexicanas? El mismo misterio –y la misma gratuidad– envuelven a la mayoría de las acciones.
Según afirma el press kit de Sleeping Beauty, la intención primordial de Leigh era sorprender al espectador. Lo ha logrado, sin duda, pues el término de su proyección de prensa podría ilustrarse con un gran signo de interrogación sobre las cabezas de los asistentes.
Hoy se inauguró la sección Una cierta mirada con la película Restless (Inquietos), nueva demostración de que Gus Van Sant no posee un estilo definido en su desigual filmografía. Lejos de sus experimentos minimalistas, se trata de una ñoña aunque presuntuosa historia de amor entre dos adolescentes inadaptados. Él (Henry Hopper, quien heredó los rasgos y gestos de su papá Dennis) es huérfano desde chico y ella (Mia Wasikowska) está desahuciada a causa de un tumor cerebral; ambos comparten una afición por asistir a velorios de desconocidos. La buena química entre los actores mantiene a flote esta nadería que quizá no hubiera sido seleccionada de no ser firmada por un nombre prestigioso.
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