8/20/2011

La familia. Esos lugares que nos asignan


María Teresa Priego “Decir la noche/ no es sólo una metáfora./ Decir la noche/ es también nombrar/ el signo capital/ de los designios./ Decir la noche/ es quitarse el sombrero/ ante la muerte./ Entender/ que nunca entenderemos/ ni las mínimas orillas/ de una rosa”.— Ernesto Hernández Doblas.

Sin embargo, intentar entender. Desde las orillitas de la rosa. Hacia el centro. ¿Cómo sabernos si no? ¿Cómo vivirnos si no? Saber que nacemos inmersos en historias que nos preceden. Deseos familiares que nos acogen. Nacemos inscritos en ese lenguaje, esa familia, esa cultura que nos marca. La “página en blanco” del nacimiento está más que escrita. Es así. Para bien y para mal. Quizá sea importante pensarlo.

Leer (hasta donde sea posible) lo que ellos escribieron para nosotros (consciente y/o inconscientemente) y lo que anhelamos deconstruir para escribirnos a nosotros mismos.
Una no necesariamente coincide con “la novela familiar” y sus designios. Las “novelas familiares” suelen ser arbitrarias. No porque no tengan su lógica interna (desentrañable) sino porque en tanto que personas singulares, esas historias son nuestras y, a la vez, nos son ajenas. “Determinismos”. Negociables: cuando las figuras parentales, la familia están dispuestos a indagar y a respetar la singularidad de cada uno (aunque no encaje con los deseos e ideales que le están destinados.) Humildad de difícil ejercicio. “Determinismos” rotundos, (no inapelables) cuando los ideales familiares y los “lugares” que son asignados a cada hija/o, son más fuertes para los padres (o figuras tutelares), que las características y necesidades de sus hijos. Cada familia tiene sus mitos. Sus discursos repetidos.

Sus armaduras de protección. Ideales de aquello en lo que se sostiene su muy particular “Nosotros”. “Cada hija/o es en sí misma/o distinta/o”. “Trae su torta”, lo que es sólo suyo. También cada hija/o es mirado, escuchado, y amado (o sus contrarios) de manera distinta. “Lugares” en los que nos colocan, al nacimiento. En la infancia. Según el sexo: “Yo no quería una niña” o “Yo siempre quise una niña”, nuestras características físicas y sus “parecidos” con miembros de la familia; el lugar que ocupamos en la secuencia de los nacimientos, la situación que vive nuestra familia al momento de recibirnos. “Varia bles” diversas.

Cada una de ellas trae consigo sus contenidos imaginarios.
¿Qué soñaba una madre/un padre concreta/o con respecto a su hijo? ¿Y con respecto a su hija? ¿Qué fantasmas y anhelos conscientes e inconscientes se volcaron en cada uno de ellos al mirarlos crecer? ¿Cuál fue el “lugar” de una segunda hija? Llama la atención la frecuencia con la que tantas mujeres se refieren a una arbitraria “repartición de dones” en la infancia. Entre hermanas. Si una de ellas quedaba asignada al rol de “la bonita”, le tocaba no ser muy inteligente. A la otra le tocaba ser “la inteligente”, en detrimento de su deseo de gustar, también, a través de sus atributos físicos. Los datos de la realidad existen, aunque suelen no ser tan definitivos.

Cada persona tiene el derecho a ser tan inteligente y tan bonita a como quiera y pueda ser. Sin las limitaciones que los determinismos imponen.
“Cuando se trataba de inteligencia, yo me quitaba porque no me correspondía, era el terreno de mi hermana, como si yo no hubiera tenido el derecho a ser buena estudiante”. La hermana dice: “A ella la iban a querer por bonita, engordé y andaba de cualquier manera. No importaba, a mí lo que me tocaba era destacar en la escuela”. Las hermanas partieron a indagar el “hechizo” de los orígenes. Cada una por su lado. Un día, más allá de sus dolores y sus rivalidades, llegaron las palabras.

Deconstruir. Estallar los límites imaginarios que terminan limitándonos en la realidad. Elegirse.
Hay “novelas familiares”, que lastiman de más. Dañan de más. Inscriben una vivencia de desamor y rechazo en la experiencia vital de un/a hijo/a. O de algunas/os de las/los hijas/os. La persona sabe que la infancia y el pasado en común no fueron como le cuentan. Emocionalmente lo sabe. Una allí estaba, ¿no es cierto? Con la sensibilijita de los bebés y los niños.

Una estaba allí. ¿Está dispuesta a concederse saber lo que de alguna silenciada manera ya sabe y padece? ¿Es capaz de cuestionar los orígenes? ¿O el cuestionamiento interior dirigido a sus padres, a su familia, le parecería sinónimo de alta traición? ¿Cómo aprehender que cuestionar, aceptar, transitar el daño, no sólo es sanador, sino que, además, no es juzgar y sentenciar, sino intentar comprender? ¿Cómo aprehender que una/o tiene derecho a nombrar el daño que sufrió para poder trabajarlo? venga de quien venga, sin distinción alguna. Incluidas, y sobre todo, las figuras tutelares más amadas.
Convertir el dolor en esperanza.

El rechazo, en una forma más íntima y acogedora de amar. Despacito y como se vaya pudiendo. Aceptar la verdad sana y necesita tiempo. Aun en los casos en los que nos vamos de bruces ante ella. Nada de lo anterior sucede sin soportar cantidad de emociones bien oscuras. Comenzar aceptando el desamparo. La sensación de desprotección en la que nos sumerge cuestionar los orígenes. La culpa. Poder decirnos: “La realidad fue a como fue y es a como es. Y puedo perdonar. Con empatía y dignidad. Porque la sé”. Desde las orillitas de la rosa. Hacia el centro

Escritora

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